martes, 14 de abril de 2015

Escribir es matar

Eda María Nicola

(General Deheza, Córdoba, Argentina, 1969)

2
     Filamentos como mar. No de agua, sino de piedra. Mar árido de piedras lavadas por lluvias prehistóricas. Lluvia inconsistente y fina. Filamentos despegados, amorfos, lábiles.
Pequeños fríos de madrugada y agujas en plenitud. Piedras contraídas, crispadas gotas, gotas de piedra dormida. Duro, frío, estéril y despegado.

6
     De la muerte no hay palabras, sólo hay la exacta plenitud de la forma.
La belleza de la podredumbre que devuelve el rumor y el balbucear al hueso que habita
en el centro de la piedra.
     Piedras blancas como huesos pálidos y desnudos. De mí digo que dejarse estar sin pensar, a la deriva, es como mejor viene la muerte y está bien.
     Está bien la muerte que arranque costras y papeles y palabras y lejos, dormidos.
     La muerte vendrá, quedáte tranquila.

7
     El amparo de la leña quemándose, el calor mojando los vidrios y la lluvia que se entibia si salimos a mojarnos, con brasas ardidas en las entrañas. De profundidades cavernosas. De entrañas húmedas. Húmedas y temblorosas. De entrañas calientes antes de ser secadas al sol. Salir a mojarse. Salir a mojarse.
     Escuchar las ranas en las lagunas y el perfecto dibujo, que tiembla y huye, de agua cayendo sobre agua. Perfecto círculo hundido levemente con un aliento de oro bruto, de piedra preciosa leve que estalla y cesa. Diamantes grabados a fuego en los ojos y en las entrañas.
     Un dibujo rápido y fugaz es cada vida, cada vida oculta en los pozos, y atada con estos innumerables, y quizás infinitos, filamentos.

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     Palabras como bandadas. Como ráfagas de pájaros inmemoriales que dibujan el cielo.
Pájaros que se alimentan con restos de frutas y pan. Pájaros que merodean las cabezas dormidas.

19
     Escribir es matar, es meterse con cuchillos en el amorfo secreto del lenguaje,
es ir a ese río vivo de formas en germen, es ir con cuchillos, con navajas, con rifles, con
escopetas, con mira telescópica y anzuelos y puñales y hacerlo sangrar y estremecerse,
romper, quebrar, desmenuzar sus pedacitos inciertos para poder sacar una piedrita blanca que limpiamos de desperdicios y ponemos en una hoja en blanco como ponemos a los muertos en las tumbas, como asesinos seriales que atesoran despojos, nuestros poemas y nuestros muertos nos acompañan, son tibias presencias que murmuran turbios secretos, y escuchamos, si escuchamos, con el cuerpo, esta oscura materia de suplicio.

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     Dulce pavor de la siesta. Dulce pavor de sol, de soles. Derroche de luz, de agua. Agua de cristal carcomido. Agua de cristal corrompido. Ácido vapor de poesía cocinándome las entrañas, más que los hijos fervientes, más que los muertos como agujas en la yema de los dedos. Vapor de poesía, lucecita de vela, firme piedra que un leve temblor de aire derrota.

De  De los pequeñísimos filamentos nerviosos de mi carne, Eda Nicola. Premio Letras de Córdoba 2003 para Autores Inéditos “Glauce Baldovin”.                                                                         

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char