domingo, 11 de mayo de 2014

Si te toco, artesana

ANDRÉS NEUMAN

(Buenos Aires, Argentina, 1977)

No sé por qué confundo mi impaciencia
con la lentitud de las cosas.
¿Esa hoja de ahí
tarda en caer
porque la gravedad es perezosa?
Voy a morir mañana, pasado como mucho;
la hoja todavía no habrá tocado el suelo.
***

Toda cabeza está rodeada por dos cielos. Uno es el de los pájaros, con sus alturas lisas y su gramática móvil. Los pájaros anidan por azar en la cabeza. Más tarde, cuando crían reflexiones, emigran al lugar donde el concepto se evapora. El segundo es el cielo caminante: ese que, ocupando el área donde un pie se convierte en decisión, crece en forma de halo y contagia de asombro el casillero racional. Otra clase de aves se quedan a vivir en la cabeza. Más grávidas. Implícitas. Su color se gradúa según lo que recuerdan. ¿Cuánta intemperie hay en la curiosidad? ¿Quién mira irse a quién? Revolotean en bandada las preguntas.

[poema para la exposición Mediterráneo, del fotógrafo Antonio Arabesco.
***
No sé por qué lloramos mejor con el cine
Que con el argumento de la propia vida/
Pero cuando las luces
Se encienden/ cuando se abre la puerta
Los personajes salen y nos siguen/
Asisten en silencio a nuestros diálogos/
A veces aplauden/ en general se aburren/
Nos acompañan/ sufren con respeto.
***
CASA FUGAZ

Somos iguales: tienes
la exacta fortaleza
que me hace en parte débil.
Sigue siendo difícil
en la casa terrena desnudarse.
¿Trascender? Eso intentan los solemnes,
como si dominasen el misterio
de habitar hasta el fondo este lugar
sin cederles terreno a las alturas.

Si te toco, artesana,
¿querrás estar aquí enteramente?
Durando en lo fugaz,
así transcurriría nuestra entrega.
Desconociendo cómo,
así nos buscaríamos.
Iguales en la duda. Enamorados
de la fragilidad de estas paredes.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char