sábado, 24 de mayo de 2014

Me he inclinado para recibir el sol

GIUSEPPE  UNGARETTI

(Alejandría, Egipto, 1888 - Milán, Italia, 1970) 

A LA SALIDA

Quién viniera conmigo a través de los campos

El sol se esparce en diamantinas
gotas de agua
sobre la frágil hierba

Me recuesto con
el placer
del apacible corazón del universo

Las montañas crecen
en corrientes de sombra lila
y se perfilan contra el cielo

En la luminosa cúpula arriba
el hechizo se ha roto

Y yo retorno hacia mí
y anidado me escondo dentro de mí mismo

Versión de Rafael Díaz Borbón
***
Los ríos
Cotici, 16 de agosto de 1916

Me apoyo en este árbol mutilado
Abandonado en esta torca
Que tiene la languidez
De un circo
Antes o después del espectáculo
Y miro
El pasaje tranquilo
De las nubes sobre la luna

Esta mañana me he tendido
En una urna de agua
Y como una reliquia
He reposado

El Isonzo corriendo
Me suavizaba
Como a una de sus piedras
He levantado mis cuatro huesos
Y me he marchado
Como un acróbata
Sobre el agua

Me he acurrucado
Junto a mis trapos
Sucios de guerra
Y como un beduino
Me he inclinado para recibir
El sol

Este es el Isonzo
Donde mejor
Me he reconocido
Una dócil fibra
Del universo.

Mi suplicio
Es cuando
No me creo en armonía

Pero esas ocultas
Manos
Que me deslíen
Me regalan
La rara
Felicidad

He repasado
Las épocas
De mi vida

Estos son
Mis ríos

Este es el Serchio
En el que han bebido
Dos mil años tal vez
De mi gente campesina
Y mi padre y mi madre.

Este es el Nilo
Que me ha visto
Nacer y crecer
Y arder de inconsciencia
En las extensas llanuras

Este es el Sena
Y en su turbulencia
Me he mezclado
Y me he conocido

Estos son mis ríos
Reunidos en el Isonzo

Esta es mi nostalgia
Que en cada uno
Me trasparenta
Ahora que es noche
Que mi vida me parece
Una corola
De tinieblas

Versión de Jorge Aulicino
***
SOLDADOS

Se está como
en otoño
sobre los árboles
las hojas.

Versión de Jesús López Pacheco
***
LA PIEDAD
   
          1

Soy un hombre herido.
Y yo quisiera irme
y llegar finalmente,
piedad, a donde se escucha
al hombre que está sólo consigo.

No tengo más que soberbia y bondad.
Y me siento exiliado en medio de los hombres.

Mas por ellos estoy en pena.
¿No sería digno de volver a mí?

He poblado de nombres el silencio.
¿He hecho pedazos corazón y mente
para caer en servidumbre de palabras?
Reino sobre fantasmas.

Hojas secas,
alma llevada aquí y allá...,
No, odio el viento y su voz
de bestia inmemorable.

Dios, ¿aquéllos que te imploran
no te conocen más que de nombre?

Me has arrojado de la vida:
¿me arrojarás de la muerte?
Quizá el hombre también es indigno de esperanza.

¿Hasta la fuente del remordimiento está seca?
El pecado, qué importa
si ya no conduce a la pureza.

La carne apenas recuerda
que tuvo fuerza una vez.
Loca y gastada está el alma.

Dios mira nuestra debilidad.
Queremos una certeza.
¿Ya ni siquiera te ríes de nosotros?

Compadécenos entonces, crueldad.
No puedo seguir amurallado
en el deseo sin amor.

Muéstranos una huella de justicia.
Tu ley, ¿cuál es?
Fulmina mis pobres emociones,
libérame de la inquietud.
Estoy cansado de gritar sin voz.

         2

Carne melancólica
donde una vez pululó la alegría,
ojos entreabiertos del despertar cansado,
¿ves tú, alma demasiado madura,
lo que seré caído en la tierra?

Está en los vivos el camino de los difuntos,
nosotros somos una riada de sombras,

y ellas el grano que explota en el sueño,
de ellas es la lejanía que nos queda
y de ellas la sombra que da peso a los nombres.

La esperanza de una gran sombra
¿sólo es esto nuestra suerte?

¿Y no serías tú más que un sueño, Dios?
Temerarios, por lo menos un sueño
queremos que sea semejante a ti.

Es parto de la locura más clara.
No tiembla en nubes de ramas
como pájaros de la madrugada
al borde de los párpados.

En nosotros está y languidece, llaga misteriosa

         3

La luz que nos aguija
es un hilo cada vez más sutil.
¿Sólo deslumbras matando?
Dame esta alegría suprema.

         4

El hombre, monótono universo,
cree acrecentar sus bienes,
y de sus manos febriles
no salen, sin fin, más que límites.

Pegado al vacío,
a su hilo de araña,
no teme ni seduce
más que a su propio grito.
Evita el desgaste haciendo tumbas,
y para pensarte, Eterno,
no tiene más que blasfemias.

Versión de Jesús López Pacheco

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char