lunes, 6 de enero de 2014

Detesto los ciclos cuando no son los de las mareas

MARÍA MORENO
Tomada de www.elpuercoespin.com.ar

(María Cristina Forero)
(Buenos Aires, Argentina, 1947)

“Me gustaría morir leyendo, nadie escuche en esta declaración la construcción pedante para una mitología intelectual, ya que podría leer cualquier cosa.”
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“Hay una impronta muy fuerte de Borges que marca una economía del lenguaje que se chupó al modernismo, su idea de una economía del lenguaje totalmente puritana, su idea de que el barroco es la infancia del escritor. Cuando viene la democracia y retornan algunos cronistas, como Tomás Eloy Martínez, Horacio Verbitsky o Miguel Bonasso, nadie recoge la crónica de herencia modernista. Ahí hay una escritura de duelo, como si no se pudiera gozar mientras se denuncia, como hace Pedro Lemebel. Habría que ser apolíneo con una lengua que contiene la palabra desaparecido.”
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De “Pronunciarás mi nombre en vano”: “También se nombra para agradecer la invitación a un Congreso o para incentivarla, bendecir discípulos, pagar mangazos sin contante ni sonante o extorsionar a los jóvenes para que se pronuncien contra el olvido, cuando no para honrar mecenas…”.
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"A veces, como a tantos, leer jugando me ha consolado de la tragedia.”

De Subrayados, Mardulce Editora, 2013.
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Cosita
Carta didáctica dirigida a una mujer y a todas las mujeres, a pesar de que se dice que ellas no aprenden nunca.

Querida mía:
Por lo que sé de ti últimamente quisieras ser la feliz poseedora de una conciencia. No lo consentiré ni por asomo. ¿No te contentas con haber llegado, con tu enorme y variada energía animal, a tener un alma? ¿Un alma que ha perturbado profundamente el ánimo de los filósofos? ¿No te bastó la hoguera de las brujas ni la hornacina de las santas, ni la matriz natural con que reproducen seres con las ínfulas de una copiona de Dios?
Ahora ambicionas el trono y el altar, interrumpir la economía universal y la cincha de las grandes potencias con tu realismo propio del doctorado doméstico, con tu infantil sentido de la equidad que consiste en preservar del progreso y su necesaria ley de transformación los reinos que te son más familiares: el animal y el vegetal (No digo el mineral porque a ti no te gustan las cosas que, como las piedras, no tienen sangre ni corazón, pero que en cambio tienen historia, una ciencia que según tu versión te ha jugado una mala pasada).
Bien, no voy a consentirte un solo paso más. ¡Atrás! O te encerraré en un zoológico modelo que funciona clandestinamente en Centroamérica, un zoológico donde la jaula de las feministas está al lado de la de los zorrinos.
Voy a recordarte qué es lo que quiero.
Quiero tu mirada perdida por un placer que sea el resultado meritorio de mis trabajos forzados. Quiero tus ojos grandes y derramados como los de un animal de presa (un bambi o una gacela, nunca un zorro). Quiero tus lágrimas cuando, partido como estoy entre el amor y el deseo, salgo en busca de otros cuerpos, para marcarlos uno por uno con una simiente que, no está de más decirlo, has aprendido a esterilizar con unos métodos antinaturales e incómodos.
Quiero tu atención magnetizada por el Falo.
Quiero tu fe en mí, cubriéndome como una Caperucita. Sí, como una Caperucita. ¿Acaso no te conmovían los hombres que accedían a tener un rasgo femenino?
Quiero tu boca bien pintada, para que yo pueda saber si has besado o no a algún otro. Quiero que selles con ella mi cuerpo, que esas marcas sean mis medallas de honor en la guerra de los sexos.
Quiero tus pechos lo suficientemente grandes como para apenas desbordar mis manos, pero no tanto como para evocarme su índole nutricia, que he olvidado.
Quiero que te muevas a mi compás como otro Yo Mismo y que tu desobediencia sea sólo para arrancarme un placer con el que no contaba.

Quiero tus dientes lo suficientemente duros para no hacerme cosquillas pero no tan filosos como para castrarme o dejarme una cicatriz duradera.
Quiero que te vistas siempre así, como una prostituta, pero no cuando vas al médico, y que no te asomen negras puntillas o cintos de raso por los bordes de tu ropa de calle. Que esas tramas abiertas que escriben sobre tu piel blanquísima sean el argumento del amor, resistentes y elásticos para mi barbarie en tono menor (dudo que mi dentadura pueda arrancarlos como mi antepasado, el lobo).
Quiero ver tu sexo sólo en el momento de poder taparlo con el mío, nada es tan desagradable como la animalidad de una mujer. Y nada hay de más animal que un sexo de mujer, un animal que engulle sin crecer ni morir. No quiero ver tu sangre, me bastó la de tu himen que necesité como prueba de que tu padre no me había engañado. Detesto los ciclos cuando no son los de las mareas o cuando no duran nueve meses.
Quiero tu instinto ágil y aleccionador para orientarme allí donde el conocimiento no llega. Pero si exageras, te llamaré bruja y te quemaré.
Quiero que me aceptes en tu cuerpo cuantas veces yo quiera, pero no tantas. Porque entonces te haré responsable de matar mi deseo en rutina o te acusaré de desear más allá de mí y te llamaré ninfómana.
Quiero que seas como una madre, no como la que tuve ni como la que deseé, sino como la que podría tolerar aunque no tan semejante como para que tu contacto me repugne.
Quiero tu mente en blanco, no tus maquinaciones de loca.
Te quiero muerta o dormida o, mejor, una mujer robot si no tuviera que escuchar en tu pecho dos corazones.
Quiero tu sangre para mi apellido (te dije que no me gusta verla), tu sexo como un guante, tu goce como una orden al mérito.
También te quiero como si fueras un hombre, que me recuerdes a los hombres sin que yo tenga necesidad de ellos. Quiero tu vida interior para saber quién vive ahí y tu pasado para saber a quién hay que matar.
Quiero un contrato que lleve solamente tu firma.
Quiero tu laboriosidad, no tus creaciones. Quiero tus manos para que me toquen o me curen y tus pies para que vengas a mí, constantemente, constantemente.
Quiero todo y a cambio de eso tú me quieres a mí, ¿no es cierto?
Entonces prométeme que vas a olvidarte de tener conciencia.
¿Acaso no te encanta que te llame “Cosita”?
Un beso de él.
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Demasiado tensa para ser hada
Querida Demasiado Tensa:
Quisiera no incurrir en una falta de delicadeza, pero ese hombre no es un ideólogo comprometido con los conflictos sociales y, si lo es, ¿qué tendrá que ver eso con su erotismo de repertorio? Francamente, usted confunde a un Apolo del placer con un perrito que cava ansiosamente una zanja en busca de un hueso. Si es absurdo hacerlo para tener cría, no es menos absurdo hacerlo para obtener una simple descarga neurológica. Usted no es el perro de Pavlov. ¿O sí? Un orgasmo no hace un Perú. Aunque por su edad deduzco que padece las secuelas de la revolución sexual. Todos hemos estado en Vietnam, a nuestro modo, querida, pero eso no la autoriza a arrojarse sobre el lecho como un comando palestino sobre un aeropuerto. La imaginación, el crescendo, las molduras, el tienta y niega, son los aparejos del placer, no la anestésica vuelta de la noria. Ya sé que es una estupidez suponer que los hombres recuerdan más a las mujeres con las que no que a las con que sí, pero no se puede vivir con el sí en el borde de las ligas. Recapacite y abandone esa gimnasia animal populista, que su cuarto ya debe oler a salón de entrenamiento de Luna Park. Dignidad, querida Demasiado Tensa. Dignidad. Mande a su ideólogo a hacer la mano muerta por Florida. Si es fetichista, regálele como objeto transaccional una botita de charol. Y usted, cómprese un perro de mediano formato, raza indiferente, austriaca.
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La náusea
Querida Asqueada:
Ojo por ojo, diente por diente, cutícula por cutícula. No le deje pasar una. Pero devuelva con altoparlante, con la magnificencia y exageración de los obispos vaticanos. ¿Que él deja El Gráfico sobre el sofá? Usted, a sacarse la tierrita de entre los dedos de los pies. ¿Que él dijo “se acabó la yerba”? Grítele desde el baño, sentada en el inodoro “¡Cómo! ¿No hay papel?” ¿Que él moja el pan en el plato mientras lee el diario? Aféitese las piernas sobre la mesa y deje la taza con la cera perlada de pelitos junto a la jarra de vino. ¿Que el diario que él lee se llama Diario de Poesía? Sugiérale que es impotente. ¿Que él le dijo que la vida de ambos es mediocre? Conteste mientras hojea ansiosamente un ejemplar de Playgirl: “¡Oh, oh, oh... ya lo creo que sí!” Coma ajo y cocine brócoli. Deje de usar desodorantes y repita doscientas veces por día: “¡Me cacho en Die!”.
¿Que su problema es que él se muestra repugnante y que yo pretendo ahora que la repugnante sea usted? Bueno, le voy a dar un truco que ni Mata Hari. Cómprese el libro de Irene Gruss El mundo incompleto, copie el poema titulado “Rara, como encendida”, fírmelo usted y envíelo para su publicación a Diario de Poesía. Él morirá de celos; Irene Gruss le hará un juicio. Alégrense ambas. Las mujeres que salen a la esfera pública son las más deseadas.

De A tontas y a locas, Sudamericana, 2001.
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ENTREVISTA
(Fragmento)
EL SÍ FACIL
¿Cómo se integra el azar a este trabajo?
-Yo escribo por encargo. Claro que no me encargan cualquier cosa, y en mi casa tampoco hay cualquier cosa: aunque hubiera buscado al tuntún, apretada por las circunstancias, no habría salido un libro muy diferente. En este caso elegí la convención de armar un catálogo de registros de mujeres, un registro temático. Me interesó hacer algunos pases: poner personas reconocidas como poetas pero con un cuento (como en el caso de Olga Orozco) o llamar “cuento” a un texto de Pizarnik que es mucho más complejo de definir. En general, la ficción para escribir algo está en que me lo demanden; pero si me demandan algo que no me gusta, me las arreglo para llegar al punto que quiero.
¿Nunca dice que no?
-No. Por eso tengo muchos problemas.
También le encargan cosas que suponen que María Moreno puede hacer.
-Claro. Cada vez que una mujer, en algún lugar del mundo, hace algo -por ejemplo, un tapiz-, se supone que yo debo tener alguna idea al respecto. Me parece que tiene que ver con lo que uno produce en el mercado. Si alguien saca una revista y no tiene muchas ideas, cantado que le hace un reportaje a Fogwill. Por la misma razón me encargan a mí cosas ligadas al género mujeres. 
¿Por qué terminó especializándose en el tema de la mujer?
-Porque no estoy segura de ser una. Pero eso es algo muy femenino. En mi caso, ser una no-mujer no me hace un hombre. Quizás ahí esté el motor que me llevó a pensar algo sobre género: a partir del síntoma, tuve que “profesionalizarme”. Hay un dicho zen que se puede adaptar. Dice así: cuando los hombres no saben zen, los hombres son hombres y las montañas, montañas; cuando empiezan a aprender zen, las cosas son más complicadas; cuando ya saben zen, los hombres son hombres y las montañas, montañas. ¿Cuál es la diferencia? Que levantaron los pies del piso. Se podría decir eso con respecto al camino del feminismo.
DESPEINADA 
¿Siempre trabaja de manera tan intuitiva?
-Yo no diría “intuitiva”. Hay diferentes supersticiones de los “artistas”, de los que hacen estas cosas que son tomadas como arte: hay tipos que tienen la fantasía del control sobre sus obras, y otros que no. Pertenezco a los segundos. En la lectura de esta antología eso se puede revertir o confirmar totalmente. Alguien dirá: “Evidentemente, esto es la obra de alguien que encontró las cosas por azar y mezcló todo de cualquier forma”. Yo no sé cómo salió. Me resulta muy difícil leerme después de publicar: otra manera de soñarme irresponsable, despeinada.
¿Las mujeres se despeinan? 
-Yo, totalmente. Aunque conjeturo que las mujeres no se despeinan, no muy a menudo. Si pensamos en Virginia Woolf y James Joyce, mi ocurrencia es que ella se maneja con cierto cuidado por la lengua mientras que él la rompe. Creo que en esos modelos hay algo que sigue sucediendo. En esta antología, tal vez algunas están más peinadas que otras. En general percibo que son mujeres de cierto orden, pero de diferentes órdenes entre ellas. Por poner el orden como un peinado.
¿Cómo restringió esos peinados a los cinco estilos que marcan los subtítulos de la antología, que además son títulos de mujeres (ver recuadro)? 
-Porque la mujer empieza sola (por eso “Un cuarto propio”) y termina en la política (por eso “La sangre de los otros”). Hay una expresión repugnante que dice “de lo privado a lo público”, es un sonsonete que primero resulta operativo y que rápidamente coagula en estribillo. Con respecto a los títulos, creo que se deben a la relación que tengo con el plagio. Paralelamente al no hacerme responsable de lo que firmo, también firmo cosas de otros con ese nombre que no es mío. Es muy interesante que en México le digan “plagio” al rapto: me pasa que, una vez que le robo algo a alguien, no lo puedo encontrar en ese alguien, no puedo encontrar ese texto en el libro del que lo robé. Como si lo hubiera raptado. Igual, como plagiaria soy una ladrona de gallinas: lo que robo son fetiches, una frase. Por ejemplo, “la criaron bien” de Colette. Claro que los plagios se valoran de diferentes maneras. Por ejemplo, todos los lacanianos hablan en lacaniano y ninguno lo considera un plagio, sino una transmisión.
Libertella se incluyó en una de las antologías que hizo, ¿por qué usted no se puso en Damas de letras?
-Porque no quise tener otro problema aparte del prólogo. Hubiera tenido que entregar otra cosa más... Lo pensé, por qué no. ¿Qué significa no incluirse, ese acto de abstención, sino brillar por la ausencia? No es por una ética de la modestia, nada por el estilo: es una pose. Si uno mezcla el mazo, ¿cómo no se va a beneficiar? Claro que lo pensé. Pero llegué tarde. Y me dejé afuera.

Fuente: Página /12, Radar libros, 1998.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char