jueves, 4 de junio de 2015

Al llegar la tarde con pálpitos que son del mediodía

THOMAS HARDY

(Inglaterra, 1840-1928)


Convergencia de dos

I
En soledad de mar,
muy lejos de la vanidad del hombre,
del Orgullo Vital que la planeara, yace tranquilamente.

II
Aposentos de acero, extintas ya las piras
de todos sus salamandrinos fuegos,
son traspasados por las frías corrientes, vueltos liras de rítmicas mareas.

III
En los espejos, creados con el fin
de enmarcar al magnate,
se desliza –grotesco y viscoso, callado, indiferente– un gusano de mar.

IV
Las alegres alhajas, diseñadas
para arrobar las mentes sensitivas,
yacen yertas y todos sus fulgores son nimios, negros, nulos.

V
Peces con ojos de menguante luna
miran aquel dorado equipo desde cerca
y se preguntan: “¿Qué hace aquí abajo tamaña petulancia?”

VI
Pues bien: mientras se estaba construyendo
esta criatura de ala surcadora,
el Destino Inmanente, que todo lo remueve y lo propulsa,

VII
Le preparó un siniestro compañero
a ella, tan graciosamente grande:
un Figurín de Hielo, por entonces obeso y apartado.

VIII
Mientras crecía la elegante nave
en estatura, gracia y colorido,
a una distancia oscura y silenciosa también crecía el Iceberg.

IX
Parecían ser dos desconocidos:
ningún ojo mortal pudo advertir
la soldadura íntima de su postrera historia.

X
O señal de que fueran orillados
por rutas coincidentes
a ser, poco después, las mitades perfectas de un Augusto suceso.

XI
Hasta que la Hilandera de los Años
dijo: “¡Ahora!” Y cada quien lo oye,
se consolida la consumación y hace estremecer dos hemisferios.

Versión de Hernán Bravo Varela
***
ME MIRO EN EL ESPEJO

Me miro en el espejo, veo mi piel ajada, y digo “¡Dios
quisiera que hubiese envejecido mi corazón igual!”

Así no sufriría al ver los corazones que se me han vuelto fríos
y el eterno descanso esperaría yo solo con ánimo impasible.

Pero el Tiempo, que quiere verme seguir sufriendo, hay parte
que nos quita, otra parte nos deja; y sacude este frágil cuerpo
al llegar la tarde con pálpitos que son del mediodía.

Versión de Adolfo Sarabia
**
LOS BUEYES

Nochebuena y las doce en el reloj.
"Ahora estarán todos de rodillas",
dijo alguien entre los mayores
cuando junto a las brasas, en bandada,
todos nos reuníamos en el cómodo hogar.

Imaginábamos aquellas mansas,
apacibles criaturas en la paja
de su redil: ni se nos ocurría
dudar de que estuviesen de rodillas.

Un capricho tan limpio, en estos años,
pocos lo tramitarían. Todavía
si alguien dijese en Nochebuena:
"Vamos a ver los bueyes de rodillas,

dentro de la cabaña solitaria
de aquel valle lejano que solíamos
visitar en la infancia",
con él iría por la oscuridad
esperando encontrármelos así.

Traducción de Joan Margarit
***
Hombre Muerto Caminando

Como a un viviente ellos me saludan
¿mas no saben acaso
que he muerto de años tan tardíos,
aunque insepulto?

No soy aquí sino una sombra inmóvil
mohosa forma ya sin pulso, pálida
fotografía del pasado, proyectando
cenizas frías que se alejan.

Ni en la advertencia de un minuto,
ni en el barullo de una hora,
cesaron para mí los hechizos del Tiempo
en el salón o en la alcoba.

Trágico tránsito no hubo,
ni suspensión del hálito,
cuando las estaciones silenciosas
con tiento me acercaban a esta muerte.

Trovadoresco joven, deambulaba,
tañendo esta lira que es la Vida,
y el incesante son del existir
rabiando en mí como una hoguera.

Mas cuando yo aguzaba el ojo
sobre las ambiciones de los hombres,
me congelaba, y perecía entonces
un poco más.

Cuando a través de la Postrera Puerta
cruzaron mis amigos, familiares,
dejándome aquí tan desolado
morí incluso más.

Y cuando la que es dueña de mi Amor
por mí su odio despertó,
no supe ya entonces si morí
un grado más aún.

Y si completamente he muerto, cuándo,
decir no lo podría,
y si he mutado en este cuerpo inerte
que soy hoy día.

Si así esto fuera, y pese a que
paso las horas de algún modo
en charlas, caminatas y sonrisas
no vivo ya jamás.

Traducción: Patricio Grinberg

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char