miércoles, 7 de enero de 2015

El mar discurre de esperanza y sueño

CRUZ SALMERON ACOSTA

(Manicuare, estado Sucre, Venezuela, 1892-1929)

CIELO Y MAR

En este panorama que diseño,
para tormento de mis horas malas,
el cielo dice de ilusión y galas,
el mar discurre de esperanza y sueño.

La libélula errante de mi ensueño
abre la transparencia de sus alas,
con el beso de miel que me regalas
a la caricia de tu amor risueño.

Al extinguirse el último celaje,
copio en mi alma el alma del paisaje
azul de ensueño y verde de añoranza;

y pienso con oscuro pesimismo
que mi ilusión está sobre un abismo
y cerca de otro abismo mi esperanza.
**
PIEDAD

No era ni amor lo que ella me tenía;
era tal vez piedad, lástima era,
porque mi oculta pena comprendía
y ella se compadece de cualquiera.

Hoy que voy recobrando mi alegría,
animado quizás de una quimera,
se va tornando mucho menos mía,
como si ella ya no me quisiera.

Yo sí he formado de mi amor un culto,
y en tanto aquí mi juventud sepulto
y la aureola del martirio ciño.

¡No me quites, Señor; mi sufrimiento,
si es que habré de perder con mi tormento
la conmiseración de su cariño!
**
Azul

Azul de aquella cumbre tan lejana
Hacia la cual mi pensamiento vuela
Bajo la paz azul de la mañana,
¡Color que tantas cosas me revela!

Azul que del cielo emana,
Y azul de este gran mar que me consuela,
Mientras diviso en él la ilusión vana
De la visión del ala de una vela.

Azul de los paisajes abrileños,
Triste azul de los líricos ensueños,
Que me calman los íntimos hastíos.

Sólo me angustias cuando sufro antojos
De besar el azul de aquellos ojos
Que nunca más contemplarán los míos.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char