jueves, 1 de octubre de 2009

el arco iris de colores equivocados


Un poco
de FLORENCIA MINICI
(Buenos Aires, Argentina, 1985-)


Vietnam
1

odio Vietnam,
cada año
más y más occidental
cae de todas las bocas
que voy tocando; me comentan
batallas que nunca elijo, me caen
como una bomba al fondo:
una cara, amor, viajes
cortados por la mitad, cintas,
películas que siempre dejaste
por la mitad,
miércoles o sábado, de repente
un estallido. La luz violeta
titila, en la punta de allá:
la selva por la bomba.
***
2

Es verdad, yo tengo
un elefante en la cabeza
que galopa como una cebra
y se come a las moscas que atacan
la fruta y dejan rastro.
Tengo el Síndrome de Vietnam,
por la guerra más larga
del que la tiene más larga
contra el que no la tiene
y vive en la falta, a la sombra
del único árbol en todo el desierto; así
no se puede:
elefantes, moscas, millones de dólares
un solo árbol y desierto: todo junto,
la cabeza herida
***
3

Estoy acá
para entregarte Saigón
y que me dejes de abrir la herida humana,
y le diste la carta
al huerfanito que cruza las minas
hasta la línea enemiga; todo
a cambio de casa y comida
en el país
que ibas a armar
con diplomáticos en el exilio;
yunkies que vieron
morir a Dios
o la guerra.
No voy a ocultarte
que siento mucha satisfacción
de recibir al ayo
desnudo y lleno de tus promesas:
“exilio, país, diplomacia”;
no importa si todos me escuchan
amar al enemigo en la radio oficial; saben
que si no te respondo
un telegrama
o una circular
es porque quiero irme en el aire
con los que van ahora con vos, decirles
que también tuve un nombre
y cuando me diste Saigón
no hice caer una sola gota de sangre
ni una; a tu pueblo
y a tus ministros
los dejé salir
antes de volar las puertas, y decir:
Yo declaro que el gobierno de Saigón
está completamente disuelto
en todos sus niveles.
A lo mejor, cuando se termine la guerra
y no haya nada
parecido a Vietnam
entre tu pueblo y el mío
no solo haya paz
***

¿Por qué es brutal, y viene del cielo
un fuego
muy inteligente
a martillar mi cabeza?, como si vos
sacaras una foto, y no; abajo
me confundo,
no es que alguien
dispare desde el cielo o escupa:
no es la lluvia, no la de enero; no es un misil
este mensaje; el arco iris
con colores equivocados; no sé
si sos vos o el avión
que se pincha y cae;
el relámpago
casi me alcanza, distingo
unas manchas como de ojos,
o bien podrían ser bocas
de un bicho, qué inteligente,
ni chico ni chica; algo
cae del cielo y no sé qué es
y no es justo ni bello.

***

Tokio se desplomó en el 23
cuando las casas eran bajas,
anchas, de madera,
de bambú y de papel. Desde la playa
me mordí los labios sin dolor,
en Mar del Plata,
con la noticia de que
para 2010
van a reformar el código Japonés de 1955
que calcula los principios fundamentales
en la defensa contra sismos. Entonces
iba a poder tener una casa
con vista al mar, enrejada
indestructible. Todos los edificios
deben ser construidos
según la enseñanza de Tokio:
teniendo en cuenta una fuerza sísmica
lateral y proporcional
al peso del complejo habitacional,
Torres de Manantiales
o cualquier corporación del tiempo libre.
Tenía cerca una familia bien bronceada
con el mismo Clarín:
qué buena la línea de Tokio, mi amor,
ahora con el suelo y el riesgo
que su naturaleza nos pone en cada verano,
no se puede ir al mar
sabiendo si se va a volver
o si se va a flotar
entre las mesas de un restaurant
y los perros, y las cucarachas
que habrán sobrevivido a la bomba atómica
pero que a un tsunami
no; no volvemos
a Manantiales nunca. Con el mismo Clarín
la mujer más práctica que vi en mi vida
envolvió unos churros
y les dijo, vamos, está el viento
soy esta mujer, y no quiero
ser tragada en el mar, ni en los escombros,
no veraneemos
hasta que Tokio vuelva a derrumbarse
y la ingeniería de refugiados del MIT
conciba un código más perfecto
todavía
que el que está por venir.
**
Foto: tomada de lamanzanaenelgusano.com
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char