PAUL ÉLUARD
Eugène Grindel
(Francia, 1895-1952)
DE L'AMOUR LA POÉSIE
XVIII
Vaivén de carne pasto tembloroso
En las orillas de la sangre que desgarran el día
Perseguida por la sangre nocturna
Desmelenada la garganta presa de los abusos de la tempestad
Víctima abandonada por las sombras
Por los pasos más suaves y los límpidos deseos
Su frente no será ya el reposo seguro
Ni sus ojos la gracia de soñar con su voz
Ni sus manos las manos que liberan.
Ahechada de pasión ahechada de amor sin amar a nadie
Ella se forja inconmensurables dolores
y todas sus razones para sufrir desaparecen.
***
XIX
Una brisa de danzas
Por un camino sin fin
Los pasos de las hojas más veloces
Las nubes esconden tu sombra.
La boca de fuego de armiño
De hermosos dientes el fuego
Caricia color de diluvio
Tus ojos persiguen la luz.
El rayo rompe el equilibrio
Las lanzaderas del miedo
Dejan caer la noche
Al fondo de tu imagen.
***
XX
Al alba te amo la noche entera en mis venas
La noche entera mirándote
Teniendo que adivinar todo seguro de las tinieblas
Que me conceden el poder
De envolverte
De agitar tu deseo de vivir
En el seno de mi inmovilidad
El poder de revelarte
De liberarte de perderte
Llama invisible en la claridad.
Si te vas la puerta se abre sobre el día
Si te vas la puerta se abre sobre mí.
***
XXI
Nuestros ojos intercambian su luz
Su luz y el silencio
Hasta no reconocerse
Hasta sobrevivir a la ausencia.
***
XXII
Con la frente en el cristal como a quien hace velar la pena
cielo cuya noche he traspasado
Diminutas llanuras en mis manos abiertas
En su doble horizonte inerte e insensible
Con la frente en el cristal como a quien hace velar la pena
Yo te busco más allá de la espera
Más allá de mí mismo
Y no sé -tanto te amo-
Cuál de los dos se halla ausente.
***
XXIII
Viaje del silencio
Desde mis manos a tus ojos
Y entre tus cabellos
Donde unas doncellas de mimbre
Se adosan al sol
Mueven los labios
Y dejan a la sombra de cuatro hojas
Alcanzar su cálido corazón de sueño.
***
XXIV
La habitual
simula felicidad como el que simula ser ciego
El amor incluso cuando apenas en él se piensa
Ella está en la ribera y en todos los brazos
Eternamente
Y a su merced se halla el azar
Y el sueño de los ausentes
Ella sabe que vive
Todas las razones de vivir.
***
XXV
Me separé de ti
Pero el amor me acompañó siempre
Y cuando le tendí los brazos
El dolor se hizo más amargo
Todo un árido desierto
Por separarme de mí mismo.
***
XXVI
He cerrado los ojos para no ver nada
He cerrado los ojos para llorar
Por no verte.
Dónde están tus manos las manos de la caricia
Dónde están tus ojos la voluntad del día
Tú perdido todo ya no estás aquí
Para iluminar la memoria de las noches.
Yo perdido todo me veo vivir.
***
XXVII
Los cuervos aletean por los campos
La noche se apaga
Para una cabeza que se despierta
Los blancos cabellos el último sueño
Las manos se hacen luz de su sangre
De sus caricias
Una estrella llamada azul
Y cuya forma es terrestre
Enloquecida por los aullidos
Enloquecida por los sueños
Enloquecida por los capelos del ciclón fraterno
Infancia enloquecida por los fuertes vientos
Cómo harías la hermosa coqueta
No se reirá más
La ignorancia la indiferencia
no revelarán su secreto
Tú no sabes saludar a tiempo
Ni compararte con las maravillas
pero me oyes
Tu boca comparte mi amor
Y es por tu boca
Detrás del vaho de nuestros besos
Por donde estamos unidos.
***
XXVIII
Roja enamorada
Para compartir tu placer
Yo me tiño de dolor
Yo he vivido tú cierras los ojos
Te encierras en mí
Acepta entonces vivir.
Todo lo que se repite es incomprensible
Tú naces en un espejo
Delante de mi antigua imagen.
***
XXIX
Sería preciso que un solo rostro
Respondiera por todos los nombres del mundo.
Versiones de Manuel Álvarez Ortega
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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