Unos cuantos... |
Lo
que copio abajo es eso que Matías Capelli llamó “Un ejercicio de ficción”; y
que en realidad es un collage de respuestas que le dimos algunos de los
integrantes del Taller Mario Jorge De Lellis, las que Capelli supo editar, mal o
bien, a modo de
Imagen en Facebook de JA:Jorge Aulicino, Rubén Reches, Daniel Freidemberg y Raúl González Tuñón en 1973.
historia verídica o, mejor sea dicho, verosímil. Las
alteraciones, los detalles no hacen a la cosa. Creo que sí es importante ver
para dónde disparó la escritura de cada uno, visto y considerando que aún nos
siguen envolviendo en obleas intituladas “objetivistas”, “coloquialistas”, “gelmanianos”,
“etc.”, como si fuéramos o
De izq. a der.: Marcelo Cohen, Raúl González Tuñón, Daniel Freidemberg
hubiésemos sido una masa informe y pegoteada. De
igual modo podría leerse la historia de la gente de los ’90, y sin embargo, en
el recién salidito conjunto de entrevistas a García
Helder, Casas, Wittner, Raimondi, De Nápoli, Arteca, Villa, Franzetti,
Gambarotta, Ainbinder, trabajo y compilación de Osvaldo
Aguirre (La poesía
en estado de pregunta, gog y magog, 2014), es
interesante notar tanta diferencia entre uno y otro autor, a pesar de haber
pasado, algunos de ellos, por la misma fuente. Es interesante, digo, cotejar lo
que se dice o se ha dicho con lo que se ha escrito y se escribe, pasada tanta
agua bajo demasiados puentes; así como lo que cada uno ha hecho, deshecho y/o
renegado, y sigue haciendo con su obra, así como las teorías que apuntan o han
apuntado en el mientras tanto (¿se cayeron?, ¿siguen en pie?, ¿coinciden con lo
que dice la obra de cada cual?). Cotejar , digo, insisto. Y no poner nombre a
lo que no lo tiene.
PD: Me permito agregar unos datos que creo sí importan al collage o cadáver exquisito de Capelli: algunos de nosotros tuvimos el lujo, digo bien, el lujazo de charlar con Bayley, Madariaga, Orozco, Raúl Gustavo Aguirre, Molina, Ceselli, Tuñón, Biagioni, Giannuzzi, Beatriz Vallejos, Francisco Gandolfo, Juan L. Ortiz, Haroldo Conti, Paco Urondo, Alberto Girri, Élida Manselli, Roberto Juarroz, entre otros, y sin contar a los que aún viven. El honor de Freidemberg, por dar sólo un ejemplo, de haber hablado en el entierro de Raúl González Tuñón, como primera muesca, quizá, de su carrera o recorrido. La dicha de estar en una fonda y que se nos acercara Enrique Cadícamo a decirnos que él también era poeta: "Yo escribí un tango que se llama Nieblas del Riachuelo"...
Irene
Gruss
***
EL DE LELLIS: UNA RECAPITULACIÓN
Si mal no recuerdo el taller empezó en 1969. Al principio se llamaba “taller Aníbal Ponce” y se hacía los sábados en el barrio de Once, alrededor de una mesa en una oficina que nos prestaba el IFT, el teatro de la comunidad judía comunista. Casi todos caímos ahí por nuestro vínculo con la juventud del Partido. El que no era militante, simpatizaba: Gruss, Cohen, Asís, Freidemberg, Reches, Aulicino y yo éramos parte de un grupo de pendejos apasionados coordinado por José Murillo. Era una buena persona Murillo, muy elegante, de bigote recortado, siempre de traje, canoso y de ojos verdes, acento jujeño, pero con una visión literaria dogmática. Hubo una época en que se dedicó a la literatura infantil y publicaba cuentos con animales en el monte jujeño, buenos relatos, pero por ese entonces había pasado a escribir novelas proletarias que salían por alguna de las seis o siete editoriales del PC. Una de sus novelas se llamó Los traidores y era sobre el movimiento sindical, aparecía Vandor pero con otro nombre, porque él había trabajado en fábricas y sabía de eso. Lo apreciábamos aunque nos resultaba demasiado rígido y limitado, con bajadas de línea del tipo la literatura tiene que estar al servicio de la revolución, alumbrar la conciencia del hombre nuevo.
No recuerdo si fue producto de una defenestración de Murillo o si el IFT no pudo albergarnos más, lo cierto es que nos fuimos a la SADE, al caserón de la calle México, y ahí empezó a llamarse taller Mario Jorge De Lellis. Creo que fue el Turco Asís, que tenía mucha circulación por los cafés de Corrientes, quien vino y nos dijo que se había encontrado con Ulyses Petit de Murat, presidente de la SADE, y que este le había ofrecido un espacio para hacer el taller. Lo discutimos y aceptamos ir incluso teniendo aversión hacia la Sade. Era como dar un empuje de luz y de juventud, mal que bien.
Para nosotros De Lellis era un personaje legendario por las historias que de él se contaban. Era un tipo muy recio, socarrón, de perfil bajo, que representaba todo lo que era la porteñidad. Se pasaba las noches chupando en los boliches, muy de Almagro, del bar Gildo de Medrano y Corrientes, hincha fanático de Boca. Pero más allá del mito, la verdad es que no era un poeta al que admiráramos tanto como a Tuñón, por ejemplo, a quien íbamos a visitar. Además De Lellis había muerto dos o tres años antes. Le pusimos su nombre porque estábamos en esa corriente medio porteñista coloquialista, nos gustaba Gelman, y entonces en algún punto sí fue una declaración de principios. Fue una marca urbana, ideológica en cuanto a tener libertad y no estar atados.
Cuando nos mudamos a la Sade dejó de haber coordinador y cada reunión pasó a ser coordinada por un integrante del taller que se hacía cargo de distribuir el uso de la palabra cuando se comentaba un texto sometido a consideración. Era como se dice ahora un taller autogestionado. Alguien se proponía para ser leído en la siguiente reunión y traía fotocopias. Había poetas y narradores, la mayoría teníamos dieciocho, diecinueve años. Leíamos poemas, fragmentos de novelas, cuentos, y después venía la ronda de crítica, totalmente libre, en la que cada uno decía lo que opinaba. Había turbulencias dentro del taller porque éramos de hacer críticas muy duras, muy desbocadas; tal vez porque no teníamos muchos elementos teóricos terminábamos diciendo cualquier disparate. Todo era “no me gustó porque es una cagada”, “cómo escribís así”, etcétera. Eso sí: había mucha honestidad intelectual. Éramos muy apasionados, y muy crueles. Yo aprendí así, a los palos. Si hay algo que reivindico es haber aprendido que el poema es un objeto estético, no es a mí me pasó tal cosa y esto es lo que me salió. Éramos muy críticos y autocríticos, no se permitía la chantada, la cosa fácil. No queríamos seducir, queríamos conmover.
Teníamos una línea antinerudiana, provallejiana a full. Éramos muy de Girondo, de Huidobro, en cambio a Benedetti lo denostábamos mal. Nos interesaba la poesía yanqui, que no era tan conocida, toda la generación de Wallace Stevens, Williams C. Williams, muchísimo Eliot, Ezra Pound. Montale y Pavese fueron dos de nuestros maestros. No eran autores para Gelman o para Urondo, no era lo que ellos leían. Hubo un recambio; en ese momento leer a Dylan Thomas era rarísimo, no era una lectura de época. Novela se leía sobre todo la novela argentina que iba saliendo, lo que editaba Tiempo contemporáneo: Viñas, Rozenmacher, etcétera. Cada tanto, una vez por mes, había un invitado, por ejemplo un abogado que hoy es uno de los grandes abogados de derechos humanos, hasta trabajó para Naciones Unidas, Roberto Matarolo, en ese momento era poeta y vino a dar una clase de poesía francesa. O un poeta comunista paralítico de apellido Malamud, no era muy buen poeta pero daba una lección rara de creencia en la poesía y voluntad de sobrevivir. Y después los maestros, tipos que iban a dar una charla, a contestar preguntas: Isidoro Blaisten, Haroldo Conti, Abelardo Castillo, Liliana Heker, Humberto Costantini, Luis Luchi, Alfredo Carlino, Miguel Briante.
Mal que bien por ese entonces muchos sacaron su primer librito. Por esos años Aulicino publicó su primer libro,Reunión, del cual reniega; Freidemberg, Blues del que vuelve solo a casa; Cohen los cuentos de Los pájaros también se comen, del que reniega, él también. Y en ese momento era difícil sacar narrativa, salvo ser un Turco que convencía a cualquiera. El Turco tenía una labia impresionante, era muy hábil: sacó un libro de poemas, Señorita Vida, la novela Don Abdel Salim, el burlador de Domínico y los cuentos de La manifestación, en los que todos éramos personajes, nos escrachó. Un librito digno, igual. A finales del 72 salió una antología que se llamó Los que siguen. Era de ediciones Noé y tenía poemas de Lucina Álvarez, Guillermo Boido, Daniel Freidemberg, Guillermo Martínez Yantoro, Rubén Reches, Jorge Ricardo Aulicino, Manuel Ruano y también algunos poemas míos. A Gruss le dijeron lisa y llanamente vos todavía no estás, y ella acató.
En ese momento el que verdaderamente tenía una idea personal de la poesía era Reches, un poeta romántico tardío con unos poemas increíbles en que podía aparecer la palabra “rueca”. Tenía un hálito muy rimbaudeano, una voz muy linda. Era comunista hijo de comunistas, como Aulicino. Después en los ochenta publicó Arrabal de esferas, que le presentó Beatriz Sarlo, y en noviembre pasado editaron su poesía reunida, que son setenta páginas. A Reches lo había traído el Turco y era un poeta que no se parecía a nadie, de un lirismo triste, con una dicción muy clara y sin embargo, en fin. Otros que también se acercaron al taller a través del Turco, aunque eran más grandes que nosotros, fueron Oscar Barros y su mujer, Lucina Álvarez. Eran de esos noviazgos de los setenta de estar siempre en los cafés, horas de café por día leyéndose cosas. Barros era un intelectual de Corrientes que escribía pero nunca terminaba de escribir una novela demasiado cortazariana. Lucina había sido mujer, compañera nada menos que de De Lellis. Era mucho más joven que él y lo había cuidado en su agonía, De Lellis enfermo a los cuarenta y pico y ella de veinte. Por supuesto que tenía un aura por haber sido mujer del tipo. Muy hermosa, buena poeta, era impensable para cualquiera de nosotros, pero Barros no había tenido escrúpulos con el mito. Vivían en un departamento por Arenales y Coronel Díaz. Después los dejé de ver y en mayo del 76 los secuestró un grupo de tareas.
Matías
Capelli (Buenos Aires, 1982)
**
COMENTARIOS en FB tomados del muro de Marcelo Leites:
Daniel
Freidemberg ¿Quién
es Matías Capelli? No había nadie con ese nombre. Si es un seudónimo, no
consigo reconocer quién es el que lo usa. La mayor parte de los datos son
ciertos, pero también hay muchas equivocaciones. Si tengo tiempo voy a
consignarlas.
·
Matías Capelli nació en Buenos Aires
en 1982 (acabo de pedirle amistad por acá). Publicó el libro de relatos Frío en
Alaska y la novela Trampa de luz, ambos por el sello Eterna Cadencia. FUENTE de
la crónica y datos del autor: Revista EL ANSIA, Nº1, octubre de 2013.
Marcelo Leites Gracias, Daniel
Freidemberg.
Daniel Freidemberg Pero no
estuvo en el taller ni está entre los poetas de Los que siguen, y ahí el que
habla en primera persona dice haber estado en los dos lugares. Acabo de revisar
ese número de El Ansia y dice que es un ejercicio de ficción. No me parece que
baste para justificar la confusión, aunque tampoco es algo que tenga verdadera
importancia,.
Marcelo Leites Dónde dice
que es un ejercicio de ficción?
Marcelo Leites El artículo
está dedicado a Jorge Aulicino, a Irene Gruss y
a Marcelo Cohen (al principio yo creí que era él quien escribía), porque está
dentro de un dossier que la revista le dedica.
Daniel Freidemberg En la página
36, en el copete de la nota, que termina diciendo "A continuación, un
ejercicio de ficción recrea aquellos años".
Jorge
Aulicino En
efecto, Capelli me mandó algunas preguntas. Tengo entendido que también a Irene y a Marcelo
Cohen. Creo que luego armó esto con todos los datos, creando un personaje
narrativo imaginario. Las inexactitudes probablemente son nuestras, o fallas de
memoria,
o registros distintos. Pero, querido Marcelo Leites,
creo que hay algo que podés cambiar sin mengua del relato ni del estilo; el
primer taller al que alude el erzat creado por Capelli era el Aníbal Ponce, no
"Ronce"
·
Daniel Freidemberg 1) En el
principio estuvo el taller Aníbal Ponce (evidentemente, “Ronce” es un error de
tipeo), que, como su nombre lo sugiere, estaba vinculado al Partido Comunista.
Fue el primer taller literario del país, fundado por José Murillo, quien
conoció la experiencia de los talleres literarios en la República Democrática
Alemana, y secundado por dos poetas jóvenes, Mauricio Herzovich y Víctor
Malamud. Todos los demás nos incorporamos después, yo entré en junio de 1969,
invitado por Malamud, a quien conocí en la Facultad de Filosofía y Letras. No
es cierto, por lo tanto, que Malamud haya ido alguna vez al taller como
invitado: fue uno de sus fundadores.
2) Si bien éramos mayormente militantes del PC o la FJC, no es cierto que “el que no era militante simpatizaba”: ni Lucina Alvarez, ni Oscar Barros (su esposo) ni Leonardo Moledo ni Armando Najmanovich ni Jorge Zunino, entre otros, estaban vinculados al PC. Tampoco el turco Asís, en un principio: fue a través de su participación en el taller que luego se vinculó.
3) No es cierto que nos fuimos del IFT y del Aníbal Ponce a la SADE para fundar el De Lellis. Hubo un momento, mientras estábamos en el Ponce, en que vino el turco a proponernos fundar un taller en la SADE, debido a sus contactos con gente de esa institución, pero sin dejar el Ponce, y durante un tiempo funcionaron los dos talleres a la vez. Lo que no recuerdo es en qué momento dejó de funcionar el Ponce y quedó solamente el De Lellis, en el que entramos casi todos, menos Malamud y Herzovich, pero no porque hubiera habido alguna pelea o ruptura. Tampoco es cierto que tuviéramos aversión a la SADE.
4) A Tuñón no íbamos a visitarlo todos. Íbamos Aulicino, yo y dos o tres más. En cuanto al nombre De Lellis, se nos ocurrió porque poco antes se le había hecho un homenaje en el IFT, a lo que se agregó el hecho de que fue pareja de nuestra compañera Lucina Alvarez (luego desparecida, durante la dictadura, con Oscar Barros, ambos militantes del PRT).
5) Que yo recuerde, en el De Lellis nadie coordinaba las reuniones. No es cierto que se designaba un coordinador para cada reunión. No hacía falta, podíamos discutir sin necesidad de eso.
6) Ni Girondo ni Huidobro figuraban entre nuestras principales preferencias. Nos gustaban, sí, pero no eran los poetas con los que nos identificábamos. No es cierto tampoco que denostáramos a Benedetti. Incluso una vez fue invitado a conversar con nosotros en el taller, cuando ya éste funcionaba en la Galería Meridiana, creo que en 1974. Lo invitó el turco Asís, que se hizo amigo suyo, así como fue el contacto para que conociéramos a otros escritores más o menos renombrados.
7) No es cierto lo que se dice de nuestra afición por la poesía norteamericana. Conocíamos a la beat generation y nos gustaba, pero no a Stevens ni a Williams. Eliot un poquito (le gustaba sobre todo a Marcelo Cohen, y más tarde empezó a gustarnos a los demás). A Pavese, sí, lo teníamos entre nuestros maestros, pero a Montale recién lo estábamos empezando a conocer, entre otras cosas porque recién por esos años se publicó por primera vez un libro suyo en la Argentina: la antología de Fabril Editora. En Cambio Dylan Thomas sí era una lectura de época, muy conocido, o al menos nombrado, aunque no era fácil conseguir libros suyos.
8) Había invitados, pero no una vez por mes. Venían cuando les parecía bien o nos parecía bien a nosotros. Sí vinieron Isidoro Blaisten, Haroldo Conti, Abelardo Castillo, Liliana Heker, Humberto Costantini (que además era muy amigo del turco, y, a través de él, de todo el grupo), pero ni Luis Luchi ni Miguel Briante vinieron al taller. En cuanto a Carlino, no vino a dar una charla, simplemente participaba del taller como uno más, aunque era bastante mayor que nosotros, igual que Carlos Marcucci. Eso ya en la etapa del De Lellis, no del Ponce.
9) Mattarolo, que entonces firmaba Rodolfo Benasso, no vino a dar una clase de poesía francesa, sino un breve curso, que duró varias semanas. Tengo un recuerdo muy fuerte de una clase que dio sobre el romancero español. Y no fue en el De Lellis sino en el Ponce, convocado por Murillo.
10) Los que siguen no fue una publicación vinculada al taller. Alvares, Reches, Aulicino y yo estábamos en el taller, pero no Ruano ni Martínez Yantorno. En cuanto a Boido, no participaba del taller: nos encontrábamos con él en los bares, y Boido fue el que tuvo la iniciativa de publicar el libro, y el que invitó a Ruano y a Yantorno. El otro que participó de Los que siguen, y al que aquí no se lo nombra, era Armando Najmanovich, que sí era integrante del taller.
11) A Rubén Reches no lo trajo el Turco Asís. Al revés: Rubén, al que conocíamos del PC y de la facultad, lo trajo al turco, que no tenía nada que ver con ninguna de las dos pertenencias.
12) No es cierto que “la poesía de De Lellis no era sentimental tanguera, evocativa o nostalgiosa; era más exaltadora, celebradora de su época”. Era todo eso a la vez. Nada que ver entre De Lellis y Maiacovsky: De Lellis venía del neorromanticismo cuarentista, de una poesía con métrica tradicional y rima, un poco melancólica y muy tierna. Recién en sus últimos libros empieza a adoptar algunas audacias de escritura, notoriamente provenientes de Vallejo.
2) Si bien éramos mayormente militantes del PC o la FJC, no es cierto que “el que no era militante simpatizaba”: ni Lucina Alvarez, ni Oscar Barros (su esposo) ni Leonardo Moledo ni Armando Najmanovich ni Jorge Zunino, entre otros, estaban vinculados al PC. Tampoco el turco Asís, en un principio: fue a través de su participación en el taller que luego se vinculó.
3) No es cierto que nos fuimos del IFT y del Aníbal Ponce a la SADE para fundar el De Lellis. Hubo un momento, mientras estábamos en el Ponce, en que vino el turco a proponernos fundar un taller en la SADE, debido a sus contactos con gente de esa institución, pero sin dejar el Ponce, y durante un tiempo funcionaron los dos talleres a la vez. Lo que no recuerdo es en qué momento dejó de funcionar el Ponce y quedó solamente el De Lellis, en el que entramos casi todos, menos Malamud y Herzovich, pero no porque hubiera habido alguna pelea o ruptura. Tampoco es cierto que tuviéramos aversión a la SADE.
4) A Tuñón no íbamos a visitarlo todos. Íbamos Aulicino, yo y dos o tres más. En cuanto al nombre De Lellis, se nos ocurrió porque poco antes se le había hecho un homenaje en el IFT, a lo que se agregó el hecho de que fue pareja de nuestra compañera Lucina Alvarez (luego desparecida, durante la dictadura, con Oscar Barros, ambos militantes del PRT).
5) Que yo recuerde, en el De Lellis nadie coordinaba las reuniones. No es cierto que se designaba un coordinador para cada reunión. No hacía falta, podíamos discutir sin necesidad de eso.
6) Ni Girondo ni Huidobro figuraban entre nuestras principales preferencias. Nos gustaban, sí, pero no eran los poetas con los que nos identificábamos. No es cierto tampoco que denostáramos a Benedetti. Incluso una vez fue invitado a conversar con nosotros en el taller, cuando ya éste funcionaba en la Galería Meridiana, creo que en 1974. Lo invitó el turco Asís, que se hizo amigo suyo, así como fue el contacto para que conociéramos a otros escritores más o menos renombrados.
7) No es cierto lo que se dice de nuestra afición por la poesía norteamericana. Conocíamos a la beat generation y nos gustaba, pero no a Stevens ni a Williams. Eliot un poquito (le gustaba sobre todo a Marcelo Cohen, y más tarde empezó a gustarnos a los demás). A Pavese, sí, lo teníamos entre nuestros maestros, pero a Montale recién lo estábamos empezando a conocer, entre otras cosas porque recién por esos años se publicó por primera vez un libro suyo en la Argentina: la antología de Fabril Editora. En Cambio Dylan Thomas sí era una lectura de época, muy conocido, o al menos nombrado, aunque no era fácil conseguir libros suyos.
8) Había invitados, pero no una vez por mes. Venían cuando les parecía bien o nos parecía bien a nosotros. Sí vinieron Isidoro Blaisten, Haroldo Conti, Abelardo Castillo, Liliana Heker, Humberto Costantini (que además era muy amigo del turco, y, a través de él, de todo el grupo), pero ni Luis Luchi ni Miguel Briante vinieron al taller. En cuanto a Carlino, no vino a dar una charla, simplemente participaba del taller como uno más, aunque era bastante mayor que nosotros, igual que Carlos Marcucci. Eso ya en la etapa del De Lellis, no del Ponce.
9) Mattarolo, que entonces firmaba Rodolfo Benasso, no vino a dar una clase de poesía francesa, sino un breve curso, que duró varias semanas. Tengo un recuerdo muy fuerte de una clase que dio sobre el romancero español. Y no fue en el De Lellis sino en el Ponce, convocado por Murillo.
10) Los que siguen no fue una publicación vinculada al taller. Alvares, Reches, Aulicino y yo estábamos en el taller, pero no Ruano ni Martínez Yantorno. En cuanto a Boido, no participaba del taller: nos encontrábamos con él en los bares, y Boido fue el que tuvo la iniciativa de publicar el libro, y el que invitó a Ruano y a Yantorno. El otro que participó de Los que siguen, y al que aquí no se lo nombra, era Armando Najmanovich, que sí era integrante del taller.
11) A Rubén Reches no lo trajo el Turco Asís. Al revés: Rubén, al que conocíamos del PC y de la facultad, lo trajo al turco, que no tenía nada que ver con ninguna de las dos pertenencias.
12) No es cierto que “la poesía de De Lellis no era sentimental tanguera, evocativa o nostalgiosa; era más exaltadora, celebradora de su época”. Era todo eso a la vez. Nada que ver entre De Lellis y Maiacovsky: De Lellis venía del neorromanticismo cuarentista, de una poesía con métrica tradicional y rima, un poco melancólica y muy tierna. Recién en sus últimos libros empieza a adoptar algunas audacias de escritura, notoriamente provenientes de Vallejo.
Constantino Mpolás Andreadis ...calidoscopio...o caleidoscopio...ay la poesía siempre es joven
!...
Alicia Genovese Tanto Jorge como Daniel recuerdan muchas más cosas que yo que
entré mucho después. En líneas generales coincido con las acotaciones, aunque
me cuesta precisar a veces si un autor sí o no. Con Irene en esa época leíamos
a Pizarnik, por ejemplo. Las iniciaciones no son tan lineales.
Daniel Freidemberg En esa época,
sí, leíamos todos, o casi todos, a Pizarnik
Clelia Bercovich Y Leonardo Goloboff, hermano de Mario, no hacía teatro por
entonces en el IFT?
Marcelo Leites Corregido el
error, que es de la revista, no de tipeo.
Daniel Freidemberg Leonardo
Goloboof fue profesor mío en el Ift. Pero no tenía nada que ver con el taller.
El taller funcionaba en una oficina del edificio del Ift, pero no pertenecía al
Ift.
Gustavo Gottfried Me gustaría
compartir esta historia -corregida y aumentada por sus protagonistas- de los
talleres literarios y de una parte importante de la literatura en Argentina.
Pero creo que, con los comentarios incluidos no se puede. En fin, me conformo
con haberla leído. Oro en polvo, realmente. Gracias, Marcelo, Daniel y
Alicia.
Pedro Oblomov No sé por qué se piensa "que nos apropiamos". Yo llegué
al Taller gracias a Malamud. Salíamos de una charla de Raúl de la Torre en el
Comité Central del PC. Le pregunté a Víctor adonde iba. Me contestó al taller,
¿querés venir?. Bueno, ahí conocì
Pedro
Oblomov (Se
me dispara el enter) a los "apropiadores". (No estoy provocando
ninguna discusión, es algo fútil). Unos años después, yo cursaba Letras y el
jefe del Departamento era Paco Urondo, Literatura latinaomerciana, Noé Jitrik,
Teoría literaria, Josefina
Ludmer (todos un ¡¡¡¡!!!) y aproveché para aplicar toda la onda del
estructuralismo, el formalismo ruso en el Taller. Luis Alonso fue 'nuestro
poeta' Un poeta excepcional que no tiene la transcendencia de Leonor....(to be
continued)
No hay comentarios:
Publicar un comentario