domingo, 12 de abril de 2015

Su propio aliento desfigurado

VIVIANA PALETTA 

(Buenos Aires, Argentina, 1967. Reside en Madrid desde 1991)


Cómo escribir hoy, cómo se escribe hoy. Dejo que ese hoy lo apalabres tú.
VP: Desconectándose de facebook como primer paso. Fuera de broma (ya que facebook es como un aleph para el lector y el curioso de hoy, aunque con un lenguaje más tosco en general y que deja con ganas de poder presenciar algún desenlace), creo que se escribe como desde los inicios de la literatura: alejándose del ruido, antes de la taberna y ahora de la multiplicidad de entretenimientos, así como de fuentes de información superficial que nos alejan de la voz particular, de la búsqueda de un sentido. Siento que tenemos el mismo reto que siempre, como creadores y como pensadores, mantener una postura ante la tradición –lo que sea esa palabra para cada uno–, y también ante la experiencia vital, particular y colectiva.
(De una entrevista realizada por Marta Aponte Alsina para revistacruce.com)
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AIRE

[…] no entiendo la repugnancia sobre el uso del gas.
Estoy muy a favor del uso del gas contra tribus incivilizadas. 
Winston Churchill


No tenemos ninguna convicción
salvo la respiración enardecida.


Y el aire que sigue su riguroso quehacer.


Bate una multitud cuando se agita.
Está azorado. Desencajado.
Y de tanto girar se desmadeja.


Irrumpe una algarada de viento:
no trae legiones, no trae timbales
ni estandartes ni ojivas.


Se vale de sí
de su propio aliento desfigurado
aire de aire.


Lleva una riada mostaza
que el viento mueve, esparce y desordena.


Nos envuelve en su marisma de niebla
bajo su manto nos calcina
como la nieve entretejida
como el retumbo del agua.


No tiene esqueleto.
Ni mecánica. Ni superficie.
Es un silbido
amarillo de Siena.
Un ardor que carda los cuerpos.


Pero me han dado
una copa de viento:
¿no la he de apurar?

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char