NINÍ BERNARDELLO
(Cosquín, provincia de Córdoba, Argentina, 1940. Reside en Río Grande, Tierra del Fuego, id., desde 1981)
Poética
Dimensión oculta
un desparpajo
para seguir hablando.
¡Qué sé yo de qué!
Pienso siempre
en un papel de calcar
colocando sobre textos
antiguos, sagrados
Sobre escrituras ajenas
copiarlos y copiarlos
como si fuesen
dibujos de maravillas
quitarle partes
transformando otras
hasta realizar una copia
que no deje vestigio
del original.
**
Se fue Moreira al claustro
de las estrellas. Dejó su pasión
en una pared encalada y ajena.
Hubiera querido entender
de golpe, su misterio. Me digo:
es la vida nuestra de compadres
peones y capataces entreverados
a gritos, oliendo a tabaco negro
y alcohol barato. Pienso por qué
a la suerte se le antojó siempre
sangrar de este lado de la vida.
Morir, morirnos sin chistar
mirando el cielo o al suelo.
**
Mítica
Sombras y violenta marejada. Bordes nítidos
sobre un vacío irreal, de fin del mundo.
Las cumbres bajo la niebla son lenguaje
reverente y consagrado por la intemperie
de todo lo visto como si fuera último.
Eso que termina y recomienza
siendo inicio, núcleo, raíz de todo-todo lo vivo.
Montañas invisibles para los ojos
del que invadiendo conquista
y corta, impiadoso, con el pasado.
**
Una ciudad de cristal blanco
en una niebla de plata y oro
La belleza del frío invernal
gana, en su exceso, un arrebato
hacia lo alto, un aleluya perfecto.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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