sábado, 31 de mayo de 2014

Hay que entrar en sí mismo armado hasta los dientes

PAUL VALÉRY 

(Francia, 1871-1945) 

A André Gide: “Por favor jamás me llames poeta. No soy un poeta, sino el Señor-que-se-aburre... Toda belleza me repele; sólo la Expresión me conquista”.

Teoría poética y estética
(Fragmento)

Me gustan esos amantes de la poesía que veneran demasiado lúcidamente a la diosa para dedicarle la flojedad de su pensamiento y el relajamiento de su razón. Saben que no exige el sacrifizio dell’Intelletto. Ni Minerva, ni Palas, ni Apolo cargado de luz aprueban esas abominables mutilaciones que algunos de sus desorientados devotos infligen al organismo del pensamiento; los rechazan con horror, portadores de una lógica sangrienta que acaban de arrancarse y quieren consumir sobre sus altares. Las verdaderas divinidades no gustan de las víctimas incompletas.

Hay que pagar a un precio desconocido el placer de no utilizar lo conocido.

En todo tema, y antes de todo examen de fondo, considero el lenguaje; tengo la costumbre de proceder a la manera de los cirujanos que primero purifican sus manos y preparan el campo operatorio. Es lo que llamo la limpieza de la situación verbal. Perdónenme esta expresión que asimila las palabras y las formas del discurso a las manos y a los instrumentos de un operador.

Ni el sueño ni la ensoñación son necesariamente poéticos, pueden serlo, pero las figuras tomadas al azar sólo por azar son figuras armónicas.

La ejecución del poema es el poema. Fuera de ella, esas sucesiones de palabras curiosamente reunidas son fabricaciones inexplicables.

Las obras del espíritu, poemas u otras, se refieren únicamente a aquello que dio origen a lo que les dio origen, y absolutamente a nada más.

Todo acto del espíritu mismo está siempre acompañado de cierta atmósfera de indeterminación más o menos sensible.

Me excuso por esta expresión. No encuentro otra mejor.

Es importante oponer tan claramente como sea posible la emoción estética a la emoción ordinaria. La separación es bastante delicada de realizar, pues nunca se ha cumplido en los hechos. Siempre encontramos mezclados con la emoción poética esencial la ternura o la tristeza, el furor, el temor o la esperanza; y los intereses particulares del individuo no dejan de combinarse con esa sensación de universo, que es característica de la poesía.

He dicho: sensación de universo. He querido decir que el estado o emoción poética me parece que consiste en una percepción naciente, en una tendencia a percibir un mundo, o sistema completo de relaciones, en el cual los seres, las cosas, los acontecimientos y los actos, si bien se parecen, todos a todos, a aquellos que pueblan y componen el mundo sensible, el mundo inmediato del que son tomados, están, por otra parte, en una relación indefinible, pero maravillosamente justa, con los modos y las leyes de nuestra sensibilidad general. Entonces esos objetos y esos seres conocidos cambian en alguna medida de valor. Se llaman unos a otros, se asocian de muy distinta manera que en las condiciones ordinarias. Se encuentran —permítanme esta expresión— musicalizados, convertidos en conmensurables, resonantes el uno por el otro. Así definido, el universo poético presenta grandes analogías con el universo de los sueños.

Todas las artes han sido creadas para perpetuar, cambiar, cada una según su esencia, un momento de efímera delicia en la certidumbre de una infinidad de instantes deliciosos. Una obra no es otra cosa que el instrumento de esta multiplicación o regeneración posible.

Esos momentos de un valor infinito, esos instantes que dan una especie de dignidad universal a las relaciones y a las intuiciones que engendran, son no menos fecundos en valores ilusorios o incomunicables. Lo que vale sólo para nosotros no vale nada. Es la ley de la Literatura. Esos estados sublimes son en realidad ausencias en las que se encuentran maravillas naturales que solamente se hallan allí, pero tales maravillas son siempre impuras, quiero decir mezcladas con cosas viles o vanas, insignificantes o incapaces de resistir la luz exterior, o si no imposibles de retener, de conservar. En el resplandor de la exaltación no es oro todo lo que reluce.

Es un hecho fácil de observar que todos los movimientos automáticos que corresponden a un estado del ser, y no a un fin figurado y localizado, requieren un régimen periódico; el hombre que anda requiere un régimen de esta clase; el distraído que balancea un pie o que tamborilea sobre los cristales; el hombre en profunda reflexión que se acaricia el mentón, etc.

Paul Valéry©
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El señor Teste
(Fragmento)

Hay que entrar en sí mismo armado hasta los dientes.
Hacer en sí la gira del "propietario".
Estado de un ser que ha terminado con las palabras abstractas–
que ha roto con ellas.

Crear una especie de angustia para resolverla.
La partida jugada consigo mismo.
La acción sobre los otros jamás se olvida de su mecánica– de las cantidades y las intensidades,
de los potenciales–y no solamente los trata como sí–mismos, sino como máquinas, animales; de ahí un arte.
"Es una de mis observaciones más antiguas y que tengo la debilidad de preferir, la de que los hombres se asemejan más mientras más corto sea el tiempo durante el que se les observa, al grado de que en el instante no se distinguen ya; y otra, no menos cara a mi espíritu la de que esa semejanza, crecida hasta la identidad resulta de la intensidad de sus emociones".
(Cf. Sr. Teste.) Es natural investigar si estos dos aspectos-límites de la identificación (neuropsíquica) no se vincularían.
Por otra parte, la prisa basta –la sorpresa, etcétera.
Existen pues condiciones en los límites.

El fondo del pensamiento está empedrado de encrucijadas.
Yo soy el inestable.
El espíritu es la posibilidad máxima –y el máximo de capacidad de incoherencia.
El YO es la respuesta instantánea a cada incoherencia parcial–que es excitante.

No quiero tomar prestado del mundo (visible) más que fuerzas –no formas, sino de qué hacer formas.
Nada de historia –nada de decorados– sino el sentimiento de la materia misma, roca, aire, aguas, materia vegetal– y sus virtudes elementales.
Y los actos y las frases –no los individuos y su memoria.

Lo primero es recorrer el dominio.
Después se pone un cerco, pues aunque esté limitado por otras
circunstancias exteriores, se quiere estar para algo en esta limitación
que no ha sido deseada.
El hombre trata de querer lo que no ha querido.
Se le da una prisión de la que dice: Me encierro.
Se queda uno encerrado allí tanto como el que ha contado las
piedras–o tanto como las frases que uno ha podido trazar sobre
los muros, no los pueden derrumbar.

A nadie se le ocurriría la idea de explicar el movimiento por medio de consideraciones sobre el color mientras que lo contrario es o ha sido intentado. Hay pues desigualdades. Es que tal vez somos fuentes de movimiento y no de colores–y que este poder es la condición de la explicación.
Digo: fuentes. Pero como lo somos de dolor o voluptuosidad.
Sentimos "venir de nosotros" algunas... (no sé como decirlo)–
algunas modificaciones– de los valores–de las dimensiones,
de las "sensaciones"– de las "aceleraciones" que son a la vez las más nuestras y las más ajenas, nuestros amos, nuestros nosotros del presente y del momento siguiente.
Cómo describir este fondo tan variable y sin referencia, que tiene las relaciones más importantes, pero también las más inestables, con "el pensamiento". Sólo la música
es capaz de ello. Especie de campo que domina estos fenómenos de la conciencia -imágenes,
ideas que sin él no serían más que combinaciones, formaciones simétricas de todas las combinaciones.
Cf. Sr. Teste –oposición épica de esta objetividad y del campo en cuestión.

La mente no debe ocuparse de las personas: De personis non curandum.

Lo que verdaderamente importa a alguien –entiendo por este alguien al que es único y está solo por esencia– es justamente lo que lo hace sentir que está solo.
Es lo que se le aparece cuando está verdaderamente solo (aunque materialmente esté con otros).
Considerar nuestras emociones como tonterías, debilidades, inutilidades, imbecilidades, imperfecciones; como el mareo y el vértigo de la altura que son humillantes.
...Algo en nosotros, o en mí, se rebela contra la potencia inventiva del alma sobre la mente.
...A veces es ALGUIEN completamente extraño al cuerpo y a la sensibilidad,
a los otros intereses de SI, quien toma la palabra.
El ve y califica fríamente la vida, la muerte, el peligro, la pasión, todo lo humano del ser – como si fuera otro, un testigo todo inteligencia...
¿Es el alma?
Ciertamente no; pues está como más allá de toda "afectividad".
Es conocimiento puro con una especie de singular desprecio y despego del resto –como vería un ojo lo que ve, sin otorgar valor alguno no cromático... Este contaría los botones del chaleco del verdugo...
Yo desprecio lo que sé –lo que puedo. Lo que puedo es de la misma debilidad o fuerza que mi cuerpo. Mi "alma" comienza en el mismo punto en que ya no veo, en que ya no puedo nada–donde mi mente se sierra a sí misma al cambio– y volviendo de las más grandes profundidades, mira con pena... lo que marca la línea de sonda y lo que trae la nasa en que se encuentra la miserable presa cogida en el mediocre abismo... ¡Cuánto dolor, cuántas dichas por esta captura! Y qué es lo más ridículo: ¿lamentarse o alegrarse ante lo que uno se responde?
La única esperanza del hombre es el descubrimiento de los medios de acción que disminuyen su mal y acrecientan su bien, es decir que directa o indirectamente den a su sensibilidad con qué actuar sobre sí misma, según ella misma.
Aquí un balance de lo que ha sido hecho en ese sentido. La sensibilidad es todo, soporta todo, evalúa todo.

Las "Ideas" son para mi los medios de transformación Y, por consiguiente, las partes o momentos de algún cambio.
Una "idea" del hombre "es un medio de transformar una cuestión".

Estás lleno de secretos que llamas yo.
Tú eres la voz de tu desconocido.

No tengo ninguna necesidad de los sentimientos de los demás y no me da ningún placer tomarlos prestados. Me bastan los míos. En cuanto a las aventuras, me pueden divertir a condición de que no perciba que las puedo modificar sin esfuerzo.

No tengo ninguna necesidad de nada. Aun la palabra necesidad no tiene sentido para mí. Así pues haré una cosa. Me daré una finalidad; y sin embargo no hay nada fuera de mí. Haré incluso seres que me asemejen un poco y les daré ojos y una razón. Les daré también una muy vaga sospecha de mi existencia de tal manera que sean llevados a negármela por medio de esta razón que les he conferido; sus ojos estarán hechos de tal forma que puedan ver una infinidad de cosas pero no a mí.
Hecho esto les daré por ley adivinarme, verme a pesar de sus ojos y definirme a pesar de su razón.
Y yo seré el premio de este enigma. Me daré a conocer a aquellos que acierten en la charada universo y que desprecien lo suficiente estos órganos y estos medios que yo he invitado para sacar conclusiones contra su evidencia y contra su claro pensamiento.

Yo no estoy vuelto hacia el mundo. Tengo la cara contra el MURO. No hay nada de la superficie del muro que me sea desconocido.

Para mí, dice, los sentimientos más violentos se presentan con algoen ellos–un signo–que me dice que debo despreciarlos. Simplemente los siento venir de más allá de mi reino, lo ya llorado, lo ya reído.

El dolor es debido a la resistencia de la conciencia a una dispocisión local del cuerpo. Un dolor que pudiéramos considerar lúcidamente y que pudiéramos como circunscribir se convertiría en sensación sin sufrimiento–y tal vez llegaríamos por ese medio a conocer alguna cosa diferente de nuestro cuerpo profundo–, conocimiento del orden del que encontramos en la música. El dolor es una cosa muy musical: casi se puede hablar de él en términos musicales. Hay dolores graves o agudos, los hay andante y furioso, los hay de notas prolongadas, de puntos de órgano, arpegio, progresiones–silencios bruscos, etcétera.

Bien (dice el señor Teste), lo esencial está contra la vida.

Libertad-Generalidad.

Todo lo que hago y pienso no es sino espécimen de mi posible.

El hombre es más general que su vida y sus actos. Está como previsto para más eventualidades de las que puede conocer.
El señor Teste dice: Mi posible no me abandona jamás.

Y el Demonio le dice: Dame una prueba. Demuestra que eres todavía el que has creído ser.

Traducción de Salvador Elizondo.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char