viernes, 8 de mayo de 2015

Quién va a sentarse afuera, a ver la tarde

CIRCE MAIA
(Montevideo, Uruguay, 1932. Reside en Tacuarembó, Uruguay)

“Ajena, qué palabra, no estar en ningún lugar, no pertenecer a nadie.”
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TV

Una mirada fría recorre el mundo y prueba
-no precisa ir muy lejos-
las duras realidades
como quien se llevara
amarguísimos frutos a la boca
de zumo negro y venenoso.

La mancha
de la crueldad avanza hora a hora...

¿Quién va a sentarse afuera, a ver la tarde
mientras ella camina a grandes pasos
y oscurece la tierra?

de Breve sol, Editorial Banda Oriental, Montevideo, 2001.
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Construyendo los días uno a uno
bien puede ocurrir que nos falte una hora
-tal vez sólo una hora-
o más, muchas más, pero raro es que nos sobren.

Siempre faltan, nos faltan.
Quisiéramos robarlas a la noche
pero estamos cansados
nos pesan ya los párpados.

Nos dormimos así y la final imagen
-antes de zambullirnos en el sueño-
es para un día nuevo, de anchas horas
como llano estirado, como viento.

Lastimosa mentira.

No habrá días-burbuja imprevistos
sorprendentes, abiertos.

El zumo de este día transcurrido
se filtra por el borde de la madrugada
y ya la está royendo.

De Cambios, permanencias, 1978, La pesadora de perlas. Obra poética. Conversaciones con María Teresa Andruetto, Viento de Fondo, Córdoba, Argentina, 2013.
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Verde-luz. Verde-sombra.
Sobre hojas del sol, verde-translúcidas
se recorta la sombra de otras hojas.

Esa sombra no es negra. Es verde oscuro.
En la pared hay otras dualidades, pero
la pared no es totalmente blanca
la sombra tampoco es totalmente negra.
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Cuidado, porque esa impresión
también es aparente.

De Dualidades (Montevideo: Rebeca Linke Editoras, 2014) 

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char