lunes, 4 de junio de 2018

El que ya no recuerda su niñez; amado sea


CÉSAR VALLEJO
(Santiago de Chuco, Perú, 1892-París, Francia, 1938) 


Conozco a un hombre que dormía con  sus brazos. Un día se los amputaron y quedó dormido para siempre.

El día tiene a la noche encerrada dentro. La noche tiene al día encerrado afuera.

***

Las personas y cosas  que se cruzan en opuesta direcciones, se van a sitios diferentes. Todos van al mismo sitio, sólo que van uno tras otro.”

***

André Breton cuenta que Philip Soupault salió una mañana de su casa y se echó a recorrer París, preguntando de puerta en puerta

–¿Aquí vive el ser Philip Soupault?

Después de atravesar varias calles, de una casa desconocida salieron a responderle:

–Sí, señor, aquí vive el señor Phillipe Soupault.
***
QUEDÉME A CALENTAR LA TINTA EN QUE ME AHOGO…

Quedéme a calentar la tinta en que me ahogo

y a escuchar mi caverna alternativa,

noches de tacto, días de abstracción.


Se estremeció la incógnita en mi amígdala

y crují de una anual melancolía,

noches de sol, días de luna, ocasos de París.


Y todavía, hoy mismo, al atardecer,

digiero sacratísimas constancias,

noches de madre, días de biznieta

bicolor, voluptuosa, urgente, linda.

Y aun

alcanzo, llego hasta mí en avión de dos asientos,

bajo la mañana doméstica y la bruma

que emergió eternamente de un instante.


Y todavía,

aun ahora,

al cabo del cometa en que he ganado

mi bacilo feliz y doctoral,

he aquí que caliente, oyente, tierra, sol y luno,

incógnito atravieso el cementerio,

tomo a la izquierda, hiendo

la yerba con un par de endecasílabos,

años de tumba, litros de infinito,

tinta, pluma, ladrillos y perdones.

O los primeros veros de “Palmas y guitarra”

Ahora, entre nosotros,

ven conmigo, trae por la mano a tu cuerpo

y cenemos juntos y pasemos un instante la vida

a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.


Ahora, ven contigo, hazme el favor

de quejarte en mi nombre y a la luz de la noche teneblosa

en que traes a tu alma de la mano

y huimos en puntillas de nosotros.
***
Traspié entre dos estrellas

¡Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera
tienen cuerpo; cuantitativo el pelo,
baja, en pulgadas, la genial pesadumbre;
el modo, arriba;
no me busques, la muela del olvido,
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír
claros azotes en sus paladares!

Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
y suben por su muerte de hora en hora
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo.

¡Ay de tanto!, ¡ay de tan poco!, ¡ay de ellas!
¡Ay en mi cuarto, oyéndolas con lentes!
¡Ay en mi tórax, cuando compran trajes!
¡Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada!

¡Amadas sean las orejas sánchez,
amadas las personas que se sientan,
amado el desconocido y su señora,
el prójimo con mangas, cuello y ojos!
Amado sea aquel que tiene chinches,

el que lleva zapato roto bajo la lluvia,

el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,

el que se coge un dedo en una puerta,

el que no tiene cumpleaños,

el que perdió su sombra en un incendio,

el animal, el que parece un loro,

el que parece un hombre, el pobre rico,

el puro miserable, el pobre pobre!

¡Amado sea

el que tiene hambre o sed, pero no tiene

hambre con qué saciar toda su sed,

ni sed con qué saciar todas sus hambres!

¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora,

el que suda de pena o de vergüenza,

aquel que va, por orden de sus manos, al cinema,

el que paga con lo que le falta,

el que duerme de espaldas,

el que ya no recuerda su niñez; amado sea

el calvo sin sombrero,

el justo sin espinas,

el ladrón sin rosas,

el que lleva reloj y ha visto a Dios,

el que tiene un honor y no fallece!

¡Amado sea el niño, que cae y aún llora

y el hombre que ha caído y ya no llora!

¡Ay de tánto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!

***
ELLO ES QUE EL LUGAR DONDE ME PONGO…

Ello es que el lugar donde me pongo

el pantalón, es una casa donde

me quito la camisa en alta voz

y donde tengo un suelo, un alma, un mapa de mi España.

Ahora mismo hablaba

de mí conmigo, y ponía

sobre un pequeño libro un pan tremendo

y he, luego, hecho el traslado, he trasladado,

queriendo canturrear un poco, el lado

derecho de la vida al lado izquierdo;

más tarde, me he lavado todo, el vientre,

briosa, dignamente;

he dado vuelta a ver lo que se ensucia,

he raspado lo que me lleva tan cerca

y he ordenado bien el mapa que

cabeceaba o lloraba, no lo sé.


Mi casa, por desgracia, es una casa,

un suelo por ventura, donde vive

con su inscripción mi cucharita amada,

mi querido esqueleto ya sin letras,

la navaja, un cigarro permanente.


De veras, cuando pienso

en lo que es la vida,

no puedo evitar de decírselo a Georgette,

a fin de comer algo agradable y salir,

por la tarde, comprar un buen periódico,

guardar un día para cuando no haya,

una noche también, para cuando haya

(así se dice en el Perú — me excuso);

del mismo modo, sufro con gran cuidado,

a fin de no gritar o de llorar, ya que los ojos

poseen, independientemente de uno, sus pobrezas.

quiero decir, su oficio, algo

que resbala del alma y cae al alma.


Habiendo atravesado

quince años; después, quince, y, antes, quince,

uno se siente, en realidad, tontillo,

es natural, por lo demás ¡qué hacer!

¿Y qué dejar de hacer, que es lo peor?

Sino vivir, sino llegar

a ser lo que es uno entre millones

de panes, entre miles de vinos, entre cientos de bocas,

entre el sol y su rayo que es de luna

y entre la misa, el pan, el vino y mi alma.


Hoy es domingo y, por eso,

me viene a la cabeza la idea, al pecho el llanto

y a la garganta, así como un gran bulto.


Hoy es domingo, y esto

tiene muchos siglos; de otra manera,

sería, quizá, lunes, y vendríame al corazón la idea,

al seso, el llanto

y a la garganta, una gana espantosa de ahogar

lo que ahora siento,

como un hombre que soy y que he sufrido.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char