domingo, 1 de diciembre de 2013

Como un rebaño desganado

Cesare Pavese 
(Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, Italia, 1950)

Exterior
No vuelve el muchacho que se fue a la mañana.
Dejó la pala todavía fría en el gancho
-era el alba- y nadie quiso seguirlo:
se habrá tirado sobre alguna colina. Un muchacho,
de la edad en que se comienza a escupir juramentos
no sabe hacer discursos. Nadie
quiso seguirlo. Era un alba quemada
de febrero, cada tronco color de sangre
coagulada. Nadie sentía en el aire
la tibieza futura.

La mañana pasó
y la fábrica libera mujeres y obreros.
En el buen sol alguno -regresa al trabajo
dentro de media hora- se tiende a comer, hambriento.
Pero hay una humedad dulce que muerde la sangre
y le da a la tierra escalofríos verdes. Se fuma
y se anota que el cielo está sereno, y a lo lejos
las colinas son violetas. Sería bueno
quedarse un tiempo largo sobre el suelo, bajo el sol.
Pero, finalmente, se come, ¿quién sabe si comió
ese muchacho testarudo? Dice un obrero flaco:
está bien, uno se rompe el lomo trabajando,
pero comer se come. Incluso, se fuma.
El hombre es como un animal, querría no hacer nada.

Son los animales los que sienten el tiempo, y el muchacho
lo sintió desde el alba. Y hay perros
que terminan podridos en un pozo: la tierra
agarra todo. ¿Quién sabe si el muchacho no termina
dentro de un pozo, hambriento? Escapó en el alba
sin hacer discursos, con cuatro juramentos,
alta la nariz en el aire.

Piensan todos en eso
esperando el trabajo, como un rebaño desganado.


De Lavorare stancaPoesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char