miércoles, 24 de junio de 2015

En cruz estamos. Raya. Tachadura

ÁNGELA FIGUERA AYMERICH

(Bilbao, 1902 - Madrid, España, 1984)


La rosa incómoda

A esto nada menos hemos llegado, amigos,
a que una fresca rosa nos lastime la mano.
La tengo. Es inaudito. Es realmente una rosa.
Tan bella y delicada.
Oh, demasiado bella y delicada
para llevarla en triunfo por la calle,
para ponerla al lado de un periódico
para alternar con tanto futbolista
o viajar en las sucias apreturas del metro.
¿No veis? Es tan absurdo. Es casi un compromiso.
No sé qué hacer con ella.
Me nació. Y es tan mía que no puedo dejarla
marchitarse en la sombra de mi alcoba sin lluvia
ni meterla en asfalto
ni atarla en la veleta de cualquier rascacielos
ni echarla por la boca de alguna alcantarilla.
Y no puedo tampoco, tan viva y tan brillante,
prendérmela en el pecho,
igual que si llevara
mi corazón desnudo a los ojos extraños.
No sería decente.
Y menos colocarla en mis cabellos.
(Son ya grises, amigos). Bastante me he arriesgado
publicando mis años sin quitar una fecha
y mis largos poemas con la sangre en los bordes.
Lo confieso: me encanta contemplarla a hurtadillas,
tan tierna e inocente como antes de la culpa.
Como antes de esta paz y aquella guerra,
como antes de tan lindos sonetos a la rosa.
Tan clara y evidente como en los días santos
cuando las rosas iban con el hombre
sintiéndose seguras,
y el laurel y el olivo prosperaban en casa,
y era cosa admitida
que las aves bajaban a cantar sobre el hombro
de cualquier transeúnte.
Sí, me gusta mirarla. pero siento vergüenza.
Pero temo encontrarme con cualquier conocido.
¿Cómo estás? Muy bien, gracias. ¿Y esa rosa? ¿Esa rosa?
**
Libertad

Crecieron así seres de manos atadas.
Empédocles

A tiros nos dijeron: cruz y raya.
En cruz estamos. Raya. Tachadura.
Borrón y cárcel nueva. Punto en boca.

Si observas la conducta conveniente,
podrás decir palabras permitidas:
invierno, luz, hispanidad, sombrero.
(Si se te cae la lengua de vergüenza,
te cuelgas un cartel que diga “mudo”,
tiendes la mano y juntas calderilla.)

Si calzas los zapatos según norma,
también podrás cruzar a la otra acera
buscando el sol o un techo que te abrigue.

Pagando tus impuestos puntualmente,
podrás ir al taller o a la oficina,
quemarte las pestañas y las uñas,
partirte el pecho y alcanzar la gloria.

También tendrás honestas diversiones.
El paso de un entierro, una película
de las debidamente autorizadas,
fútbol del bueno, un vaso de cerveza,
bonitas emisiones en la radio
y misa por la tarde los domingos.

Pero no pienses “libertad”, no digas,
no escribas “libertad”, nunca consientas
que se te asome al blanco de los ojos,
ni exhale su olorcillo por tus ropas,
ni se te prenda a un rizo del cabello.

Y, sobre todo, amigo, al acostarte,
no escondas “libertad” bajo tu almohada
por ver si sueñas con mejores días.
No sea que una noche te incorpores
sonambulando “libertad”, y olvides,
y salgas a gritarla por las calles,
descerrajando puertas y ventanas,
matando los serenos y los gatos,
rompiendo los faroles y las fuentes,
y el sueño de los justos, porque entonces,
punto final, hermano, y Dios te ayude.


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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char