domingo, 3 de abril de 2016

No es fácil que creas en nada, si no es en la lluvia

Nikolai Gumiliov

(Kronstadt, Rusia, 1886-URSS, fusilado en 1921)

Hoy descubro que tienes una mirada triste,
Una particular finura de los brazos que rodean tus rodillas.
Pero escucha: muy lejos, allá en el lago Chad,
Se pasea con gracia una jirafa.

Ostenta, elegante, su tierna delgadez
Y adorna su piel un mágico trazado,
Al que solo la luna se atreve a compararse
Cuando, quebrada, flota sobre los grandes lagos.

A lo lejos semeja las velas de una nave,
Y su carrera fluye como el risueño vuelo de los pájaros;
Sé que la tierra la contempla asombrada
Cuando al anochecer se esconde en su gruta de mármol.

Conozco las leyendas de misteriosos pueblos:
La de una virgen negra, la del guerrero amante.
Pero hace mucho tiempo respiras en la bruma,
Y no quieres creer sino en la lluvia fría.

Entonces ¿cómo hablarte de un jardín tropical,
De las esbeltas palmas, del aroma de plantas ignotas...?
¿Lloras? Escucha: muy lejos, allá en el lago Chad
Se pasea con gracia una jirafa.
(1908)

Traducción del ruso de José Manuel Prieto y Ernesto Hernández Busto
***
LEOPARDO

                  Si a un leopardo matado no le cortas inmediatamente los bigotes,
                  su espíritu perseguirá al cazador.
                                              (Superstición abisinia)


En noches sordas de silencio,
el leopardo que he matado
se ocupa dentro de mi cuarto
en ensalmos y sortilegios.

Gente que viene y que se va;
la que más tarda en irse: aquella
en cuyas venas se pasea 
una dorada oscuridad.

Es tarde. Grazna sordo un trasgo,
y los ratones, que murmuran;   
al pie de mi cama maúlla
el leopardo que he matado.

—La quebrada de Dobrobrán
flota en la niebla gris ceniza,
el sol, rojo como una herida,
en Dobrobán alumbrará.

—Hacia el oeste lleva el viento
olor de miel y de verbena,
y ululan, ululan las hienas,
hundiendo su hocico en el suelo.

—Hermano, hermano, ¿ves el humo?
¿sientes el olor?, ¿los aullidos?
Entonces, di, ¿por qué motivo
aún respiras este aire húmedo?

—No, tú me has asesinado;
y has de morir en mi terreno,
para que yo nazca de nuevo,
entre los fieros leopardos.

¿Acaso oiré toda la noche
sus maliciosos llamamientos?
Ay, no he escuchado los consejos;
no le he quemado los bigotes.

Pero es tarde. Una fuerza adversa
me ha derrotado y no está lejos.
Como un yugo, del pescuezo,
férreamente, una mano...aprieta...

Palmeras... un fuego del cielo
incendia una fuente de arena;
Danakil, detrás de la piedra,
con una jabalina ardiendo.

No se da cuenta y desconoce
de qué está orgullosa mi alma;
él se limitará a arrojarla,
lejos, sin preguntarse a dónde.

Sin fuerzas para resistir,
me levanto, y estoy en calma:
cerca de un pozo de jirafas
mi vida llegará a su fin.

(1919)
***
EL OBRERO

Sigue trabajando ante el horno encendido,
es un hombre viejo y de corta estatura,
y sumiso, por la forma en que acostumbra  
a entornar sus párpados enrojecidos.

Los demás trabajadores ya descansan,
él, en cambio, todavía sigue en vela;
se consagra entero a moldear la bala  
que me arrancará algún día de esta tierra.

Ha acabado: su mirada cobra aliento;
regresa; la luna brilla; y a estas horas,
sola en la ancha cama, cálida y con sueño,
todavía está esperándolo su esposa.

Esa bala que ha fundido silbará
por encima de la espuma gris del Dvina;
esa bala que ha fundido se hundirá 
en mi pecho, porque vino a por mi vida.

Yo, con la melancolía de la muerte,
caeré, y veré fluir mi vida entera:
a raudales correrá mi sangre ardiente
por la hierba medio seca y polvorienta.

Y por mis amargos y fugaces días,
Dios entonces me dará la paga justa:
quien lo ha obrado, en su camisa desteñida,
es un hombre viejo y de corta estatura.

Versiones de José Mateo, revisada por Xenia Dyakonova.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char