(Estados Unidos, 1926-1997)
Prólogo
Cuando él era más joven y yo era más joven, conocí a Allen Ginsberg, joven poeta que vivía en Paterson, New Jersey, donde él —hijo de un conocido poeta— había nacido y crecido. Era de constitución frágil y estaba muy afectado por la forma en que la vida se había mostrado ante él en Nueva York, en los años que siguieron a la primera guerra mundial. Estaba siempre a punto de irse a alguna parte, no parecía importar dónde; me preocupaba, nunca pensé que fuera a vivir para crecer y escribir un libro de poemas. Su habilidad para sobrevivir, viajar y continuar escribiendo me deja atónito. El que haya seguido desarrollando y perfeccionando su arte no me resulta menos asombroso. Ahora, quince o veinte años después, aparece con un poema impresionante. Según toda evidencia, ha estado, literalmente, en el infierno. Por el camino se encontró con un hombre llamado Carl Solomon, con el que compartió, entre los dientes y los excrementos de su vida, algo que no puede describirse más que con las palabras con las que él lo ha hecho. Es un alarido de derrota. Y no es en absoluto una derrota, ya que ha pasado por la derrota como si fuera una experiencia corriente, una experiencia trivial. Todo el mundo en esta vida es derrotado alguna vez, pero un hombre, si es un hombre, no es derrotado. Es el poeta, Allen Ginsberg, el que ha pasado con su propio cuerpo a través de las horribles experiencias que describen la vida en estas páginas. Lo más asombroso de la cuestión no es el que haya (8) sobrevivido, sino el que en las mismísimas profundidades haya encontrado un compañero al que poder amar, amor que canta en estos poemas sin apartar la vista. Podéis decir lo que queráis, pero nos demuestra que a pesar de las experiencias más degradantes que la vida puede ofrecer a un hombre, el espíritu del amor sobrevive para ennoblecer nuestras vidas, si tenemos la inteligencia, y el valor, y la fe, ¡y el arte! de perseverar. Es la fe en el arte de la poesía la que ha ido de la mano de este hombre hasta su Gólgota desde aquel osario en todo punto semejante al de los judíos en la última guerra. Pero esto transcurre en nuestro propio país, una de nuestras más queridas guaridas. Estamos ciegos y vivimos nuestras ciegas vidas en total oscuridad. Los poetas están malditos, pero no están ciegos; ven con los ojos de los ángeles. Este poeta ve con toda lucidez los horrores, en los que participa en los detalles más íntimos de su poema. No elude nada sino que lo apura hasta las heces. Lo contiene. Lo reclama como suyo y, creemos, se ríe de ello y tiene el tiempo y la audacia de amar a un compañero de su elección y de dejar constancia de este amor en un buen poema. Remangaros las faldas, Señoras mías, vamos a atravesar el infierno.
WILLIAM CARLOS WILLIAMS
***
Sutra del girasol
Caminé por las orillas del muelle de latas y bananas y me senté bajo
la inmensa sombra de una locomotora de la Southern
Pacific para observar el ocaso sobre las colinas de casas
como cajas de zapatos y llorar.
Jack Kerouac estaba sentado junto a mí sobre un poste de hierro,
roto y herrumbroso, compañero, pensábamos los mismos
pensamientos del alma, desolados y sombríos y con la
mirada triste, rodeados por las nudosas raíces de acero de
árboles de maquinaria.
La aceitosa agua del río reflejaba el cielo enrojecido, el sol se hundió
sobre los picos finales de Frisco, no hay peces en ese
arroyo, no hay ermitaño en esos montes, tan sólo nosotros
mismos con ojos legañosos y resaca como viejos vagabundos
en la ribera del río, cansados y taimados.
Fíjate en el Girasol, dijo él, había una sombra gris y muerta
recortándose contra el cielo, grande como un hombre,
erguida seca en lo alto de una montaña de viejísimo
serrín —
— Subí encantado atropelladamente —era mi primer girasol, recuerdos
de Blake— mis visiones — Harlem
e Infiernos de los ríos del Este, puentes campaneantes Grasientos
Sándwiches de Joe, difuntos coches de niño, ruedas negras
y sin dibujo olvidadas y sin recauchutar, el poema de la
ribera, condones & cacerolas, cuchillos de acero, nada
inoxidable, sólo el hediondo cieno y los artefactos afilados
como cuchillas en tránsito hacia el pasado —
y el Girasol gris apostado contra el ocaso, resquebrajable desolado y
polvoriento con el tizne y la contaminación y el humo de
antiguas locomotoras en su ojo —
corola de indistintas púas dobladas y rotas como una corona
machacada, las semillas caídas de su faz, boca que
prontamente estará desdentada de soleado aire, rayos de
sol obliterados sobre su peluda cabeza como una reseca
tela de araña de alambre,
hojas extendidas como brazos saliendo del tallo, gesticulaciones de la
raíz de serrín, trozos rotos de yeso caídos de las negras
ramitas, una mosca muerta en su oreja,
Qué cosa impía y machacada eras, mi Girasol. ¡Oh mi alma, te amé
entonces!
La mugre no era mugre de hombre alguno sino muerte y humanas
locomotoras,
todo aquel traje de polvo, aquel velo de oscurecida piel de vía férrea,
aquella polución de la mejilla, aquel párpado de negra
miseria, aquella enhollinada mano o falo o protuberancia
de algo artificial peor que la mugre —industrial— moderno—
toda aquella civilización moteando tu delirante
áurea corona —
y aquellos desolados pensamientos de muerte y polvorientos ojos sin
amor y extremos y raíces resecas debajo, en el amontonamiento-
hogar de arena y serrín, billetes de a dólar de
goma, pellejas de maquinaria, las tripas y entrañas del
sollozante y doliente automóvil, las vacías y solitarias latas
con sus oxidadas lenguas ¡ay!, qué más podría yo citar, las
ahumadas cenizas de algún cigarro pene, los coños de las
carretillas y los lechosos pechos de los automóviles, culos
desgastados de sillas & esfínteres de dinamos —todos
éstos enredados entre tus momificadas raíces — ¡y tú ahí
erguido ante mí en la puesta del sol, toda tu gloria en tu
forma!
¡Una perfecta muestra de belleza de girasol! ¡una perfecta excelente
adorable existencia de girasol! ¡un dulce ojo natural para
la nueva luna enrollada despertó vivo y excitado aferrando
en las sombras del ocaso la mensual brisa dorada del
amanecer!
¿Cuántas moscas zumbaron a tu alrededor inocentes de tu mugre,
mientras maldecías a los cielos del ferrocarril y de tu alma
de flor?
¿Pobre flor muerta? ¿cuándo olvidaste que eras una flor? ¿cuándo
miraste tu piel y decidiste que eras una sucia y vieja
locomotora impotente? ¿el fantasma de una locomotora?
¿el espectro y la sombra de una otrora poderosa y demente
locomotora americana?
Jamás fuiste una locomotora, Girasol, ¡fuiste un girasol!
Y tú locomotora, tú eres una locomotora, ¡no olvides lo que te digo!
De modo que arranqué el girasol delgado como un esqueleto y lo
sujeté a mi costado como un cetro,
y entono mi sermón frente a mi alma, y también frente a la de Jack,
y de la de quienquiera que desee oírlo,
— No somos nuestra piel mugrienta, no somos nuestra desolada
terrible polvorienta locomotora sin imagen, todos somos
hermosísimos girasoles dorados en nuestro interior, estamos
benditos por nuestra propia semilla & nuestros
dorados y peludos desnudos cuerpos de logro que crecen
para transformarnos en dementes girasoles formales en el
ocaso, espiados por nuestros ojos bajo la sombra de la
loca locomotora ocaso de ribera en Frisco visión colínica
de latas al anochecer sentados.
Berkeley, 1955
***
Sunflower Sutra
I Walked on the banks of the tincan banana dock and sat
down under the huge shade of a Southern Pacific
locomotive to look at the sunset over the box
house hills and cry.
Jack Kerouac sat beside me on a busted rusty iron pole,
companion, we thought the same thoughts of the
soul, bleak and blue and sad-eyed, surrounded
by the gnarled steel roots of trees of machinery.
The oily water on the river mirrored the red sky, sun sank
on top of final Frisco peaks, no fish in that
stream, no hermit in those mounts, just ourselves
rheumy-eyed and hungover like old bums on the
riverbank, tired and wily.
Look at the Sunflower, he said, there was a dead gray
shadow against the sky, big as a man, sitting dry
on top of a pile of ancient sawdust —
— I rushed up enchanted — it was my first sunflower,
memories of Blake — my visions — Harlem
and Hells of the Eastern rivers, bridges clanking Joes
Gresy Sandwiches, dead baby carriages, black
treadless tires forgotten and unretreaded, the
poem of the riverbank, condoms & pots, steel
knives, nothing stainless, only the dank muck
and the razor sharp artifacts passing into the
past —
and the gray Sunflower poised against the sunset, crackly
bleak and dusty with the smut and smog and
smoke of olden locomotives in its eye —
corolla of bleary spikes pushed down and broken like a
battered crown, seeds fallen out of its face,
soon-to-be-toothless mouth of sunny air, sunrays
obliterated on its hairy head like a dried wire
spiderweb,
leaves stuck out like arms out of the stem, gestures from the
sawdust root, broke pieces of plaster fallen out
of the black twigs, a dead fly in its ear,
Unholy battered old thing you were, my sunflower O my
soul, I loved you then!
The grime was no man’s grime but death and human
locomotives,
all that dress of dust, that veil of darkened railroad skin,
that smog of cheek, that eyelid of black mis'ry,
that sooty hand or phallus or protuberance of
artificial worse-than-dirt—industrial—modern
—all that civilization spotting your crazy
golden crown —
and those blear thoughts of death and dusty loveless eyes
and ends and withered roots below, in the homepile
of sand and sawdust, rubber dollar bills,
skin of machinery, the guts and innards of the
weeping coughing car, the empty lonely tincans
with their rusty tongues alack, what more could
I name, the smoked ashes of some cock cigar,
the cunts of wheelbarrows and the milky breasts
of cars, wornout asses out of chairs & sphincters
o f dynamos — all these
entangled in your mummied roots — and you there
standing before me in the sunset, all your
glory in your form!
A perfect beauty of a sunflower! a perfect excellent lovely
sunflower existence! a sweet natural eye to the
new hip moon, woke up alive and excited
grasping in the sunset shadow sunrise golden
monthly breeze!
How many flies buzzed round you innocent of your
grime, while you cursed the heavens of the
railroad and your flower soul?
Poor dead flower? when did you forget you were a flower?
when did you look at your skin and decide you
were an impotent dirty old locomotive? the
ghost of a locomotive? the specter and shade of
a once powerful mad American locomotive?
You were never no locomotive, Sunflower, you were a
sunflower!
And you Locomotive, you are a locomotive, forget me not!
So I grabbed up the skeleton thick sunflower and stuck it
at my side like a scepter,
and deliver my sermon to my soul, and Jack’s soul too,
and anyone who’ll listen,
— We’re not our skin of grime, we’re not our dread bleak
dusty imageless locomotive, we’re all beautiful
golden sunflowers inside, we’re blessed by our
own seed & golden hairy naked accomplishmentbodies
growing into mad black formal sunflowers
in the sunset, spied on by our eyes under
the shadow of the mad locomotive riverbank
sunset Frisco hilly tincan evening sitdown vision.
Berkeley 1955
***
En Aullido y otros poemas
Traducción: Katy Gallegos
Cortesía de Paseante libros y Sandra Isabel Ragusa.
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