ALEJANDRO DREWES
(Buenos Aires, Argentina, 1963)
Y apaga una por una
todas las lámparas
-y solamente deja la única luz en
su rutilante trazo estelar-
Que no seas tú
la enésima hija
del linaje de Lot, que no seas
el solo doble de otra sombra en el mundo
Para los hijos
de la nueva mañana,
para sus ojos y esa única
mirada posible, henchida de tiempo:
Ellas y el gesto en tus manos,
en largo amor de gente independiente.
***
KLEINER MANN, WAS NUN?
Hombrecito: ¿Y ahora qué?
(Del título de una obra de Heinrich Böll)
Ya sabes ahora –pero es tarde-
que eres parte del largo sueño de Dios
y alzas y hundes las manos
asidas al último frágil madero:
Te espera un certero naufragio
bajo las olas de la realidad,
aunque intentarás ahora
-pero ya tarde, muy tarde-
matar al viejo ciego que grita
en la carne áspera, nocturna.
Y SIN EMBARGO....
Un árbol
ciego y mudo en la noche de marzo
deja caer
una joya palpitante
y calla
sagradas plumas muertas
sobre el límite tenso
entre la sombra y el día,
como plegarias para huir del vacío.
Dolor:
cuando la blanca jauría
de colmillos dorados
persigue a la luna en lo oscuro
y el destino, nuevo Bruto,
me observa desde el fondo
más profundo de tus ojos:
pues cada mañana tu imagen se va
y el alba nunca amanece contigo.
Nunca amanece.
***
Foto: tomada de http://invitapoetaspartedos.blogspot.com
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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