domingo, 9 de febrero de 2014

El día y la noche arden...

Carta a su esposa de un soldado británico en la Primera Guerra Mundial

“Oh Señor, si alguna vez alguien tuvo miedo, absolutamente aterrorizado, a la muerte, ese alguien era el muchacho que yo soy. He perdido prácticamente todo el patriotismo que me quedaba. Todo el mundo está totalmente harto y a nadie le importa un rábano. Lo único que cada uno quiere es acabar con esto e irse a casa. Ésta es honestamente toda la verdad.”
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2 de mayo de 1918
Cariño mío
Soldados británicos
 en Paschendaele
Ahora, si no hay problemas, vas a saber todo sobre lo que pasa aquí. Sé que te llevarás una gran sorpresa cuando te llegue esta carta (espero que te llegue sin contratiempos). ¡Si alguna autoridad la ve...! Claro, tú has supuesto bien dónde tendría mi primera experiencia en la línea. Sí, fue en el saliente de Yprès... Oh!, el de aquella noche fue un encantador "bautizo de fuego". Teníamos que excavar y temprano en la mañana comenzó el ametrallamiento. Oh Señor, si alguna vez alguien tuvo miedo, absolutamente aterrorizado, a la muerte, ese alguien era el muchacho que yo soy. Uno de mi sección se asustó al ver una granada caer a dos metros de nuestra trinchera justo cuando alguien con instinto de líder iba hacia una cima; yo, sin embargo, me quedé quieto como una roca: éramos doce hombres cuando entramos en combate; salí con tres... Oh! Eso fue horrible.
Supongo que te gustará saber como está aquí el ánimo de los hombres. Bien, la verdad es que (y como te dije antes, me fusilarán si alguien de importancia coge esta misiva) todo el mundo está totalmente harto y a nadie le queda ya nada de lo que se conoce como patriotismo. A nadie le importa un rábano si Alemania tendrá Alsacia, o si la tendrá Bélgica o Francia. Lo único que cada uno quiere es acabar con esto e irse a casa. Ésta es honestamente la verdad, y cualquiera que haya estado aquí en los últimos meses te dirá lo mismo. De hecho, y esto no es una exageración, la mayor esperanza de la gran mayoría de los hombres es que los disturbios y las protestas en casa obliguen al gobierno a acabar con esto como sea. Ahora ya sabes el real estado de la situación.

Yo también puedo añadir que he perdido prácticamente todo el patriotismo que me quedaba, sólo me queda pensar en los que estáis allí, en todos a los que amo y que confiáis en mí para que haga el esfuerzo que sea necesario para vuestra seguridad y vuestra libertad. Esto es lo único que me mantiene y me da fuerzas para soportarlo todo. En cuanto a la religión, que Dios me perdone, no ocupa ni uno entre un millón de todos los pensamientos que cada hora inundan la mente de los hombres. 

Dios te bendiga, cariño, y a todos los que amo y me aman, porque sin su amor y confianza, desfallecería y fracasaría. Pero no te preocupes corazón mío porque seguiré hasta el final, así este sea amargo o dulce, con el amor siempre como mi primer pensamiento y cuidado, mi guía inspiradora y mi aliciente.
Au revoir mi amor, y que Dios te mantenga segura hasta que amaine la tormenta, con el amor más profundo de todo mi corazón. Tu amor,

Laurie

Tomado de http://cartasenlanoche.blogspot.com.ar
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De Heinz Schroeter, que informó desde el cerco de Stalingrado
(También escribió el mejor libro sobre la batalla, llamado "Stalingrado, hasta la última bala". Schroeter escribió las cartas desde el punto de vista de los soldados alemanes con los que había convivido durante el asedio.) 
Primera carta de Stalingrado: 

…Mi vida no ha cambiado en nada; es ahora como hace diez años, bendito por las estrellas, maldito por los hombres. No tuve amigos, y tu sabes por qué no querían saber nada de mí. Era feliz cuando podía sentarme al telescopio y mirar al cielo y al mundo de las estrellas, feliz como un niño al que le permiten jugar con los astros. 
... Fuiste mi mejor amiga, Mónica. Sí, lees bien, fuiste. El momento es demasiado serio como para bromas. Esta carta tardará en llegarte dos semanas. Por entonces ya habrás leído en los periódicos lo que ha tenido lugar aquí. No pienses mucho en ello, porque en realidad todo habrá terminado de forma diferente; deja que los demás se preocupen de la "película de los hechos".¿Qué son ellos para ti o para mí? Siempre pensaba en años luz, pero sentía en segundos. Además, aquí tengo mucho trabajo con el tiempo. Somos cuatro, y si las cosas continúan como hasta ahora podemos darnos por contentos.

Lo que hacemos es muy sencillo. Nuestro tarea consiste en medir las temperaturas y la humedad, informar sobre la visibilidad y los bancos de nubes.
Si algún burócrata leyera lo que aquí escribo obtendría una flagrante violación de la seguridad militar. Mónica, ¿qué es nuestra vida comparada con los muchos millones de años del cielo estrellado?. En esta hermosa noche, Andrómeda y Pegaso están justo sobre mi cabeza. Las 
he mirado mucho tiempo; pronto estaré muy cerca de ellas. Mi paz y mi felicidad se las debo a las estrellas, de las cuales tu eres la mas bella para mí. Las estrellas son eternas, pero la vida de un hombre es como una mota de polvo en el universo.

A mi alrededor todo se derrumba, un ejercito entero muere, el día y la noche arden... y cuatro hombres se atarean con informes diarios sobre temperaturas y bancos de nubes. No sé mucho sobre la guerra. Ningún ser humano ha muerto por mi mano. Nunca he disparado munición real con mi pistola. Pero sé muy bien una cosa: la otra parte nunca ha mostrado ni una pizca de comprensión por sus hombres. Me habría gustado contar estrellas unas cuantas decadas más, pero ahora nada parece ir en ese sentido. 


Saludos cordiales
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Segunda carta 

Hoy hablé con Hermann. Está al sur del frente. A unos cientos de metros de mí. No queda mucho de su regimiento. Pero el hijo de B. el panadero todavía está con él. Hermann aún tenía la carta en la que nos contabas la muerte de papá y mamá. Le hablé una vez más, por ser el hermano mayor, e intenté consolarle, aunque yo también estoy al límite. Es bueno que papá y mamá no sepan que Hermann y yo nunca volveremos a casa. Es muy duro el que tengas que cargar con el peso de cuatro personas muertas a lo largo de toda tu vida. 

...Yo quería ser teólogo, papá quería tener una casa, y Hermann quería construir fuentes. Nada ha salido como debiera. Tu sabes como está la cosa en casa, y nosotros sabemos demasiado bien lo que pasa aquí. No, la verdad es que esas cosas que planeamos no han salido como imaginábamos. Nuestros padres están enterrados bajo las ruinas de su casa, y nosotros, aunque suene irónico, estamos enterrados con unos cientos o más de hombres en una trinchera en la parte sur de la bolsa. Pronto, estas trincheras estarán llenas de nieve. 
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Cuarta carta 

El Fuhrer nos hizo la firme promesa de sacarnos de aquí; nos lo leyó y creimos en ello firmemente. Incluso ahora aún lo creo, porque he de creer en algo. Si no es cierto ¿en que otra cosa podría creer? Dentro de poco no tendré necesidad de primavera, verano o de algo agradable. Por lo que, abandoname a mi destino, querida Greta; toda mi vida, al menos ocho años de ella, creí en el Fuhrer y su palabra. Es terrible como dudan aquí, y vergonzoso escuchar lo que dicen sin poder responder, porque los hechos están de su parte.

En enero cumplirás veintiocho. Eso es ser aún muy joven para una mujer guapa, y me gustaría poderte decir este cumplido una y otra vez. Me echarás mucho de menos, pero incluso así, no te aisles. Deja pasar unos meses, pero no más. Gertrud y Claus necesitan un padre. No olvides que debes vivir para los niños y no les hables demasiado de su padre.
Los niños olvidan pronto, especialmente a esa edad. Fíjate bien en el hombre que elijas, toma nota de sus ojos y de la presión de su apretón de manos, como fue nuestro caso, y no te equivocarás. Pero sobre todo, anima a los niños a ser personas rectas que puedan llevar la cabeza bien alta y mirar a todo el mundo directamente a los ojos. Te escribo estas líneas apenado. No me creerías si te dijera que ha sido fácil, pero no te preocupes. No me asusta lo que se avecina. Repítete a ti misma y a los niños cuando sean mayores que su padre nunca fue un cobarde, y que ellos nunca deben serlo. 


Saludos cordiales
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de "Last Letters From Stalingrad", traducidas por Franz Schneider and Charles Gullans. La editorial es William Morrow and Company, de Nueva York.
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El soldado Harry Lewis-Lincoln murió mientras combatía con su regimiento en Hill 60 cerca de Ypres, en Bélgica, el 5 de mayo de 1915.

"El viernes por la mañana nos vamos por la costa directamente a Bélgica, se supone que no te puedo contar esto." "Si los alemanes se hubieran apoderado de dicha información, habría sido desastroso porque siempre querían saber dónde estaban las unidades y los movimientos de las tropas." "Si nunca regreso a casa, dejo al niño a tu cargo y sé que harás lo mejor para él."
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Carta de Hiroshima 
por Tamiki Hara
(1905-1951) 

El 6 de agosto de 1945 me levanté hacia las 8 de la mañana. La noche anterior había habido dos señales de alarma pero no se produjo ningún bombardeo... 

De pronto recibí un golpe en la cabeza y todo se obscureció ante mis ojos. Lancé un grito y levanté los brazos. En medio de las tinieblas lo único que escuchaba era un silbido como el de una tempestad. No lograba comprender lo que pasaba. Mi propio grito lo oí como si hubiera sido proferido por otra persona. 
Luego, todo lo que me rodeaba comenzó a ser nuevamente visible, aunque algo confuso, y tuve la impresión de encontrarme en un sitio dónde se hubiera producido un espantoso cataclismo. Tras las espesas nubes de polvo apareció el primer trozo de cielo azul, seguido inmediatamente de otros, cada vez más numerosos. 
Pequeñas llamas comenzaron a salir del edificio contiguo, que era un depósito de productos farmacéuticos. Había que escapar de allí. Así que , en compañía de K, me abrí camino entre los escombros. 
El humo se elevaba de todas las casas en ruinas formando torbellinos. Llegamos a un lugar donde las llamas despedían un calor insoportable. Luego desemboscamos en otra calle que nos condujo hasta el puente de Sakae. 
El número de refugiados que acudía hacia este sitio aumentaba sin cesar. Tomé la dirección del palacio Izumi... 
Al comienzo, cada cual creyó que sólo su casa había sido alcanzada. No era sino al salir a la calle cuando uno se daba cuenta de que todo estaba destruido.... 
De pronto vi en el cielo una masa de aire extraordinariamente transparente que remontaba el curso del río. Apenas tuve tiempo de gritar: "¡UNA TROMBA!", cuando ya un viento terrible nos había alcanzado. 
Los arbustos y árboles comenzaron a temblar y algunos fueron lanzados por los aires, volviendo a caer como flechas en el caos sombrío... 
Inmediatamente después de que hubo pasado la tromba el crepúsculo invadió el cielo. Encontré a mi hermano mayor: tenía el rostro como si estuviera recubierto de una delgada capa de pintura gris, y su camisa en jirones dejaba ver en la espalda una herida ancha como una quemadura de sol. 
Avanzaba con él a lo largo del estrecho muelle que bordea el río cuando encontré una multitud de personas completamente desfiguradas. Estaban dispersas a todo lo largo del río y sus sombras se proyectaban en las aguas. Tenían el rostro tan horrorosamente hinchado que era difícil distinguir a los hombres de las mujeres. Sus ojos eran apenas dos ranuras y los labios mostraban una fuerte inflamación. 
Casi todos agonizaban ya y sus cuerpos enfermos estaban desnudos. Cuando pasábamos junto a esos grupos nos pedían con una voz débil : "¡DENME UN POCO DE AGUA!" "¡AUXILIO, POR FAVOR!". Casi todos nos pedían algo. 
El cadáver desnudo de un hombre joven aparecía en el río, junto a la orilla. A un metro de allí, dos mujeres se hallaban en cuclillas sobre un escalón. Sus cabezas parecían haber aumentado el doble de su tamaño y tenían los rasgos horriblemente deformados. Reconocí que eran mujeres sólo por su cabellera quemada a medias... 
Un soldado, en cuclillas a la orilla del río me pidió que le diera un poco de agua caliente. Apoyándose en mí hombro avanzó con gran esfuerzo sobre la arena. Súbitamente me dijo "¡MAS VALDRÍA ESTAR MUERTO!". Asentí con la cabeza y en ese instante sin intercambiar una sola palabra, los dos nos sentíamos unidos por la misma cólera incontenible ante la demencia de cuanto nos rodeaba... 
Cuando subió la marea abandonamos la orilla y volvimos a subir al muelle. En la oscuridad de la noche se transformaba en un infierno. Los gritos resonaban por todas partes "AGUA, AGUA". De pronto se oyó la señal de alarma. En algún sitio debió haber quedado una sirena intacta. Su alarido desgarró las tinieblas. La ciudad seguía ardiendo: río abajo se advertía el resplandor incierto del incendio. 
A la mañana siguiente, en el barrio del templo, numerosos heridos graves yacían por todas partes, tirados por el suelo. Ni un árbol ni una tienda que les diera un poco de sombra. Nos construimos un techo apoyando unas tablas delgadas contra un muro, y nos deslizamos bajo ellas. Pasamos veinticuatro horas en aquel reducido espacio compartido por seis personas. 
A dos metros de distancia había un cerezo que conservaba algunas hojas. dos colegialas se habían tumbado bajo el árbol. Ambas tenían el rostro carbonizado y suplicaban que se les diera un poco de agua. Habían llegado a Hiroshima la víspera , para ayudar en la recolección, y allí las sorprendió la tragedia. El sol estaba ya en el ocaso. 
Aun antes de que amaneciera oímos en torno a nosotros el murmullo ininterrumpido de las oraciones: al parecer, en aquél rincón los heridos morían uno tras otro. Las dos colegialas expiraron antes del amanecer. 
Hacia el mediodía hubo una nueva señal de alarma. se oyó un zumbido en el cielo. La gente seguía muriendo y nadie venía a recoger los cuerpos. Con aire ausente los vivos erraban entre los cadáveres. 
Pdían verse todos los escombros de las calles principales... 
Todo cuanto fue humano había sido borrado. Los rostros de los cadáveres se parecían como si todos llevaran la misma máscara. Antes de morir los agonizantes agitaban los miembros a causa del dolor, pero lo hacían con un ritmo sumamente extraño... 
Nuestro carricoche recorría interminables espacios cubiertos de escombros... No encontramos ni un sitio verde e intacto hasta que hubimos atravesado Kusatsu. La danza ligera de las libélulas que jugueteaban sobre los verdes arrozales nos conmovió profundamente. 
Allí tomamos la carretera larga y monótona que conduce a la ciudad de Yawata. Cuando llegamos era denoche... 
Advertimos no solamente que entre los heridos no había mejoría sinó que además los sanos se debilitaban cada día hasta perecer por falta de comida. 
Algunos días más tarde vi llegar a un niño, mi sobrino, que debía morir algún tiempo después. En el momento de la explosión se encontraba en la escuela. Cuando advirtió que el resplandor eceguecedor entraba en la sala de clase, se tiró bajo el pupitre. El cielo raso se desprendió y lo cubrió de escombros, pero en compañía de algunos compañeros logró escapar por un boquete. La mayoría de los niños murieron en el acto... 
Hacia el atardecer crucé el puente y me dirigí a campo traviesa en dirección del montículo que se encuentra en la orilla del Yawata. Una libélula negra secaba sus alas posada sobre una roca. Me bañé en el río respirando profundamente. Volví la cabeza y ví las faldas de la montaña envueltas en la bruma del crepúsculo, mientras las cimas distantes brillaban todavía con los reflejos del sol poniente. Se habría dicho un paisaje de sueño. Sobre mi cabeza, el cielo, en un silencio absoluto. 

Tuve la impresión de no haber venido al mundo sino despuès de la bomba atómica. 

Tamiki Hara 
(Tras sufrir las secuelas de la radiación atómica desde 1945, Tamiki Hara se suicidó en 1951)

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char