Leonardo da Vinci |
(Buenos Aires, Argentina, 1949)
Escila y Caribdis
'l vivo spirto de la morta spoglia
Ariosto
Me acostumbré a hablar de una manera estúpida,
con grandes palabras disfrazadas de ingenuidad,
junto al humo de los escapes, cerca del ruido
de los autos, frente a televisores y anuncios
luminosos, bajo los arcos voltaicos de una idea
no suficientemente creída, no lo bastante acunada.
Una vez que se ve que la partícula va de un polo
al otro, y genera un chisporroteo alegre y poco
material, de nada nos sirve volver a los libros:
hemos visto que la materia está en dos polos al mismo tiempo,
si es que podemos considerar que allí hay tiempo.
El tiempo está aquí, y somos sucesivos, somos menos
que nuestras partículas, somos apenas más
que nuestro pensamiento. Por eso es imposible hablar
de los cuerpos sin reducirlos a ese ciego chisporroteo
sin Dios, a ese atrayente juego retórico
de las partículas que no van y vienen, sino que están
y no están en un extremo y en el otro.
¿Pero es que no hay logos en el cuerpo?
Hay una potencia excepcional de logos, de pensamiento.
Hay toda una potencia que a veces explota en miedo,
en la terrible desazón de las terrazas,
en el espectáculo del dolor.
Pero es también espectáculo y debés retroceder.
Caer supino, no escuchar. Y sólo
cuando los cuerpos corren como un sacristán
en camiseta, o como Orlando emplumado, flor de los gallardos,
o son como la fulminante acción del boxeador,
o como la encomiable acción de guerra,
o como el gato que se da vuelta en al aire,
sólo entonces
creer que al fin el cuerpo es pensamiento
ardiendo en el arco, crucificado.
***
Nueva predicación del monje proletario
1
Cuando sintió que su pena era el centro del mundo
no pudo hablar: tartajeó. Esto me dijo, y miró
el paso silente de las nubes sobre su propio pensamiento.
Mira pues que la pena no es en absoluto productiva,
los ejércitos la esquivan,
pues se es en el rabiar, y no en la pena.
Como un lobo cabizbajo y atento al rastro, andá.
Dio de revés, sirvióme la pelota.
Pero no con ella algo pude hacer
sino con la continuación de la historia
por todos los medios. Con empujar la historia
a pura voluntad, fuerza del pecho,
y de nada sirvió. Había leyes trazadas
sobre el occidente, que cada mañana se hace;
se hace, púrpura o naranja, una y otra vez.
Lo veas o no.
2
Un maestro no se sienta junto a un barco varado,
no predica en el desierto,
no se sienta contra el horizonte que se borra,
no se pone a decir donde lo todo ha sido,
donde ya lo que moraba no está.
Un maestro es como un gato atento, luego desatento,
pero predica en el astillero, no en el desierto;
en la fragua, en la casilla de atrás,
en todo caso, en los trastos, ¿ves?, como los de esa terraza.
Donde la civilización trabaja y desagua.
3
Pero yo no soy tu maestro, indicó.
No he de ser yo tu maestro, tu mojón.
Has de privarte de vos
si querés oír,
pero aún así
no me oirás.
Estás maniatado.
Esto decía mientras el poniente ignoraba su búho.
La gente se interpreta, está todo vacío. Hay
algo que hallarás en las ciudades que caen.
O andate a la Puna a penar.
Con los compadritos, los soberbios, los
fabricantes de humo, los otarios.
Seguí pensando que la historia se hizo para vos,
giradora, endocrínica, profunda.
4
La temperatura se mantiene constante,
no creas en los augures del cambio
climático. Hace dos milenios que todo está igual.
No creas en los augures del progreso.
La revolución fue un sueño geométrico.
No creas en la ciencia de la revolución.
Seguí el rastro de la historia banal,
como un lobo, cansado y al acecho.
5
La revolución fue un sueño geométrico,
pero fue un cuartel, una abadía y un colegio.
Hombres hubo allí que aprendieron. Aprendieron
lo único necesario: que se necesitaban unos a otros.
¿Quién nos ha metido el diablo en el cuerpo?
¿El capitalismo? ¿Hobbes? ¿La ciencia? ¿Rousseau?
¿Dónde un sabio vendría a meditar
sino en las ciudades que se levantan y se caen?
6
En lo que respecta al poema: miremos al frente.
La poesía no es natural ni puede serlo.
No es una papa, su consumo no depende de la
menor o mayor oferta en el mercado; es y no es
un tubo de dentífrico, la poesía no es de todos,
modesto patán; la historia comienza por esto:
dar pasto a la mirada.
***
De No verás aun el fabuloso desierto.
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