miércoles, 15 de abril de 2015

Necesito el préstamo y la usura

LUIS ARTURO GUICHARD

(Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 1973. Reside en Salamanca, España, desde 1997)

UN LIBRO ITALIANO

Podría escribir un libro italiano.
Pondría en él ese jardín de Rávena
donde me senté a descansar
por primera vez en treinta años;
la esquina de Venecia
que se llama Calle de la vida
que desemboca en un canal
y no tiene nada que ver
–suene como suene–
ni con las calles ni con la vida;
el hotel de Roma
en el que estoy seguro
de haber visto a Alejandro Rossi
de nuevo niño.
Tendría que hablar también
de los tiempos,
no sólo de lugares.
Mencionar la tumba de Keats
y las bicicletas de Alberti,
las callejuelas de Propercio
y la jaula de Pound,
mostrar, qué sé yo,
un ángulo ignorado,
un descubrimiento personalísimo,
aprovechar mi ventaja clasicista.
Pero sucede que en Italia
nunca he sido nada más
que un turista feliz,
con la cara entontecida de asombro,
que come helados
e incluso toma fotografías.
Un turista que no ha pensado,
no ha escrito, no ha pretendido
ninguna razón oculta para la alegría.
Y los turistas felices
no escriben libros.
**
CAPITALES

Las ciudades cerradas los domingos
me trastornan. Tal vez pueda reducirse
a que soy un extranjero consumista,
retoño del capitalismo más salvaje.
Quizá soy un poeta de provincia
que se acostumbró a vivir en ciudades
demasiado grandes para su destino
o que tanto leer a Calímaco y Horacio
acabó por ponerme del lado de la grey.
Estos viejos que pasean los domingos
frente a las vitrinas cerradas,
oyendo el fútbol en la radio,
son mi idea más pulida de tristeza.
Necesito tiendas abiertas
en las que el capital circule
como en las grandes capitales,
perderme entre la masa que mira
la ropa y los sombreros de las tiendas
pero no me mira a mí.
Necesito la luz de los fanales
y el zumbido de los trenes
más allá de media noche.
Necesito el préstamo y la usura
para no terminar en una jaula
clamando contra ellos,
porque yo también he de intentar
escribir el paraíso
y eso no se puede hacer en silencio.

De Versión aérea (Girona, 2010), tomados de vozed.org
**
Contrarios que no se tocan

Yo estoy del lado de la niebla.
En primer lugar porque cae,
que es menos pretencioso que elevarse.
También porque hace magia de fiesta de niños:
pone el pañuelo, oculta las cosas un momento
y las deja luego como estaban.
Hace que los campos más comunes
se conviertan en bosques artúricos
y que se pueda escribir en la ventana con el dedo.
Es sencilla y no sirve para nada.
Se da cuenta y se marcha por sí misma.

Yo estoy del lado de la niebla
pero siempre han ganado los adoradores del humo.
**
Día de la creación

El día de la creación no pudo ser creado directamente
Primero había que crear algo, cualquier cosa, que lo precediese
Entonces fue creada —supongamos— la trompeta de jazz
Que a su vez fue precedida por el músico
Que a su vez fue precedido por su padre y su madre
jóvenes y juntos dentro de un Fiat 1930
Que a su vez fue precedido por un camino
Que a su vez fue precedido por un bosque
Que a su vez fue precedido por lo que sea que lo precedía
—la tierra, el eje, la galaxia o las enanas blancas—

La verdad es ésta: la creación sucede marcha atrás.
Así se comprende todo perfectamente.
***
Cortesía de José María Cumbreño.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char