viernes, 16 de junio de 2017

¿Entonces qué?

Richard Gwyn 
Tomada de letrasyceluloide

(Sur de Gales, Reino Unido, 1956)



Pelar una naranja

Pelar una naranja plantea una elección. ¿Usas un cuchillo o los dedos? ¿O simplemente cortas la fruta y chupas las partes interiores de la piel dada vuelta, dejando que la amarga suavidad te roce la lengua? Con frecuencia siento el impulso de clavar los dientes en esos flojos colgajos de cáscara , y lo hago. Cuanto más fresca es la naranja, menor es la necesidad de un cuchillo. Hunde profundo el pulgar donde se inserta el tallo y empuja. Al romper la piel, un soplo de vapor, una diminuta explosión del genio de la naranja. Parpadea y te lo perderás. No parpadees y te arderán los ojos. Te quedará colgando la parte blanca de la cáscara debajo de la uña del pulgar, pegajosa y probablemente irritando la carne suave que hay debajo de la uña. Los delgados pedazos de cáscara caen como yeso. Alternativamente, usa un cuchillo. En ese caso, muy probablemente cortarás la piel en cuartos, uniendo el vértice y el ombligo. Recuerda que el mundo es como una naranja, pero azul. Sosteniendo el cuchillo firmemente entre el dedo medio y el pulgar, da vuelta la cáscara con el dedo índice, si es que lo tienes. ¿Entonces qué? Corta los cuartos. Cómete la naranja. Los sobrantes ácidos se te pegan en el dorso de los dientes. El jugo quema las úlceras de la boca. En la antigua China, los hechiceros frotarían la cáscara y la piel blanca en el glande de un hombre agonizante para que alcanzara una reencarnación favorable. En el invierno, los griegos disponen cáscaras de naranja en la parte superior de sus salamandras . El aroma les da la bienvenida a los recolectores de aceitunas cuando vuelven de los campos después de un día de trabajo. Sentado para que descansen sus piernas doloridas, uno de ellos comienza a pelar una naranja. 
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Espartanos

Vivir en la ciudad de Esparta era difícil. Abandonado recién nacido por una noche en la ladera de una colina, pronto aprendías lo que era bueno. Además había peleas que pelear, tierras que conquistar, saqueos y sometimientos que llevar a cabo. Dignidad y una tumba honorable. Y siempre esos corintios tramposos y esos atenienses superiores a quienes superar en lucha mortal y sin dejarles ni un pelo intacto. Lanzas que lustrar hasta que brillasen más que la luz de la luna, espadas que afilar hasta que el menor contacto partiese en dos al nervio. Si crecías sintiéndote flojo ante todos esos trabajos, todo ese clamor por sangre y muerte, y anhelabas apenas un asomo de misterio o ternura, estabas condenado a la burla y al insulto. En el patio de la escuela oía a los que iban a ser guerreros espartanos. Sus palabrotas incluso eran de pura sangre, mientras yo tenía la boca llena de bolitas.
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Voz

¿Sobre qué hablamos? La respuesta
se me escapa. Todas esas oraciones inacabadas,
pausas; silencio. Nuestras horas a la luz del día
gastadas viendo un atardecer perpetuo. Las noches
cuando nadábamos en la bahía rodeada de pinos,
buceando con las tortugas.
Y cuando recuerdo tu voz
es una caída de perlas por el agua,
labiales y fricativas más ligeras que el oxígeno,
esas vocales líquidas que se fueron
con la noche y el agua;
una voz empolvada con fina arena blanca,
llamando a través de los pinos
como una improbable ave nocturna
solitaria en un bosque enorme.
Tu voz era tu única armadura,
una paradoja entre voces,
casi siempre a punto de romperse,
casi rota, casi
abriendo camino. Años después
escucho tu voz en sueños,
suave, fastidiando, avivando estas
emociones desastrosas, como si
un hoyo fuera taladrado
en mi plexo y la leche solar
sorbida por una pajilla.
En la mañana me paro desnudo,
miro el hoyo en mi estómago
punzándolo con mis dedos,
y digo: ‘tu voz hizo esto’.
Pero eso es mentira. Es el recuerdo
de tu voz lo que hace el daño.

Traducción de Jorge Fondebrider

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char