jueves, 20 de abril de 2017

Recuerden las manzanas doradas del árbol

Hilda Doolittle (HD)

(Bethlehem, Pennsylvania, EE.UU., 1886-Zurich, Suiza, 1961)

Satisfechos, insatisfechos,
saciados o entumecidos de hambre,

he aquí la urgencia eterna,
la desesperación, el deseo de equilibrar

la variante eterna;
tú percibes este llamado insistente,

esta demanda de un cierto instante,
la vocación de gozar, de vivir,

no el mero afán de perdurar,
la vocación de vuelo, de consecución,

la vocación de reposo tras un largo vuelo;
pero ¿quién conoce la desesperada urgencia

de esos otros –verdaderos tal vez ahora
míticos pájaros— que buscan, infructuosos, reposo

hasta que se desploman desde el punto más alto de
la espiral
o caen del centro mismo de un círculo cada vez más estrecho?

pues ellos recuerdan, recuerdan, al mecerse y revolotear
lo que existió una vez –recuerdan, recuerdan—

ellos no se desviarán –han conocido la bienaventuranza
el fruto que satisface –han retornado—

¿y si las islas se perdiesen? ¿si las aguas
cubrieran las Hespérides? Mejor es que recuerden—

recuerden las manzanas doradas del árbol;
Oh, no los compadezcas, mientras los ves caer uno por uno,

pues caen exhaustos, adormecidos, ciegos,
pero en un cierto éxtasis,

pues de ellos es el hambre
del Paraíso.

De Poemas de Helena en Egipto, Ediciones Angria-Caracas, Venezuela, 1992. Traducción María Negroni y Sophie Black
***

Llévame donde quiera, donde quiera;
en ti me adentro,
Dogo -Venecia-,
toda mi hacienda eres tú;
me escondería en tu cabeza
como un niño en un ático
y, allí, ¿qué encontraría?:
¿religión o magia? -¿ambas? ¿ninguna?
¿la una o la otra?, juntas, afines
acopladas, exactamente iguales,
iguales en poder, juntas aunque separadas,
el ámbar de tus ojos.
*******
Rosa de mar

Rosa, áspera rosa,
estropeada y de pocos pétalos,
flor magra, delgada,
escasa de hojas,

más preciosa
que una rosa mojada
única en un tallo
—sujeta a la deriva.

Atrofiada, con hoja pequeña,
eres arrojada a la arena,
eres alzada
en la crujiente arena
que se mueve en el viento.

¿Puede la rosa que es especia
gotear tan acre fragancia
endurecida en una hoja?

Traducción de Santiago Ospina y Juan Afanador
***
La vara en flor

Voy donde amo y soy amada
hacia la nieve;

Voy hacia aquello que amo
sin ningún pensamiento de deber o piedad;

Voy hacia donde pertenezco, inexorable,
como la lluvia que no ha cesado de caer

hacia los surcos; he dado
o podría haber dado

vida al grano;
pero si éste no crece o madura

con la lluvia de la hermosura,
la lluvia retornará a la nube,

quien cosecha afila su acero sobre piedra;
pero éste no es nuestro campo,

no lo hemos sembrado;
impiadosos, impiadosos, dejemos

el sitio de la calavera
para aquellos que lo compusieron.

De Trilogía, 1944-1946. Trad. de Natalia Carbajosa. Barcelona: Lumen, 2008.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char