jueves, 19 de enero de 2012

Era la blanca verdad indolente

MARIO LUZI
(Italia, 1914-2005)

Parca aldea

Junto al fuego se habló mucho de ti
tras atender los rezos vespertinos
en estas casas grises donde, frío,
el tiempo trae y se lleva rostros de hombres.

Fue a dar luego la charla en otros, sus riquezas,
y fueron bodas, muertes, nacimientos,
el triste rito de la vida.
Alguno, forastero, llegó hasta aquí y se fue.

Y yo, vieja mujer en esta vieja casa,
voy cosiendo el pasado con el presente, y tejo
tu infancia con la infancia de tu hijo
que atraviesa la plaza junto a las golondrinas.

De Vida fiel a la vida (Galaxia Gutenberg, 2009)
Traducción de Jesús Díaz Armas
***
DONDE NO ESTABAS…
                      
Donde no estabas, cuánta paz: el cielo
entre los árboles estuosos recogía
la blanca ofrenda de las calles, un rostro
relucía en la sombra de las fuentes,
la médula de miel
atenuaba el pesar de los transeúntes
y la beldad brillaba,
se perdía fragmentada entre las calles
esplendentes en el silencio ventilado.

Ni imagen, ni memoria, ni sueño.
El rostro de la ausente era una espera
espejada en la primera estrella opaca
y ni siquiera en ella estabas, habías caído
fuera de la existencia;
el candor entristecía las encrucijadas
y no era el anochecer,
era la blanca verdad indolente
en lo hondo de mi tumulto, imperceptible.

De Quaderno gotico
Traducción: Horacio Armani

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char