martes, 26 de agosto de 2014

Euclides no siempre tenía razón

Robert James Waller
Tomada de radaris.com

(Rockford,  Iowa, EE.UU., 1939)

Los puentes de Madison County
(Fragmentos)

La caída de la dimensión Z
Robert Kincaid

Hay antiguos vientos que todavia no comprendo, aunque ahora me parece que siempre he cabalgado en su lomo.
Me muevo en la dimensión Z; el mundo pasa por otro lugar, en otro plano de las cosas, paralelo a mi, como si con las manos en los bolsillos e inclinándome un poco hacia adelante, lo viera en el interior del escaparate de una gran tienda… En la dimensión Z, hay momentos extraños. Después de una curva larga y lluviosa en Nuevo México, al oeste de Magdalena, la carretera lleva a un camino y el camino a un sendero de animales.
Un movimiento del limpiaparabrisas y el sendero se transforma en un bosque, en el que nadie ha entrado nunca.
Otra vuelta del limpiaparabrisas y otra vez algo más atrás. Esta vez es una vasta zona helada.
Avanzo a través de los pastos cortos vestido con pieles, con el cabello enmarañado y una lanza, delgado, duro como el hielo mismo.
Todo músculo e impecable astucia. Más allá del hielo, siempre mucho más atrás, en la medida de las cosas, estan las profundas aguas saladas en las que nado, cubierto de agallas y escamas.
No veo nada más, sólo que más allá del planetón está el dígito cero… Euclides no siempre tenía razón. Pensaba que las paralelas seguían paralelas hasta el infinito.
Pero también es posible un modo de vida NO Euclidiano, en la que las paralelas se tocan, allá muy lejos. Un punto en el que todo desaparece. La ilusión de la convergencia, pero sé que es más que una ilusión.
A veces es posible la unión, la fusión de una realidad con otra. Una especie de suave enlazado. Sin intersecciones nítidas en un mundo de precisión, sin el murmullo de la lanzadera, sólo… sólo la respiración.
Y me muevo lentamente, por encima de esta otra realidad y junto a ella y debajo y alrededor de ella, siempre con fuerza siempre con potencia y sin embargo siempre entregándome a ella.
Y el otro ser lo percibe, se acerca con su propia potencia y a su vez se entrega a mí.
En algún lugar, dentro de la respiración, suena la música y entonces empieza la curiosa danza en espiral, con un ritmo propio que derrite al hombre de hielo y el cabello desordenado.
Y lentamente, girando y rodando en adagio, siempre en adagio, el hombre de hielo cae…desde la dimensión Z… y dentro de ella.
**

¿Sabe? El otro día apunté una cosa. Lo hago a menudo cuando estoy en la carretera. Más o menos venía a decir: "Los viejos sueños eran buenos sueños. No se realizaron pero me alegro de haberlos tenido". No sé bien qué significa pero pensé que lo utilizaría algún un día.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char