domingo, 29 de diciembre de 2013

Sueño con bloques sitiados por andamios

Søren Ulrik Thomsen

(Kalundborg, Dinamarca, 1956)



La última hora es la mejor del día
La última hora es la mejor del día.
Para todo es demasiado tarde y demasiado temprano.
Bien podría ser que soy feliz,
pero también podría ser el mucho tabaco,
me marea, y a mí no me importa nada:
Porque de todos modos la cabeza me dolera por la mañana,
ya que se me ocurre que incluso tú podrías morir.
El poema en el que he trabajado toda la tarde
no hace más que humear como un viejo quinqué.
Vacío el cenicero y salgo a mear.
Cada día termina todo.
 ***

Tilgiv at jeg ser dine knogler
 før kødet... 

Perdona que te vea el esqueleto antes que la carne,
la carne antes que el camisón
y el camisón antes que tu mirada flotante,
porque es diciembre, y más desnudos
que el horrible pollo
que tomé de la vitrina frigorífica y al instante
arrojé de vuelta,
cuando la sangre líquida chorreó de pronto
a través del celofán y se deslizó manga abajo,
están los árboles,
cuyas estructuras negras me acosan,
como todo lo que está vivo, pero se asemeja a la muerte,
como todo lo que está muerto, pero parece vivir;
problemas aritméticos con siete variables,
enroscada poesía de caracol,
y las grúas del puerto Nordhavn ceden al viento
mientras me duermo entre tus miembros extensos,
pero sueño con bloques sitiados por andamios
y con andamios tapizados por ruidosas lonas.
Perdona mi mirada que, como estación del año,
en ti se precipita para por turnos
coronarte con caricias de luz
y desnudarte como una lluvia fría y húmeda;
yo no insisto pues,
en que los troncos austeros de este mes
son más verdaderos que las mullidas hojas de mayo –
además la verdad se la he entregado a los jóvenes:
A mí me basta
con decir las cosas tal como son.
***

El tren deja atrás las últimas casas.
A través de mi rostro, reflejado en la ventanilla,
veo caer la tarde sobre los campos
y recuerdo la acuciante oscuridad
de aquel invierno de 1971 en Stevns
cuando el viento arrancó de un golpe un cartel de la Esso
y una bolsa de plástico rodaba
en el destino eterno de Algade.
Y aunque ya soy otro yo también
soy el mismo que se sentaba a soñar
con cajitas chinas de música.

Y tú, que te sientas enfrente en el tren,
que te has metido en este poema
y justo ahora levantas los ojos
y, a través de tu rostro, reflejado en la ventanilla,
buscas en tu memoria la oscuridad
donde brilla el sonido plateado de una guitarra
y una antigua cosechadora conmueve extrañamente,
en forma de tronco, enhiesta y oxidada,
tú eres también otro de esos
que escriben poemas,
que dicen “yo” y quieren decir mí. Y ti.

Traducción de Francisco J. Uriz

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char