lunes, 4 de mayo de 2015

El rocío se acuerda del último crepúsculo

ISIDORO BLAISTEN
(Concordia, Prov. de Entre Ríos, Argentina, 1933-Buenos Aires, Argentina, 2004) 

Solapa de Sucedió en la lluvia
Ha llegado el momento de señalar las tres clases de “poetas” que publican libros:
Una de ellas está compuesta por los que se desconectan de sí mismos y de los de­más, imitando escuelas que —ingenuamen­te— creen que son modernas; amontonan­do imágenes, no aventurando una sola gota de sangre, una minúscula parte de vivencia.
La otra es la clase de los detenidos en el espíritu de lo viejo, atados al pasado orden de la poesía, al sonetito con vuelo de gar­zas y gerundios de rosas. No crean nada. Recrean. Una poesía que está muerta an­tes de haber nacido.
La tercera clase es la de los auténticos poetas: aventura, transmisión, el uso de la palabra no únicamente como sonido agra­dable o como cabo para sugerir o poetizar, sino, esencialmente, como elemento de co­municación, sin desechar lo cotidiano, ni la jerga, ni lo pulcro. El uso, además, de las vivencias dadas con el tono personal. Lo que más distingue a un ser de otro ser, es, además de la imagen física, su espíritu, su sentido de la alegría o de la angustia, su concepto de la vida. Por eso, los verdade­ros poetas no pueden detenerse en imitar a otros, no pueden elegir escuelas. Son dis­tintos. Ellos mismos guardan —muchos sin saberlo— una escuela propia de la poesía. Lo que tanto se dio en llamar estilo. Lo que es de uno exclusivamente.
Blaistein pertenece a esta última clase de poetas. Leyéndolo, no hay error posible. “En una pensión un hombre solo mira el techo”, es Blaistein. Y el que pide a la ma­dre “un lugar despeinado en tus caricias”, es Blaistein. Y es de Blaistein esa noví­sima “Teoría del Esgunfio”, porque él, mu­chas veces, habrá pensado que al esgunfio “hay que matarlo una tarde de lluvia cuan­do juega al dominó por las cocinas”.
Todo lo que “Sucedió en la lluvia” tiene acumulamiento de vivencias. Basta ese aco­razonado canto para Edith Piaf, que le mue­ve a pensar en la hora en que mueren los solitarios. De no haber hecho eso, de no haberse lanzado a la aventura de su propio mundo, de no haber abierto la llave de paso de su melancolía para dejarla correr en poemas de verdad, Blaistein podría haber arriesgado menos, podría haber hecho lite­ratura, podría haber escrito como otros. Pero él se hubiera mentido. Y él no se lo hubiera perdonado nunca, a pesar de los posibles y transitorios éxitos, a pesar de lo poco que duele escribir “como se usa”.
Por todo eso, Blaistein es un poeta. No nos equivoquemos si pretendemos juzgar a Sucedió en la lluvia como su primer li­bro. Porque no por ser el primer libro de Blaistein, éste es el libro de un novel. Bas­ta con abrir sus páginas y notar que esta poesía tiene el repliegue de la madurez. Es la poesía que se lanza ya tamizada por el autor. Porque Blaistein no es el enamorado por mostrar sus cosas. Es, en cambio, el enamorado de crear sus cosas. Y esa poe­sía recién ahora se da a conocer, recién ahora sale a la aventura, después de haber hecho otra y otras y otras más, o de ha­ber sedimentado emociones, o de haber mor­dido muchos reveses, o de haber aguantado los manotazos de la tristeza o los insólitos rechinamientos de la soledad.
Lo que tiene que decir Blaistein y dice no es titubeo. Es bien firme. Por eso, se nos incorpora sin reticencias, seguro, en lu­gar ya importante en la zona de los poetas auténticos.
Sucedió en la lluvia es una invitación a su mundo.
Mario Jorge de Lellis
***
La brújula rota

Ciertas tardes y noches y mañanas como ésta
desde un otoño de luto alucinado
desde hoteles y calles y cansancio
de lugares terribles desde la sal al dátil
vuelve otra vez a mí el amor sin geometría
aprieta junto a mí su corazón de pájaro
llora en mi corazón como en un  rincón de lástima.

Ciertas tardes y noches y mañanas como ésta,
cuando se pone triste el alma de los mapas
y se mueren de frío las ventanas,
cuando el verano se asusta de la sangre,
desde el lugar más húmedo del llanto
vienen lentos pordioseros de neblina
caminan por el alma
van en busca de mi propia raíz de agua.

Ciertas tardes y noches y mañanas como ésta
desde un raro país donde todo es encuentro
donde los tilos huelen a regreso
y caminan dulces viejos con la barba
vuelve hacia mí el amor con lluvia y mariposas
y una pólvora rara que supera al tabaco
y un coñac de misterio que ha engañado a la víspera
y una brújula rota que orienta a la ceniza,
y me lleva al lugar que ha olvidado a la luna
y el otoño es posible
y el amor es posible más allá de los credos.

Toda está bien ahora:
la luz, el heliotropo,
el musgo que ha brotado entre los días;
pero ciertas tardes y noches y mañanas como ésta
cuando mi corazón toma un color de noches perdidas para siempre
y el rocío se acuerda del último crepúsculo
y amanece la espera con su rostro inaudito,
vuelvo otra vez a mí como el río al ahogado
ya no sonríe nadie en los retratos
la desesperación me ladra por la espalda.
***
Ida y vuelta hacia mi madre muerta

Si es cierto mamá que estás tras los cristales
que florecen tus gestos por las altas glicinas
que susurra tu voz hablando en algún lado
que me miran tus ojos, varados como un barco
a estribor de la vida.

Si es cierto que estás yo quisiera llegarte:
trepando por el brillo de una estrella
o volando a gaviota de un suspiro
o montando a babucha de un enano con botas
o subido en las hojas que vuelan por otoño.
Yo quisiera llegarte y conversar contigo.

Decirte muchas cosas y no decirte nada:
"Que estoy bien de salud y que he crecido
que me dejo el bigote y tengo amigos
que fui audaz, tuve miedo y de a ratos escribo".

Yo quisiera llegarte y conversar contigo.
Decirte muchas cosas y no decirte nada:
decirte muchas cosas y cosas sin sentido:
"de contarte una historia que haga dormir las madres
de comprar la venganza en las casas de ramo
de formar un racimo con peces y con ciervos".

"De enhebrar un collar con caricias y manos
de anudar una cuerda con colas de ratones
de habitar una casa que sea pura ventana
de inventar un muñeco con piernas de lombrices
de tocar el tambor en la panza de la luna
de fundirte un anillo con plata de tus sienes
de poner algodón y guardarme las nubes".

Yo quisiera llegarte y conversar contigo.
Decirte muchas cosas y no decirte nada:
Ser un hueco en tu falda, un momento en tus manos,
un lugar despeinado en tus caricias,
un castigo ya cumplido en rus rincones.

Yo quisiera llegarte y no decirte nada.
Después decirte adiós, con un adiós sencillo.
Decirte luego adiós porque me esperan.
Me esperan sinsabores y una deuda. Alegría,
zapatos, tinta fresca.
Un portal con su beso y los gorriones.

Adiós mamá. Hasta pronto.
Trázame un sendero con tu voz
y una estela luminosa con tu gesto,
resérvame una gruta de ternura
y guárdame un lugar en tu regazo.

Yo llegaré hasta ti de cuando en cuando
a conversar contigo sentado en las estrellas.
***
Poeta desorientado

Descubrí la peluca de mis héroes
y el río está oxidado.
Usan valet los árboles.
Se escapó mi paloma con un gallo.

Ya la lluvia no regala muestras gratis
ni da informes la luna por teléfono.
La muerte aprende el rock y la sonrisa,
no quiere saber nada.

El suicidio,
con gripe.
Las rosas,
no reciben.
Mi canto,
está en la radio.
Mi imagen,
en el cine.

Los sueños han formado sindicato,
las golondrinas hacen inventario,
hubo cortes de luz en las luciérnagas,
la angustia se me casa en primavera,
y la soledad, becada,
se fue a estudiar montañas.

El dolor,
gerente principal de mi poesía,
coimea a los dentistas.
Y el estrofero hombre con mayúscula,
no quiere trabajar en mis poemas.

Se me fue con un chofer la buena amada.
Gran dios de los poetas,
no tengo de que hablar.
Estoy desorientado.

De Sucedió en la lluvia, Editorial Stilcograf, 1965.
Reeditado por Punto de Encuentro, 2014.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char