jueves, 2 de noviembre de 2017

Swift insistió muchas veces en que el ser humano debía ser razonable

Guillermo Boido
(Buenos Aires, Argentina; 1941-id., 2013)


Introducción
La conocida y despiadada sátira que Jonathan Swift (1667-1745) destinó a las instituciones
científicas de su época puede ser considerada como la primera manifestación
crítica sistemática a la nueva ciencia europea, por entonces en desarrollo, y particularmente
a sus supuestas y jactanciosas aplicaciones. El irlandés Swift, hombre de dos
mundos, Inglaterra e Irlanda, fue testigo de innumerables calamidades políticas y bé-
licas, de cuanta muestra de corrupción, superficialidad y arrogancia dominaba la escena
pública inglesa de su época, de la condición infrahumana en la que estaban sumidos
sus desposeídos compatriotas. Dio cuenta de ello, sin tapujos, en innumerables
páginas satíricas, a veces de una tensión insoportable, que no tienen parangón en la
historia de la literatura inglesa y quizás universal, y destinó algunas de sus diatribas
más lapidarias a las arrogantes pretensiones de las instituciones de la ciencia de su
tiempo y en particular las de la Royal Society. Su carácter de cristiano practicante y ministro
anglicano no le impidió escribir: “Tenemos bastante religión para hacernos
odiar, pero no la suficiente para hacer que nos amemos los unos a los otros”. Su azarosa
vida lo convirtió, en su vejez, en un misántropo sin remedio. Pero veamos de qué modo
expresa Swift sus críticas a la actividad científica de entonces y, en ese contexto, analicemos
la pertinencia de las mismas. Por razones de tiempo, nos remitiremos exclusivamente
a las afirmaciones que pone en boca de su inmortal personaje, el capitán Gulliver,
en el transcurso de dos de los remotos países que visita.
(...)
1 GULLIVER EN LAPUTA Y BALNIBARBI
Swift publicó su libro Viajes por diversos países remotos del mundo (conocido hoy simplemente como Los viajes de Gulliver) en 1726, un año antes de la muerte de Newton. El capitán Gulliver es rescatado de un inhóspito paraje en el que se ha refugiado luego de que su navío fuese capturado por piratas, por los habitantes de una enorme isla voladora. Allí se encuentra el reino de Laputa, que constantemente se mantiene en las alturas y ejerce dictatorialmente el control político sobre el país continental de Balnibarbi. La referencia a Inglaterra e Irlanda es manifiesta. Swift, quien conocía bastante bien el castellano, al igual que su personaje, tildó en más de una ocasión de prostituta a Inglaterra. En Laputa predomina el cultivo de la matemática, que se corresponde con el creciente interés de la época por las obras de Descartes, Galileo, Leibniz y Newton, este último ya deificado en Inglaterra en la época en que Swift publicó sus Viajes. La nueva ciencia newtoniana era recibida con beneplácito por gobernantes y teólogos porque mostraba la existencia en la naturaleza de un orden establecido y guiado por la providencia divina, lo cual legitimaba a su vez la necesidad de armonía y estabilidad social que sólo podían garantizar la monarquía y la Iglesia. La conexión entre matemática y música, la otra afición de los habitantes de Laputa, refleja la convicción, en tiempos de Swift, de que cada una a su modo expresaba la perfección de verdades eternas.
Los intereses de los laputenses son enteramente teóricos; ignoran cuanto atañe al mundo cotidiano, al testimonio de los sentidos y a las cuestiones prácticas. De allí que las viviendas de Laputa sean desastrosas, pues las indicaciones que se dan a los obreros, por demasiado abstractas, son incomprensibles para ellos. Los laputenses tienen un ojo vuelto hacia adentro y el otro dirigido hacia el cenit porque se hallan completamente absorbidos en sus meditaciones matemáticas y en el estudio de los astros, lo cual obliga a los pudientes a disponer de la asistencia de un sirviente, el sacudidor, para impedir que caigan en un precipicio o choquen contra un poste cuando transitan por la calle. La belleza de una mujer es descrita con el recurso a rombos, círculos, paralelogramos o elipses, y los alimentos se presentan en la mesa tallados en forma de figuras geométricas, tales como cilindros y conos. Maliciosamente, Swift hace decir a Gulliver que las mujeres de los laputenses, mientras éstos se hallan sumidos en sus profundas reflexiones, otorgan sus favores sexuales a los extranjeros incluso en presencia de sus maridos.
Conducido Gulliver al devastado y sojuzgado país continental de Balnibarbi, se lo lleva a su capital, Lagado, y allí se le permite visitar la Academia de Proyectistas, cuya fecha de fundación, y no por azar, Swift hace coincidir aproximadamente con la de la Royal Society. Allí los científicos se empeñan en llevar a cabo tareas tales como la extracción de la luz de los pepinos para ser almacenada y empleada durante el invierno, el ablandamiento del mármol para la fabricación de almohadas, la reconversión de excrementos humanos en el alimento original o el reemplazo de los gusanos de seda por arañas, porque, como se le explica a Gulliver, ellas no sólo producen el hilo sino que además saben tejer. Este proyectista confía en que, alimentadas con moscas de colores diversos, las arañas habrán de producir tejidos igualmente coloridos. Mientras un arquitecto desarrolla el proyecto de construir edificios comenzando por el tejado, otro investigador se halla abocado a la obtención de fármacos destinados a combatir la corrupción de los gobiernos y de la administración pública. En la sección de Artes y Ciencias Sociales, el viajero encuentra a los diseñadores de una "máquina literaria" destinada a producir secuencias de palabras al azar, de tal modo que, con ella, como se le dice a Gulliver, "la persona más ignorante será, por un precio módico y con un pequeño esfuerzo muscular, capaz de escribir libros de filosofía, poesía, política, derecho, matemática y teología sin precisar genio ni estudio". Gulliver recoge también algunas sugerencias para simplificar la lengua a fin de perfeccionarla, tales como el proyecto de suprimir todas las palabras sustituyéndolas por cosas.


El embate de Swift no está dirigido contra la ciencia misma, sino contra las prácticas que bajo el falaz rótulo de “ciencia” encubrían formas diversas de palabrería, petulancia, pretensiones desmedidas, extravagancias y seudociencia. En modo alguno puede ser concebido como un enemigo de la auténtica ciencia. Ya hemos señalado que aprobaba sin tapujos el programa utilitarista de Bacon, cuya corrupción y descarrío denunciaba. Escribió, con palabras que atribuye al rey de Brobdingnag, que la ciencia es de mayor utilidad que la política: “quien pudiera hacer crecer dos espigas de grano o dos
briznas de hierba en un trozo de terreno donde anteriormente sólo crecía una, merecería
el agradecimiento de la humanidad y haría un servicio más substancial a su país
que toda la casta de políticos juntos”. De haber adherido Swift al optimismo de la Ilustración,
quizás hubiese podido advertir en mayor medida todo aquello que razonablemente
la ciencia podría hacer en el futuro por el mejoramiento de la situación humana.
Pero era Jonathan Swift, y no pudo (ni quiso) dejar de testimoniar su compasión
por un mundo sufriente ni denunciar a los poderes capaces de devastar al ser humano bajo el estandarte del “progreso”. No podía, por tanto, aprobar la proclamada y no todavía comprobada certeza de los cultores de la recién nacida nueva ciencia en cuanto a sus poderes redentores de la
condición humana.
El viaje a Laputa y Balnibarbi es una forma temprana de ciencia ficción en la tradición pesimista que habrían de encarnar más adelante las obras de Wells o de Orwell. Pues Swift señaló claramente el
riesgo de depositar una exagerada fe en las posibilidades liberadoras de la ciencia,
al margen de cuánto hipotéticamente podía esperarse de ella para el mejoramiento de la sociedad. Percibió, mucho antes de que otros lo hicieran, la dualidad y ambivalencia de los usos del conocimiento para la prosperidad o bien para la degradación de la humanidad, es decir, la conexión de los problemas de la filosofía natural con los de la filosofía moral.
La gran metáfora que nos presenta en el Tercer Viaje consiste en que la tecnología que ha permitido construir la isla voladora acaba siendo a la vez el instrumento por medio del cual los laputenses
oprimen políticamente al reino de Balnibarbi.
Swift insistió muchas veces en que el ser humano debía ser razonable, y que sus esfuerzos debían a la vez ser útiles y amparados por un sentido moral, pero halló muy poca utilidad y moralidad en la ciencia de su tiempo. En el mismo sentido, Pilar Elena destaca que, en la Academia de Lagado, Swift satiriza una manifestación del capitalismo de principios del siglo xviii, la aparición de estos “proyectistas”: “La especulación ya no es aquí la reflexión ‘etérea’ de los laputenses, sino la actividad que persigue una rentabilidad económica: los proyectistas de Lagado no ponen en manos del Estado sus inventos, sino que esperan de ellos el beneficio económico individual, y sus proyectos,
como ocurría en la realidad, abarcan los más diversos campos, desde las ciencias naturales y las técnicas aplicadas, a la economía y la política” (Elena, 2000).
En síntesis, Swift no estuvo dispuesto a separar las consideraciones morales de las abstracciones,
de los dudosos logros y de las condiciones de la producción científica de su época. Tal separación, a su juicio, podría desembocar en catástrofes irremediables.
Y es innecesario señalar que el tiempo le ha dado la razón.

De Guilllermo Boido. Ciencia, tecnología y ética en los orígenes de la ciencia moderna: el caso de Jonathan Swift. Scientiae Studia, 2006.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char