martes, 14 de julio de 2015

La cocina a oscuras, la miseria de amor





CÉSAR VALLEJO
(Perú, 1892-Francia, 1938) 

Poema XXIII

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos 
pura yema infantil innumerable, madre.

Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente 
mal plañidas, madre: tus mendigos. 
Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto 
y yo arrastrando todavía 
una trenza por cada letra del abecedario.

En la sala de arriba nos repartías 
de mañana, de tarde, de dual estiba, 
aquellas ricas hostias de tiempo, para 
que ahora nos sobrasen 
cáscaras en relojes en flexión de las 24 
en punto parados.

Madre, y ahora! Ahora, en cual alvéolo 
quedaría, en qué retoño capilar, 
cierta migaja que hoy se me ata al cuello 
y no quiere pasar. Hoy que hasta 
tus puros huesos estarán harina 
que no habrá en qué amasa 
¡tierna dulcera de amor, 
hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar 
cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo 
que inadvertido lábrase y pulula ¡tú lo viste tánto! 
en las cerradas manos recién nacidas.

Tal la tierra oirá en tu silenciar, 
cómo nos van cobrando todos 
el alquiler del mundo donde nos dejas 
y el valor de aquel pan inacabable. 
Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros 
pequeños entonces, como tú verías, 
no se o podíamos haber arrebatado 
a nadie; cuando tú nos lo diste, 
¿di, mamá?
**
XXVIII

He almorzado solo ahora, y no he tenido 
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua, 
ni padre que, en el facundo ofertorio 
de los choclos, pregunte para su tardanza 
de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir 
de tales platos distantes esas cosas, 
cuando habráse quebrado el propio hogar, 
cuando no asoma ni madre a los labios. 
Cómo iba yo a almorzar nonada.

A la mesa de un buen amigo he almorzado 
con su padre recién llegado del mundo, 
con sus canas tías que hablan 
en tordillo retinte de porcelana, 
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos; 
y con cubiertos francos de alegres tiroriros, 
porque estánse en su casa. Así, qué gracia! 
Y me han dolido los cuchillos 
de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de estas mesas así, en que se prueba 
amor ajeno en vez del propio amor, 
torna tierra el bocado que nos brinda la 
MADRE, 
hace golpe la dura deglusión; el dulce, 
hiel; aceite funéreo, el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar, 
y el sírvete materno no sale de la 
tumba, 
la cocina a oscuras, la miseria de amor.
**
LOS PASOS LEJANOS

Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.

Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.

Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.
Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.

Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.
**
Fresco

Llegué a confundirme con ella,
tanto...! Por sus recodos
espirituales, yo me iba
jugando entre tiernos fresales,
entre sus griegas manos matinales.

Ella me acomodaba después os lazos negros
y bohemios de la corbata.  y yo
volvía a ver la piedra
absorta, desairados los bancos, y el reloj
que nos iba envolviendo en su carrete,
al dar su inacabable milinete.

Buenas noches aquellas,
que hoy la dan por reír
de mi extraño morir,
de mi modo de andar meditabundo.
Alfeñiques de oro,
joyas de azúcar
que al fin se quiebran en
el mortero de losa de este mundo.

Pero para las lágrimas de amor,
los luceros son lindos pañuelitos
lilas,
naranjos,
verdes,
que empapa el corazón.
Y si hay ya mucha hiel en esas sedas,
hay un cariño que no nace nunca,
que nunca muere,
vuela otro gran pañuelo apocalíptico,
la mano azul, inédita de Dios!
**
Idilio muerto

Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita 
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita 
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita 
las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela; de sus 
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: "¡Qué frío hay... Jesús!".
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.


 Imagen: Jackson Pollock

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char