miércoles, 14 de mayo de 2014

Ojos brillando en la noche

Gary Snyder
Tomada de www.poetryfoundation.org


(San Francisco, EE.UU., 1930) 

Los muertos al lado de la carretera

¿Cómo un gran halcón de cola roja
       vino a yacer --todo rígido y seco--
            en un trecho
                 de la interestatal 5?

Sus alas para abanicos de danza.

Zac quitó la piel a una mofeta
       con la cabeza aplastada
            lavó la piel con gasolina; cuelga,
                 curtida, en su tienda.

Estofado de cierva en Halloween
       arrollada por un camión en la autopista 49
            ofrece maíz por su boca;
                 sin piel ahora.

Camiones madereros corren con combustible fósil.

Nunca vi un mapache
       hasta que encontré uno en la carretera:
            saqué su piel sin desprender las uñas,
                 las almohadillas de sus patas, la nariz y los bigotes;
                       empapado de agua, sal
                            y ácido sulfúrico;

será una bolsita para herramientas de magia.

La corza fue aparentemente disparada
       desde un flanco --atravesado
            su hombro y su costado
                 el vientre lleno de sangre

Podría salvar el otro hombro acaso,
       si no estuviera mucho tiempo apoyado--

Rezad a sus espíritus. Pedidles que nos bendigan:
       los caminos de nuestros antiguos hermanos
            las carreteras fueron tendidas cruzándolos y los matan:
                 ojos brillando en la noche.

Los muertos al lado de la carretera.
**
Palta          

¡El Dharma es como una palta!
Algunas partes tan maduras que no lo podés creer,
pero esto es bueno.
Y otras partes duras y verdes
sin demasiado sabor,
del agrado de aquellos a quienes los huevos
                les gustan bien cocidos.

Y la piel es fina,
su gran semilla redonda
en el medio,
es tu propia Naturaleza Original―
Pura y suave,
casi nadie trata de partirla, abrirla
ni tratan de ver
si alguna vez crecerá.

Dura y escurridiza
da la impresión
de que deberíamos plantarla ―pero entonces
se escapa a través de los dedos ―
se aleja.

(versiones Esteban Moore)
**
Dillingham, Alaska, bar del Sauce

Los taladros charlan llenos de barro y aire comprimido
por todo el globo,
      en bares de techo bajo oímos las mismas nuevas canciones.

Todas las nuevas canciones,
en las cantinas del mundo.
Después de conducir la oruga. Cuando el camión
      volvió a casa.
      Caribú resbaló,
      las patas delanteras se doblaron primero
      bajo la cálida tubería petrolífera
      instalada a un metro del suelo.

Sobre el piso de madera, vaso en mano,
      reír y blasfemar con
      la mujer de otro.
      Tejanos, hawaianos, esquimales,
      filipinos, trabajadores, siempre
      al filo de una bronca,
      en los bares del mundo.
      Oyendo esas nuevas canciones de siempre en Abadan,
      Naples, Galveston, Darwin, Fairbanks,
      blancos o cobrizos,
bebiéndolo todo,

el dolor
del trabajo
de destruir el mundo.

La mente salvaje (poemas y ensayos). Árdora Exprés, 2000.
***

Un Poeta de la Mente
Se queda en casa.
La casa está vacía
Y no tiene paredes.
El poema
Se ve por todos lados,
En cualquier lugar,
Al instante.

(Turtle Island, 1974)
***
Artemisa
 
Artemisa,
Artemisa,
y sólo porque te vi desnuda—
pues CORRE y recupera tu maldita
               virginidad

yo, yo
necesito alimentar a mi jauría.
                     
(The Back Country, 1968)
Traducción de Luis Cortés Bargalló y Andrés King Cobos, Material de lectura, UNAM.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char