lunes, 10 de febrero de 2014

Ahora está sentada en silencio, escuchando

PIA TAFDRUP 

(Copenhague, Dinamarca, 1952)

El abrevadero de los sueños

Aquel que tenga oídos para oír
escuchará un mar de música,
una corriente submarina de palabras
que se desliza por la penumbra y desaparece volando
con un recuerdo de nubes,
de sombras, de meandros
y del viento sobre la hierba.
Las aletas transparentes y de fina seda del pez,
una anal, una dorsal y una caudal,
dos ventrales y dos pectorales,
siete alas para viajar a la velocidad de la sangre
a través de los mares del mundo,
noche tras noche,
entre cráneos de delfines, caracoles
y ostras fósiles, entre verdes algas
que durante el día relumbran como una eterna primavera.
Siete colores en un arco iris
para surcar el cielo
como el primer ciervo del año
brincando por los campos.
Siete colores en un arco iris,
trazados con geometría
sobre el firmamento del alma,
mucho antes de que el más antiguo vertebrado
poblara el agua, una era
antes de que los primeros subieran a la tierra
para después dar vida a anfibios,
reptiles, aves y por fin a aquella
que ahora está sentada en silencio, escuchando.
Aquel que tenga ojos para ver
tendrá que escuchar bien
cuando caiga la lluvia, cuando las gotas
resuenen como la luz en la música,
puras como la primera eyaculación del muchacho,
y sobre todo después,
cuando un arco iris acústico
entre formaciones rocosas y altas montañas
ardiendo tenuemente se eleve desde el polvo
desplomándose hacia arriba,
y es entonces que uno, en un palpitante destello azul,
con euforia amará su propia vida,
porque es de uno,
y uno sabe que se cerrará
como la puerta de este poema
que ahora termina dando un portazo.

Traducción del danés de Thomas Boberg y Renato Sandoval
***

Me baño en la quieta luz de una gota
y recuerdo cómo llegué a ser:
Un lapicero puesto en la mano,
la fresca mano de mi madre sobre la mía, cálida.
— Y así nos pusimos a escribir
entrando y saliendo de corales,
un alfabeto submarino de arcos y puntas,
de caracoles espirales, de estrellas marinas,
de blandientes tentáculos de pulpos,
de grutas y formaciones rocosas.
Letras que con sus cilios se abrían paso
vertiginosamente entre lo blanco.
Palabras como lenguados aleteando
y enterrándose en la arena
o anémonas oscilantes con sus cientos de hilos
en un quieto y único movimiento.
Frases como cardúmenes
que se hicieron de aletas y ascendían
y también de alas que en compás se agitaban,
palpitando como mi sangre que a tientas
golpeaba estrellas contra el cielo nocturno del corazón;
fue cuando vi que su mano había soltado la mía,
que yo hacía mucho, escribiendo, me había desasido de ella.


Traducción de Renato Sandoval y Thomas Boberg
***
Cárcel rosa

(...)
El mundo existe
donde están los ojos de mi padre. Le enseño
salidas,
las ventanas de todas las habitaciones, las puertas.
El edificio no es una cárcel, yo vuelo
por nosotros dos
contra vientos de hielo.
Desciende una red de silencio,
ella junta los trozos rotos, junta el mundo de él, mi madre.
La luz flotante de las rosas.
Que ella no va a pasar las noches aquí
es un misterio,
ella no dormirá
ni en la cama de mi padre ni en el sofá-
entonces, ¿es un hotel? ¿Un hospital? ¿Una cárcel?


Traducción de Francisco J. Uriz.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char