jueves, 29 de enero de 2015

Pechos al viento una atardecida

ÁGUEDA FRANCO

(Buenos Aires, 1957, donde vivió hasta los 17 años. Desde 1975 reside en General Pico, La Pampa, Argentina)

VISITA
Vino la niebla. Cuando el crepúsculo se deshizo en noche. Cuando la vocinglería de los pájaros se arrebujó en un nido blando y calladito. Cuando las luces de la calle se encendieron con un halo de santas. Vino la niebla a mí para mostrarme las difusas señales.
Quién me creí que era. Quién sería a esta altura de mi vida, cuando pesa más lo que hice que lo que resta por hacer.
La niebla entra al patio, deshace los contornos del follaje, borra los límites, dibuja el rostro de mi hermano muerto, hace crecer la enredadera que se vuelve caverna, boca oscura que traga sin saciarse.
Traspaso los cristales. Voy al follaje, al encuentro de su manto húmedo que desabriga. Tiemblo. Es un viaje hacia mí, hacia mi territorio. Mi cabellera indómita de diecisiete años sombreando las espaldas. Y esas ganas de arrancarle al mundo su lado más humano.
Blanco soplo de niebla rearma el paisaje del amor. Encendí la llama del hogar y creí que la soledad había perdido la batalla. No hubo soles más bellos que mis hijos. Y la niebla los borra y los devuelve jóvenes, por caminos inéditos, haciendo su sinuoso itinerario. Siguen siendo mis soles, no importa los caminos que transiten.
El tiempo del amor se diluyó, blanca cola de gasa deshilachada en las agujas de los pinos. Entré a un claustro plomizo que me dificultaba respirar. Extrañas criaturas arañaban mi sueño. Una pata deforme me aplastaba el pecho cada noche y no atinaba a liberarme.
Como un rompecabezas imposible de armar se descomponía mi vida. Las piezas se las comía el ácido. Cómo armar algo con tanto hueco.
La niebla ha borrado el tallo de las achiras. Una flor trasnochada, abierta a destiempo, flota sin que nada la sostenga. El jardín de siempre se convirtió en una alucinada alegoría.
No tuvieron en cuenta mi paciencia, el lento oficio que ejerzo desde siglos. Ni mi capacidad de resistir, de emerger como un metal que pasó por la fragua y fue ferozmente machacado.
De la caverna de hojas de la hiedra me levanto serena. Me palpo con cuidado. Estoy entera, fuerte, solitaria. Siempre yo después de las transformaciones.
Quiere amanecer. La niebla da un giro suave antes de replegarse. Se acuclilla. Se guarda. Su tiempo se enlentece. Espera.
Espera hasta la noche, su tiempo alucinado, para volver a compartir el silencio.
***
MUERTE EN SANTA ROSA

pechos al aire enormes como frutos
como melones de pulpa perfumada
la boca trampa granada roja oscura
salpica insultos besa besos duros

-madre desdibujada cabizbaja
y padre golpeador de vino malo-

la historia como otras de igual suerte
con violencia la infancia desflorada
igual que a otras parecida historia
vejámenes sin pausa como gotas
como ácido en cada uno de sus días

tempranamente supo que el varón
es el dueño es el fuerte es el amo
de su infortunio de su llanto seco
sus caderas se hicieron poderosas
ancas de potra para andar la calle
trota al final de la avenida oscura
se pierde entre arboledas de lujuria
el fiolo cruel le usurpa la ganancia
matriz de meretriz merece poco
respeto poco amor poca justicia
y el corazón que todavía le queda
acompasa su andar su balanceo
ese triste vaivén de buscadora

pechos al viento una atardecida
ella subió a un automóvil negro
o era un camión no importa no hay testigos
apareció su cuerpo sin audacia
nadie le oyó el último quejido
pechos al cielo se quedó tendida
carne marchita maltratada huérfana
sola sin amo se adentró en la muerte
el asesino humo sobre humo
violó y se fue
total
era una puta.
**
Imagen: tomada de huelvasurlibre.blogspot.com

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char