DELMIRA AGUSTINI
(Uruguay, 1886-1914)
SAFO
Me parece justamente un dios,
ese hombre que se sienta enfrente de ti,
que a tu lado, escucha
tu dulce conversación
y sonriendo amorosamente
hace que mi corazón tiemble en mi pecho.
Pues cuando quiera que te miro,
pierdo el uso de la palabra;
mi lengua se hiela en el silencio
y en la inmovilidad,
llamas sutiles se deslizan sobre mi piel,
ya no veo nada con mis ojos,
mis oídos sólo perciben zumbidos,
me cubre un sudor frío,
y un temblor me hace su cautivo.
Me vuelvo más verde que la hierba
y cerca de la muerte
a mí misma parezco.
***
La estatua
Miradla, así, sobre el follaje oscuro
Recortar la silueta soberana...
¿No parece el retoño prematuro
De una gran raza que será mañana?
¡Así una raza inconmovible, sana,
Tallada a golpes sobre mármol duro,
De las bastas campañas del futuro
Desalojara a la familia humana!
¡Miradla así –¡de hinojos!– en augusta
Calma imponer la desnudez que asusta!...
¡Dios!... ¡Moved ese cuerpo, dadle un alma!
Ved la grandeza que en su forma duerme...
¡Vedlo allá arriba, miserable, inerme.
Más pobre que un gusano, siempre en calma!
***
Plegaria
–Eros: ¿acaso no sentiste nunca
Piedad de las estatuas?
Se dirían crisálidas de piedra
De yo no sé qué formidable raza
En una eterna espera inenarrable.
Los cráteres dormidos de sus bocas
Dan la ceniza negra del Silencio,
Mana de las columnas de sus bocas
La mortaja copiosa de la Calma,
Y fluye de sus órbitas la noche;
Víctimas del Futuro o del Misterio
En capullos terribles y magníficos
Esperan a la Vida o a la Muerte.
Eros: ¿acaso no sentiste nunca
piedad de las estatuas?–
Piedad para las vidas
Que no doran a fuego tus bonanzas
Ni riegan o desgajan tus tormentas;
Piedad para los cuerpos revestidos
Del armiño solemne de la Calma
Y las frentes en luz que sobrellevan
Grandes lirios marmóreos de pureza,
Pesados y glaciales como témpanos;
Piedad para las manos enguantadas
De hielo, que no arrancan
Los frutos deleitosos de la Carne
Ni las flores fantásticas del alma;
Piedad para los ojos que aletean
Espirituales párpados:
Escamas de misterio,
Negros telones de visiones rosas...
¡Nunca ven nada por mirar tan lejos!
Piedad para las pulcras cabelleras
–Místicas aureolas–
Peinadas como lagos
Que nunca airea el abanico negro,
Negro y enorme de la tempestad;
Piedad para los ínclitos espíritus
Tallados en diamante,
Altos, claros, extáticos
Pararrayos de cúpulas morales;
Piedad para los labios come engarces
Celestes donde fulge
Invisible la perla de la Hostia;
–labios que nunca fueron,
que no apresaron nunca
un vampiro de fuego
con más sed y más hambre que un abismo.
Piedad para los sexos sacrosantos
Que acoraza de una
Hoja de viña astral la Castidad;
Piedad para las plantas imantadas
La eternidad que arrastran
Por el eterno azur
Las sandalias quemantes de sus llagas:
Piedad, piedad, piedad
Para todas las vidas que defiende
De tus maravillosas intemperies
El mirador inhiesto del Orgullo:
Apúntales tus soles o tus rayos!
Eros: ¿acaso no sentiste nunca
piedad de las estatuas?...
***
El diamante
Hoy, en una mano burda instintiva, deforme, he visto el diamante más bello que pueda encender el Milagro...
Parecía vivo y doloroso como un espíritu desolado...
Vi fluir de su luz una sombra tan triste, que he llorado por él y por todos los bellos diamantes extraviados
en manos deformes...
***
El cisne
Pupila azul de mi parque
es el sensitivo espejo
de un lago claro, muy claro!…
Tan claro que a veces creo
que en su cristalina página
se imprime mi pensamiento.
Flor del aire, flor del agua,
alma del lago es un cisne
con dos pupilas humanas,
grave y gentil como un príncipe;
alas lirio, remos rosa…
Pico en fuego, cuello triste
y orgulloso, y la blancura
y la suavidad de un cisne…
El ave cándida y grave
tiene un maléfico encanto;
clavel vestido de lirio,
trasciende a llama y milagro!…
Sus alas blancas me turban
como dos cálidos brazos;
ningunos labios ardieron
como su pico en mis manos;
ninguna testa ha caído
tan lánguida en mi regazo;
ninguna carne tan viva
he padecido o gozado:
viborean en sus venas
filtros dos veces humanos!
Del rubí de la lujuria
su testa está coronada:
y va arrastrando el deseo
en una cauda rosada…
Agua le doy en mis manos
y él parece beber fuego,
y yo parezco ofrecerle
todo el vaso de mi cuerpo…
Y vive tanto en mis sueños,
Y ahonda tanto en mi carne,
que a veces pienso si el cisne
con sus dos alas fugaces,
sus raros ojos humanos
y el rojo pico quemante,
es solo un cisne en mi lago
o es en mi vida un amante…
Al margen del lago claro
yo le interrogo en silencio…
y el silencio es una rosa
sobre su pico de fuego…
Pero en su carne me habla
y yo en mi carne le entiendo.
–A veces ¡toda! soy alma;
y a veces ¡toda! soy cuerpo.–
Hunde el pico en mi regazo
y se queda como muerto…
Y en la cristalina página,
en el sensitivo espejo
del algo que algunas veces
refleja mi pensamiento,
¡el cisne asusta, de rojo,
y yo, de blanca, doy miedo!
***
CARTAS
A Manuel Ugarte (quien irónicamente será uno de los testigos de la boda de Agustini y Reyes) escrita poco después de su separación de Reyes:
Su carta me ha hecho casi más mal que su silencio. Yo creía que V. me interpretaba mejor. Estoy cierta de no haberle dicho en mi arabesco literario una sola cosa que no fuera verdad, y que no fuera, eso sí, más pálida que la verdad.
Y lo más raro del caso es que protesto de sus palabras y en el fondo tal vez le doy la razón. Es cierto, yo no he sido absolutamente sincera con V. Pero piense V. que hay sinceridades difíciles. Ese ligerísimo velo artístico era casi necesario… Piense V. que yo debo adivinar y decir.
Piense V. que todo lo que yo le he dicho y le digo se podría condensar en dos palabras. En dos palabras que pueden ser las más dulces, las más simples, o las más difíciles y dolorosas… Piense V. que esas dos palabras que yo pude en conciencia decirle al otro día de conocerlo, han debido ahogarse en mis labios ya que no en mi alma. Para ser absolutamente sincera yo debí decirlas; yo debí decirle que V. hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel… Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería. Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Podría contarle todos sus gestos de aquella noche… La única mirada conciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para V. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció un momento que V. me miraba y me comprendía.
Que su espíritu estaba bien cerca del mío entre toda aquella gente molesta. Después, entre besos y saludos, lo único que yo esperaba era su mano. Lo único que yo deseaba era tenerle cerca un momento. El momento del retrato… Y después, sufrir, sufrir hasta que me despedí de V. Y después sufrir más, sufrir lo indecible…
V. sin saberlo sacudió mi vida. Yo pude decirle que todo esto era en mí nuevo, terrible y delicioso. Yo no esperaba nada, yo no podía esperar nada que no fuera amargo de este sentimiento, y la voluptuosidad más fuerte de mi vida ha sido hundirme en él. Yo sabía que V. venía para irse dejándome la tristeza del recuerdo y nada más.
Y yo prefería eso, y prefiero el sueño de lo que pudo ser a todas las realidades en que V. no vibre. Yo debí decirle todo eso, y más, para ser absolutamente sincera. Pero, entre otras cosas, he tenido miedo de descubrirme muy en el fondo, una de esas pobres almas débiles enteramente rendidas al amor. Imagine V. esa miseria frente a su sonrisa un poquito irónica de poderoso… Y yo, que he sabido sonreír tan irónicamente como V.…
Ya está dicho. Si después de todo esto vuelve V. a acusarme de engañadora y sutil, yo lo acusaré simplemente de mal intérprete sentimental. Nunca le acusaría de nada peor. Ni esperaría a que la brisa de primavera me trajera perfumes de allá para escribirle sin saber por qué.
Y conste que me siento íntimamente herida.
Delmira
(febrero 1914)
*
9 de marzo de 1914, Ugarte le escribe: «Será vanidad o misterioso presentimiento, pero siempre he pensado que la serpiente ondularía mejor si yo la acariciara. No sea orgullosa y estrechémonos otra vez las manos fuertemente y déjeme que me acerque bien a usted, que la haga crujir apretándola contra mi cuerpo y que ponga al fin en su boca, largo, culpable, inextinguible, el primer beso que siempre nos hemos ofrecido». Ella le responde: «Todavía me dura la embriaguez deliciosa de su última carta. ¿Si le dijera que hoy sufro escribiéndole? Me da miedo de parecer decirle demasiado y siento que todo lo que le diga me parecerá poco. Sin embargo, el deseo intenso, hasta doloroso, de volver a ver su letra, lo vence todo.».
***
A Rubén Darío
Perdón si le molesto una vez más. Hoy he logrado un momento de calma en mi eterna exaltación dolorosa. Y éstas son mis horas más tristes. En ellas llego a la conciencia de mi inconsciencia. Y no sé si su neurastenia ha alcanzado nunca el grado de la mía. Yo no sé si usted ha mirado alguna vez la locura cara a cara y ha luchado con ella en la soledad angustiosa de un espíritu hermético. No hay, no puede haber sensación más horrible. Y el ansia, el ansia inmensa de pedir socorro contra todo –contra el mismo Yo, sobre todo– a otro espíritu mártir del mismo martirio... A mediados de octubre pienso internar mi neurosis en un sanatorio, de donde, bien o mal, saldré en noviembre para casarme. He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad. La vida es tan rara!”
(Agustini 1969: 43)
*
De Rubén Darío
"Tranquilidad. Tranquilidad –le recomienda–. Recordar el principio de Marco Aurelio: Ante todo, ninguna perturbación en ti."
(1912)
**
Piense usted que ni aún me queda la esperanza de la muerte […] Y la primera vez que desborda mi locura es ante usted. ¿Por qué? Nadie debió resultar más imponente a mi timidez. […] le reconocí más esencia divina que a todos los humanos tratados hasta ahora […] mi orgullo […] me parece una bella estatua despedazada a sus pies. Sé que tal homenaje nada vale para usted, pero yo no puedo hacerlo más grande. (...) “¿Quiere usted dejar caer en un alma que acaso se aleja para siempre, una sola palabra paternal? ¿Quiere usted escribirme una vez más, aunque sea la última, para decirme solamente que no me desprecia?” (Agustini 1969: 43).
***
“Pórtico” de Rubén Darío al libro “Los Cálices Vacíos”
De todas las mujeres que hoy escriben en verso, ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini, por su alma sin velos y su corazón de flor. A veces rosa por lo sonrosado, a veces lirio por lo blanco. Y es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación divina. Si esta niña bella continúa en la lírica revelación de su espíritu como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de habla española. Sinceridad, encanto, fantasía, de ahí las cualidades de esta deliciosa musa. Cambiando la frase de Shakespeare, podría decirse that is a woman, pues por ser muy mujer dice cosas exquisitas que nunca se han dicho. Sean con ella la gloria, el amor y la felicidad.
***
De Carlos Vaz Ferreira
«No debiera ser capaz, no precisamente de escribir, sino de "entender" su libro. Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir lo que ha puesto en ciertas poesías suyas.»
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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