domingo, 19 de enero de 2014

Fuego sin foco que fue todo mi sol

CATHERINE POZZI

(Francia, 1882-1934)

Ave

Muy alto amor, si acaso yo muriese
Sin saber nunca dónde te encontré,
En qué planeta estaba tu morada
Tu tiempo en qué pasado, en qué hora
Te amaba yo,
Muy alto amor que escapas al recuerdo,
Fuego sin foco que fue todo mi sol,
En qué sino trazabas mi existencia,
En qué sueño tu gloria se veía,
Oh mi aposento

Cuando para mí misma esté perdida
Y dividida en abismo infinito,
Cuando rota ya esté infinitamente,
Cuando sea traidor este presente
Que me reviste,

Quebrada por el mundo en mil fragmentos,
De mil instantes aún no reunidos,
De ceniza cernida hasta la nada,
Para un extraño tiempo harás de nuevo
Sólo un tesoro

De nuevo harás mi imagen y mi nombre
Con mil cuerpos robados por el día,
Viva unidad sin nombre y sin figura,
Centro del alma, raíz del espejismo
Muy alto amor.
***
Maya

Desciendo los peldaños de siglos y de arena
Que el instante angustiado conducen hacia ti
Tierra de templos de oro, en tu fábula entro
Atlántico adorado.

De un cuerpo ya no mío que la llama rehuye
Caro nombre es el Alma, que detesta el destino —
Que se detenga el tiempo, que se hunda la trama,
Sobre mis pasos vuelvo al abismo infantil.

En el viento los pájaros hacia el marino oeste
Vuelan, hay que volar, dicha, al verano antiguo
Sumido en sueño allí donde cesa la orilla
Rocas, el canto, el rey, árbol que el viento mece
,Astros de antiguo unidos a mi rostro primero,

Extraordinario sol de calma coronado.

Versiones de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
***
La publicación de La flamme y la cendre (La llama y la ceniza), la correspondencia entre Paul Valéry y Catherine Pozzi, es una hazaña editorial, ya que esas cartas habían sido quemadas por pedido de Catherine Pozzi. El epistolario revela la pasión y el conflicto que la unió al poeta.

Por Marie Etienne
Traducción: Hugo Beccacece

"Quiero y espero que las cartas y papeles manuscritos de Paul Valéry sean destruidos por mi ejecutor testamentario ante testigo, y que quede constancia escrita de esta ejecución ante funcionario público... Se le avisará al señor Paul Valéry de la destrucción de sus cartas para que recupere cierta paz: no las he condenado por cólera ni por ningún sentimiento que pueda herir... simplemente representaban valores espirituales que... no eran sino una simulación del valor y del espíritu", escribió Catherine Pozzi en un testamento de 1929, cinco años antes de su muerte y un año después de la ruptura de la relación. 
Palabras terribles: "ejecución", "condenar".
El escribano quemó por consiguiente 956 cartas, dibujos y fotografías de Paul Valéry y 380 cartas de Catherine Pozzi. ¿Por qué esa destrucción? Sobre todo, ¿cómo se las arregló el responsable de la presente edición, Lawrence Joseph, para restituirnos, al menos parcialmente, lo que estaba perdido?
Efectuó, explica en una "Nota sobre el texto", un verdadero trabajo de arqueología literaria, a partir del Journal de Catherine Pozzi, quien copiaba extractos o la totalidad de las cartas de Valéry agregando comentarios. Y paquetes de sus propias cartas, que le había reclamado al poeta en 1924, y que él le había restituido acompañándolas con sus respuestas, en forma de notas y de copias o borradores. "Al fin logré que Lionardo me devolviera mis cartas". [N.T. Pozzi llamaba Lionardo a Valéry]. A esas dos fuentes, conviene agregar otras cartas de Valéry, salvadas, parece, por casualidad.
Esto en cuanto al método que permitió obtener alrededor de 200 cartas de Catherine Pozzi y un centenar de Valéry, que corresponden en su mayoría al período que va desde su encuentro, en junio de 1920, hasta 1924. Desde ese período hasta la muerte de Catherine Pozzi, en 1934, el editor Lawrence Joseph logra también reunir diferentes textos (cartas o extractos del Journal ), un poco más de la décima parte del volumen. Lo que no es mucho para diez años.
Quizá no sea inútil recordar la agitada historia de esa relación. Pozzi y Valéry se encontraron en una comida organizada por la baronesa de Brimont, sobrina nieta de Lamartine. Fue un impacto recíproco, del que se hace eco el Diario de Catherine, no la correspondencia, desgraciadamente, en la que no hay ningún registro en las tres semanas siguientes.
En esa época, Valéry tiene cincuenta años, es el autor renombrado del "Cementerio marino" y de La joven Parca. Nacido en una familia de la pequeña burguesía, Valéry se casa en 1900 con Jeannie Gobillard, nieta de Berthe Morisot, con la cual tiene tres hijos, y trabaja como secretario particular de Edouard Lebey, fundador de la agencia Havas. Catherine Pozzi es hija de una rica heredera de Lyon y de un médico célebre, amante de Sarah Bernhardt. El detalle tiene interés para comprender el universo de su infancia. En efecto, en la casa de sus padres, desfila todo lo que cuenta en esa época en materia de artistas, sabios y hombres políticos. Su madre la incita a casarse más bien que a proseguir sus estudios. Catherine se casa con Edouard Bourdet, con el que tiene un hijo, Claude, y se divorcia en 1921.
Las relaciones de Paul y de Catherine se basan en un intercambio intelectual de una calidad, de una densidad excepcionales, que los desencuentros, a veces graves, no alteran de verdad, y que no cesa sino cuando rompen en 1928. "Hace una hora que construyo Béatrice ... Es algo que habrá sido engendrado en el dolor. Debería ser el libro más cruel, más sabio, más tierno también", escribe Valéry en noviembre de 1921, después de la primera discusión muy grave entre los dos amantes, de la cual ese amor no se repuso nunca del todo.
Nieta de pastor, Catherine Pozzi pretende aplicar principios de rigor y de pureza que Valéry prefiere reservar para su obra. Estima que él se compromete gravemente cuando frecuenta ciertos salones, le señala cada debilidad y le impone períodos de silencio, de retiro, de los que él se queja mucho. "Estoy apoyado sobre esta misma mesa donde le he escrito tanto... Aquí está ese Yo del que usted está harta y en el cual sin embargo usted está un poco más, quizá, que allí donde usted está, hasta tal punto ese Yo la ha concebido y contenido y recreado", escribe él en el mismo doloroso período.
Ella no perdona nada, y sobre todo, al cabo de algún tiempo, no le perdona no ser sino su musa. En 1925, su vocación literaria se afirma con "Vale", el primero de los seis grandes poemas que fundarán su reputación póstuma. Catherine comienza a irritarse de verse obligada a permanecer en la sombra y le reprocha a Valéry haber plagiado su De Libertate , o su nouvelle Agnès . Cuando esta última se publica, firmada sólo por las iniciales C. K., es atribuida por algunos a Valéry. Sin embargo, a partir de ese momento Jean Paulhan se interesa en su trabajo y obtiene de ella que publique en la NRF el poema "Ave".
Él tampoco es tierno. ¡Ella señala, por ejemplo, en las pilas de papeles devueltos, una nota de él "en el reverso de una de las cartas más afectuosas que le dirigí... «Poesías de C., siempre ridículas»"! Las razones por las cuales Catherine quiere recuperar su correspondencia en 1924 anuncian la destrucción futura, ya que declara que quiere no sólo poner orden sino, sobre todo, que él no posea más nada de ella "hasta tal punto yo me daba cuenta de que usted no me amaba sino en usted". "En materia de serpiente, tengo una en el corazón, que no cesa de morder y de destruir en mí", le escribe a André Lebey.
Cuando se leen las cartas recuperadas de Valéry, uno lamenta amargamente la destrucción de las otras. "Denme mi preocupación cotidiana (escribe en un tono que recuerda a Aragon, en la de febrero de 1921, la segunda de él que figura en el volumen, que Catherine Pozzi copió y puso a salvo en su Diario). ¿Acaso no es mi pan y de qué quieren que viva? No pienso que comprendas esta necesidad imposible que de pronto, después de una noche y medio día de pena tierna y sombría, me entristece, me rompe y rompe como una ola contra mí, porque yo soy también el obstáculo para mí con respecto a ti, ya que si yo fuera otro, quizá no habría ningún obstáculo."
Lo que Catherine Pozzi no ha destruido nos llega por medio de su admirable Journal. Ella logró por lo tanto conservar el control sobre el destino de la correspondencia de ambos. "Amar es tener miedo", así termina su carta del 21 de octubre, desprovista hasta de firma, justo antes de su primer desacuerdo. "Prefiero que todo se haya convertido en humo, y sin embargo", escribe por su parte Paul Valéry a una amiga al fin del volumen, después de haberse enterado de la destrucción de sus intercambios epistolares.
Sería preciso detenerse sobre el estilo de estas cartas, que piensan, que se aman y se odian, detallar su esplendor con, como suplemento en Catherine Pozzi, la irreverencia, la libertad ("La gran baronesa es bien buena" [N.T.: juego de palabras. Bonne significa "buena", pero también "sirvienta" ]. Esas damas y sus trucos, eh"), las fórmulas que dan en el blanco ("Deme un poco de tiempo, Lionardo, para que olvide su maldad que había olvidado..." "A usted lo enferma la idea de perderme; a mí me enferma la idea de que usted llegue"), a lo cual Paul Valéry responde: "Usted era la salvación, así como ahora es la perdición".
Pasión por las ideas, inteligencia de la pasión, es esa alianza la que vuelve único un intercambio incompleto, por fortuna prolongado, pero en otro registro, gracias a los Cahiers de él y al Journal de ella.

Fuente: www.cartas.org.ar

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char