martes, 19 de septiembre de 2017

El peso de la noche y también sus ruinas

Leonardo Longhi

(Buenos Aires, Argentina,  1968)

(…) y te acomodas a un carácter,
lo siembras,
y preparas un destino.
(Girri, “Corazón como raíz”)

CICLO

Cada día mi oración
Es la primera melodía de un árbol
Que nadie puede ver.
Lento su
Mar hecho de ovejas, perros, lobizones.
“Mi mundito es tan pequeño”,
“Pero tu corazón es
El mundo”, dije, ¿o raíz de sí
En pura sangre, apología
De lo que se viene amansando en el dolor, en el morir
Para no morir como un sueño de princesas
En sus mares? ¿Corazón
De viejo árbol que ofrece
El tesoro de la ubicuidad a nuestro
Mundo de munditos, de retazos?
Estás en el nácar y en la tela
De la araña, en las
Palabras que no vienen
Al decir, en la frente de esos chicos
Que te abrazan. Me desvelan
Las siluetas de tu voz
En papelitos, los muñecos
Quitándose el sombrero y la razón del odio
Desvanecida en el rincón de los cerezos.
Esto bastaría para dejar la noche
A tus pies, el peso de la noche y también sus ruinas.
¿Hace falta una plegaria para que aparezca
El día? Agua lenta, luna yéndose
Sin andar, enamorada y tibia, su partida
Deja un surco de hojas
De oro despojándonos de anhelos,
Como si supiera que no hay
Más mundo que el perdido
Y recobrado en las barajas de una mano.
Viejo árbol, raíz de lo visible, suelta el hilo rojo
De su raudo corazón.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char