Julio Verne
(Nantes, Francia, 1828-Amiens, id., 1905)
El rayo verde
(Fragmentos)
«¿Habéis observado el sol cuando se pone en el horizonte del mar? Sí, sin duda alguna ¿Lo habéis seguido hasta que la parte superior del disco desaparece rozando la línea del horizonte? Es muy posible. Pero ¿Os habéis dado cuenta del fenómeno que se produce en el preciso instante en que el astro radiante lanza su último rayo, si el cielo está completamente despejado y transparente? ¡No, seguramente no! Pues bien, la primera vez que tengas ocasión -¡se presenta tan raramente!- de hacer esta observación, no será, como podría presumirse un rayo rojo lo que herirá la retina de vuestros ojos, sino que será un rayo verde, pero un verde maravilloso, un verde que ningún pintor puede obtener en su paleta. Un verde cuya naturaleza no se encuentra ni en los variados verdes de los vegetales, ni en las tonalidades de los mares más transparentes. Si existe el verde en el Paraíso, no puede ser más que este verde, que es sin duda, el verdadero verde de la Esperanza."
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“Si ves el rayo verde podrás comprender tus propios sentimientos y los de los demás.”
***
"En aquel momento todos sus pensamientos iban dirigidos a la señorita Campbell. De todos los peligros que había corrido, voluntariamente, es cierto, ya no se acordaba. De lo único que se acordaba de aquella noche horrible, era de las horas pasadas al lado de Elena, en aquel hueco oscuro, cuando la protegía con sus brazos del furor de las olas. Volvía a ver el rostro de aquella bella muchacha, más pálido por la fatiga que por el temor y volvía a oír su voz conmovida que le decía: «¡Cómo!, ¿ya lo sabía usted?», cuando él le había dicho: «Yo sé lo que hizo usted cuando iba a ahogarme en el abismo de Corryvrekan». Se imaginaba de nuevo en aquella estrecha gruta, dentro de la cual, queriéndose sin decírselo, habían sufrido y luchado uno al lado del otro durante largas horas. Allí habían dejado de ser el señor Sinclair y la señorita Campbell. Se habían llamado naturalmente Olivier y Elena, como si, en el momento en que la muerte les amenazaba, hubieran querido nacer a una nueva vida."
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¡El rayo verde! exclamaron todos. Olivier y Elena fueron los únicos que no vieron el fenómeno, que al fin acababa de presentarse después de tantas observaciones infructuosas.
De El rayo verde, Planeta, 2018.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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