RICARDO PALMA
(Lima, Perú, 1833-Miraflores, Lima, id., 1919)
TORPEDO
Hablaba un diputado en el Congreso
de Lima, Quito, Bogotá o Santiago
pues fiel memoria de lugares no hago
y nada importa el sitio del suceso.
–Si queréis gloria, libertad, progreso,
a Roma contemplad. Mirad que estrago
causa el puñal de un Bruto dando en pago
de tiranía vil muerte a un obseso.
¡Y Roma se salvó! Mas un tunante
de aquellos que en la barra echan venablos
gritó, del aguardiente en los eructos:
Esa es grilla, señor preopinante
Si un bruto salvó a Roma, ¿cómo diablos
No salvan a esta patria tantos brutos?
***
LA POESÍA
–¿Es arte del demonio o brujería
esto de escribir versos? –le decía,
no sé si a Campoamor o a Víctor Hugo
un mozo de chirumen muy sin jugo.
–Enséñame maestro, a hacer siquiera
una oda chapucera.
–Es preciso no estar en sus cabales,
para que un hombre aspire a ser poeta;
pero en fin, es sencilla la receta:
forme usted líneas de medidas iguales,
luego en fila las junta,
poniendo consonantes en la punta.
–¿Y en el medio?
–¿en el medio?
¡Ese es el cuento!
¡Hay que poner talento!
***
A Aníbal Galindo
De heroísmo verdadero,
fue una edad que ya se aleja.
¡Os hace falta un Homero,
tiempos de la patria vieja!
De aquel general que pudo,
de Ayacucho en la victoria,
dejar de palmas desnudo
todo el árbol de la gloria;
del bravo entre los mejores,
que dijo: arma a discreción,
y paso de vencedores,
oídme una tradición.
Espartaco en bizarría
era el gallardo doncel:
mozo que a nadie cedía
del heroísmo el laurel.
Es la civil disensión
y es un campo de batalla:
De ancho llano en la extensión
siembra muertos la metralla.
Héroe de la antigua Grecia
transportado al Mundo Nuevo,
allí do el combate arrecia
se ve impávido al mancebo.
¡Oh, cuánta estéril hazaña!
¡Cuántos tajos y reveses!
Así bajo la guadaña
del segador caen las mieses.
–¡Ríndete –le grita alguno–,
tu esperanza es ilusoria…
Somos ciento y eres uno,
y es nuestra ya la victoria.
Con tranquilo parecer
y altanero sonreír
–Si es imposible vencer
no es imposible morir,
dijo el soberbio adalid,
y espoleando su bridón
cayó en la revuelta lid
destrozado el corazón.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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