Edward Taylor
(EE.UU., 1645-1729)
¿Sobre qué base?
Sobre qué base fue fijado el torno en el que
giró esta esfera y moldeó sus encajaduras?
¿Quién avivó con fuelles Sus vastos Hornos,
o quién sostuvo el molde donde el mundo fue fundido?
¿Quién puso su piedra angular o a quiénes mandó?
¿Dónde yacen los pilares sobre los cuales permanece?
¿Quién delineó y bordeó la Tierra con hermosura,
con ríos semejantes a verdes cintas del color de las esmeraldas?
¿Quién hizo los mares y les puso límites, quién contuvo las aguas
como a un ovillo de tela en una caja plateada?
¿Quién extendió sus doseles o quién hiló sus cortinas?
¿Quién a este sendero arrojó el sol?
***
Haz de mí, Señor, tu rueca perfecta.
Que tu palabra santa sea mi rocadero.
De mis afectos haz tus ágiles volantes,
convierte mi alma en tu bobina santa.
Mi conversación sea tu carrete,
devana el hilo al giro de tu rueca.
Haz de mí tu telar, trama en él esta hebra:
que tu Espíritu Santo deslice las canillas.
Teje tú la tela: la hebra es fina.
Sean tus mandamientos mis batanes.
Tíñela de colores celestes escogidos,
deslumbrante con flores lindas del paraíso.
Cubre mi entendimiento, mi voluntad con ella,
mis afectos, mi juicio, mi conciencia y memoria,
mis actos y palabras, que llene su esplendor
de gloria mis andares en tu honor.
Mi atuendo entonces mostrará ante ti
que visto prendas sagradas de gloria.
Traducción: Francisco Quijano.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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