viernes, 30 de enero de 2015

Y ves la sombra a punto de sangrar

Jimena Arnolfi
De su blog corazón  de quimera

(Buenos Aires, 1986, entrerriana por elección)


Planisferio N° 5 con división geográfica de la angustia

Somos un bazar del litoral
siempre cerrado a la hora de la siesta
y vos, que no sos ni turista
ni de ningún lado
llegás a casa con tu bolsita a cuestas
pateando veredas rotas
e identificando los árboles de la ciudad
ese es un lapacho rosado
decís cuando llegás a mi casa
y ves la sombra a punto de sangrar.

Otra vez con el corazón como lata atada
al parachoques trasero
de un auto que pierde humo
porque vos no ves la cara que ponés
cuando hablás de antes de ayer
como estirando el cuello
para llegar a esa salina
que está a dos metros de altura
esa salina o desierto
que es la zona de la angustia
la que en los mapas
está dibujada con óvalos color té con leche
**
A la vuelta de todas las esquinas

La lentitud con la que cae la miel
en el frasco de plástico
la forma en la que caigo
en el medio de la calle
la ciencia ficción
de una soda que explota
después de ser agitada.

Creo que hay que entrar en ritmo
para registrar el silencio
que está en el fondo de las cosas.
**
Todo hace ruido

A veces recuerdo
el primer deseo:
irme lejos
a un lugar que sea natural.
Creo en los ritmos tristes de la ruta
en las pequeñas fábulas
al costado del camino
en el verano atemporal que vive en mi cabeza.
Mantuve el amor
cuidadosamente:
lo que antes
me hacía reír
ahora me hace llorar.
Siempre es así
lo que no llora de un lado
llora del otro.
Me gusta ir al río
sentir el orden invisible
lo hermoso y putrefacto del puerto.
**
El misterio de las cosas

Todo lo que tengo en la cabeza
es pánico
pero el corazón
es un músculo resistente.
Por la noche las ratas
juegan carreras
sobre el cable de luz.

Pienso en la caída,
tener estilo está sobrevalorado.

No hay comentarios:

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char