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(Rosario, Santa Fe, Argentina, 1975)
Mi balcón
Calentador eléctrico.
Plato de loza blanco.
Maceta de barro sin planta.
Madera de Bolsón.
Uno arriba de otro no en este orden sino
a la inversa:
Madera de Bolsón sobre
Maceta de barro sin planta sobre
Plato de loza blanco sobre
Calentador eléctrico.
Atrás el esqueleto de una silla tonet.
Arriba la soga con broches de colores.
A la derecha un banco de trabajo.
A la izquierda un cactus patagónico anciano,
único espécimen que resiste
la insistencia inanimada de mi
balcón,
con su horizonte amputado en el ventanuco
del baño de los vecinos.
***
Inundación
Intermitentemente llueven tres, cuatro milímetros desde hace días.
Los arroyitos crecen, se desbordan
y serpentean por el valle arrasando caminos,
plantaciones, puentes de tierra apisonada sobre palos.
Correntadas precoces, lodazales
quieren ir
al mar.
Y no hay más desembocaduras que los ojos.
***
Postal de verano
Con las valijas en la vereda
de la casa de la infancia es decir las valijas
en la infancia misma, de algún modo
(los vecinos duermen)
podría robar el cartel de la despensa
la claridad, el cielo, la basura del corso
tirada entre los yuyos
para mi colección de souvenirs:
aerosoles sin nieve, botellas de plástico
papeles, bolsas, envoltorios
y hojas de coca masticadas y escupidas
(un sarpullido triste sobre el suelo)
En la esquina
-justo bajo el farol clueco
donde fumó Agustín en los noventa
con un gesto viciado de galán de TV-
estaciona el camión municipal
y se apean dos mamelucos amarillos
cargando una hoja de palmera
y una pala de albañil.
Uno barre, el otro junta.
La sincronía es imperfecta, de hecho
parecen dos robots drogados cada vez
que uno barre la polvareda sube
amontona los papeles y envoltorios
levemente hacia el cordón, el otro
arrastra la pala por la calle duda
antes de acometer contra el apenas montículo
después tira el cargamento de la pala en el camión
con lasitud enervante, ambos
de súbito se detienen:
el de la pala se apoya sobre ella y cruza los pies
como un bailarín en descanso
el otro nada más ve la coupé taunus
que dobla la esquina y me descubre
espiando en plena calle, por si acaso
no levanto la mano, el de la pala
me devuelve indiferencia: bosteza
a tempo con la ruinosa casi escoba
que agita lánguida el polvo, la polvareda sube
la claridad acobarda.
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