ARNALDO CALVEYRA
(Mansilla, Entre Ríos, Argentina, 1929-París, Francia, 2015)
¿Despierta viene el día, un pájaro se suelta de los ríos, despierta!
Le van quemando dos velas a la luna, vela del sur, vela del oeste, mariposa, mariposa enloquecida con su sombra descubierta.
¡No queda nadie en casa! ¡ No duermas más, despierta, el agua no tiene imágenes, los caballos no imaginan!...
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¡Escucha!, nos están rodeando de flores, todas las flores del Tala, batalla de más en más cerrada, repecharemos el Uruguay con la frente en las margaritas ¡escucha, escucha el colmenar solemne de los que llegan tarde, el arrancarse de las flores hacía el hondo!
El barco se ha dormido. ¡Escucha el menudeo del agua contra el reborde!, nos van las nubes esperando en el pontón, y abarca la luz los campos, la luz del aire hacia este fondo sin peces ni sin nubes.
No hemos dormido por esperar el día, llegamos.
Cierra los ojos, es el último azul, la isla, la isla y mariposas, la puerta, la van cerrando, se ha cerrado, dormida, entornada, vencida, convencida por las flores.
De Libro de las mariposas, Alción Editora, 2001.
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Yo dejaba la ventana abierta, y en ello era ya discípulo de la cuarta dimensión,
discípulo del ailleurs, por todos los medios trataba de hacerlo entrar en mi cuarto, ese
inconmensurable espacio, de mezclarlo a mi tiempo personal, de lograr que jugara
con el tiempo de mi trabajo (se trataba ya del mismo juego de hoy con las palabras),
de cambiarlo por tiempo, de volverme su huésped, de tomar pensión completa en el
tiempo, el misterioso tiempo de mi ventana.
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Ailleurs, sería poder sentarse
junto a esa misma ventana dejada abierta, noche y día, aun en nuestra ausencia, a través
de una vida lo más larga posible, sentarse y poder reinventarse un punto de partida,
simbólico siempre, en lo posible hacia el tiempo, hacia el mar.
De su ensayo Ailleurs.
De Apuntes para una reencarnación, de Le livre du miroir (El libro del espejo), en una traducción de la escritora franco-argentina Silvia Baron Supervielle, en el número 53 del Diario de Poesía, Buenos Aires, otoño de 2002.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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