ARNOLD HAUSER
(Hungría, 1892-1978)
«El simbolismo en Mallarmé»
Mallarmé piensa que la poesía es la insinuación de imágenes que se ciernen y se evaporan siempre; asegura que nombrar un objeto es destruir tres cuartas partes del placer que consiste en la adivinación gradual de su verdadera naturaleza. El símbolo implica, sin embargo, no simplemente evitar la nominación directa sino también la expresión indirecta de su significado, que es imposible describir simplemente, que es esencialmente indefinible e indescifrable. El simbolismo se basa en la suposición de que el contenido de la poesía es expresar algo que no puede ser encajonado en una forma definida y que no puede ser alcanzado por un camino directo. Desde que es imposible expresar nada válido sobre las cosas a través de los medios claros de la conciencia, mientras el lenguaje descubre como automáticamente las relaciones entre ellas, el poeta debe, como insinúa Mallarmé, “dar la iniciativa a las palabras”, debe permitirse a sí mismo ser llevado por la corriente del lenguaje, por la sucesión espontánea de imágenes y visiones, lo cual implica que el lenguaje es no sólo más poético, sino también más filosófico que la razón… Tal vez Mallarmé no hubiera hecho propia literalmente la frase de que “una bella línea sin significado es más valiosa que una menos bella con significado”; él no creía en la renuncia a todo contenido intelectual de la poesía, pero pedía que el poeta renunciara a la excitación de las pasiones y emociones y al uso de motivos extraestéticos, prácticos y racionales. El concepto de “Poesía Pura” puede ser considerado, al menos, como el mejor compendio de su visión del arte y de la naturaleza y la encarnación del ideal que como poeta tuviera en mente. Mallarmé comenzaba a escribir un poema sin saber exactamente "a dónde la primera palabra, el primer verso; el poema surgía como la cristalización de palabras y líneas que se combinan casi según su propio acorde”. La doctrina de la “poesía pura” traspone lo principal de su método creador en la teoría del acto receptivo; estableciendo que para que se realice una experiencia poética no es absolutamente necesario conocer todo el poema; aunque sea breve; con frecuencia, uno o dos versos son suficientes para producir en nosotros el estado de ánimo que corresponde al poema. En otras palabras, para disfrutar de un poema no es necesario, o en cualquier caso, no es suficiente, comprender su significado racional, y verdaderamente y como lo muestra la poesía popular, no es necesario que el poema tenga un exacto “significado”. El concepto de “Poesía Pura” representa la forma de esteticismo más pura y más intransigente, y expresa la idea básica de un mundo poético completamente independiente de la realidad ordinaria, práctica y racional, un microcosmos autónomo, estéticamente completo en sí mismo. La generación de Mallarmé no inventó ni mucho menos el símbolo como medio de expresión; arte simbólico ya había existido en épocas anteriores. Descubrió, simplemente, la diferencia entre el símbolo y la alegoría, e hizo del simbolismo, como estilo poético, la meta consciente de sus esfuerzos. Reconoció, incluso, aunque no siempre fue capaz de dar expresión a sus conocimientos, que la alegoría no es otra cosa que la traducción de una idea abstracta en forma de imagen concreta, por lo que la idea continúa en cierto modo siendo independiente de su expresión metafórica y podría incluso ser expresada de otra forma, mientras que el símbolo reduce la idea y la imagen a una unidad indisoluble, de manera que la transformación de la imagen implica también la metamorfosis de la idea. En suma, el contenido de un símbolo no puede ser traducido a ninguna otra forma, pero, por el contrario, un símbolo puede ser interpretado de varias maneras, y esta variabilidad de la interpretación, esa aparente inagotabilidad del significado de un símbolo, es su característica más esencial. Comparada con el símbolo, la alegoría parece siempre la transcripción lisa, llana y simple, en cierto modo “superflua” de una idea que no gana nada con ser trasladada de una esfera a la otra. La alegoría es una especie de enigma cuya solución es obvia, mientras que el símbolo sólo puede ser interpretado, pero no resuelto. La alegoría es la expresión de un proceso mental estático; el símbolo, de uno dinámico; aquélla pone un límite y una frontera a la asociación de ideas; éste pone las ideas en movimiento y las mantiene en él.
*Fuente Original Post: Hauser, Arnold. “Historia Social de la Literatura y el Arte”. Tomo II: “Desde el Rococó hasta la Época del Cine”. Madrid. Debate. 1998. (Cap IX: Naturalismo e Impresionismo. Pags 451/453).
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CARTAS DE MALLARMÉ
A Henri Cazalis
Besanzón, viernes [martes] 14 de mayo de 1867.
Rue de Poithune, 36.
Querido y más querido:
Me aprovecho, para responderte, de la fascinante emoción que produjo en mi tu carta. Tienes razón, ¿qué podemos decirnos? Mientras que, si estuviéramos juntos, nos dejariamos llevar de la mano en interminables conversaciones, por un largo sendero de árboles que desembocaría en un surtidor de agua, por ahora el pavor de una hoja de papel blanco, que parece reclamar los versos por tanto tiempo soñados, y que no obtendrá más que unas cuantas líneas de una amistad que ha llegado a ser tan parte de uno mismo que la he olvidado, como al resto de mi, ¡me libra casi de un sacrilegio!
Acabo de superar un año pavoroso: mi Pensamiento se pensó a si mismo y arribó a una Concepción Pura. Lo que, por repercusión, mi ser ha sufrido, durante esta larga agonía, es inenarrable, aunque, afortunadamente, estoy perfectamente muerto, y la región más impura a donde mi Espíritu podría aventurarse es la Eternidad; mi Espíritu, ese solitario asiduo de su propia Pureza, a la que ni siquiera el reflejo del Tiempo oscurece. Desgraciadamente, llegué ahí a través de una horrible sensibilidad, y ya es tiempo de que la envuelva en una indiferencia exterior, que suplirá en mí la fuerza gastada. Actualmente me hallo, luego de una síntesis suprema, en esta lenta adquisición de fuerza –incapacitado como ves para distraerme. Cuánto más lo estaba, hace varios meses, inmerso en mi lucha terrible contra ese plumaje viejo y perverso, felizmente ya derribado, Dios. Mas como esta lucha se mantuvo sobre su ala huesuda que, en una agonía más vigorosa de lo que podría haber esperado de él, me arrojó a las Tinieblas caí, perdida e infinitamente victorioso –hasta que, por fin, un día me miré frente a mi espejo veneciano, tal como me había olvidado meses atrás.
Confieso, por lo demás, pero a ti solamente, que aún tengo necesidad, así de grandes han sido los deterioros de mi triunfo, de mirarme en ese espejo para pensar, y que si no estuviera colocado frente a la mesa en donde te escribo esta carta, yo me volvería a convertir en la Nada. Así te hago saber que soy actualmente impersonal, ya no más el Stéphane que tú conociste –sino una aptitud que posee el Universo Espiritual de contemplarse y desarrollarse, a través del que yo fui.
Frágil tal cual es mi aparición terrestre, sólo puedo padecer los desarrollos absolutamente necesarios para que el Universo reencuentre, en este yo, su identidad. De tal manera, a la hora de la Sintesis, acabo de delimitar la obra que será la imagen de ese desarrollo. Tres poemas en verso, cuya Obertura será Herodias, pero con una pureza que el hombre jamás ha alcanzado –y quizá jamás alcance, pues podría ser que yo no fuese más que el juguete de una ilusión, y que la máquina humana no sea lo suficientemente perfecta para llegar a semejantes resultados. Y cuatro poemas en prosa, sobre la concepción espiritual de la Nada. Me hacen falta diez años: ¿los tendré? Padezco en todo momento del pecho, no es que esté infectado, pero es de una delicadeza terrible, que el clima sombrío, húmedo y glacial de Besanzón cultiva en mi. Quiero mudarme de esta ciudad hacia el sur, a los Pirineos quizá, en las vacaciones, e irme a sepultar, hasta dar termino a mi Obra, en un Tarbes cualquiera, si hallo lugar. Esto es imprescindible, porque moriría de un invierno más en Besanzón. Por desgracia, no dispondré de dinero suficiente para ir a París, pues vivo muy miserablemente, aquí, donde todo es exageradamente caro, incluso las chuletas. Así que más valdría que me vinieses a visitar, o corremos el serio riesgo de jamás reunirnos. Lefébure va a pasar un mes con nosotros, ¿por qué no haces lo mismo? Tus vacaciones comienzan pronto, creo. Así que ven.
Para terminar con lo mío, te cuento que Marie y Genevieve están en la etapa del crecimiento, y son tremendas, lo que me resulta menos penoso que en otro tiempo, ahora que mi sistema nervioso ha vuelto a mí, por así decirlo, y sólo alguna cosa absurda me produce el daño que hace un año me provocaban los gritos de estas niñas. –¡Si supieras cuánto te agradecemos la Aritmética de Mademoiselle Lili! Perdóname, Henri, por no haberte transmitido antes mis gracias.
–Ahora, a lo tuyo. Tus títulos y proyectos poéticos me fascinan. He realizado un descenso a la Nada lo suficientemente largo para poder hablar con certeza. No existe nada más que la Belleza; –que tiene sólo una expresión perfecta, la Poesía. Todo lo demás es engaño –a excepción, para quienes viven del cuerpo, del amor, y de ese amor del espíritu que es la amistad.
Espero que tu reina de Saba y mi Herodías sean amigas. –Ya que eres lo suficientemente dichoso como para, además de la Poesía, poder tener amor, ama: en ti, el Ser y la Idea habrían hallado ese paraiso, que la pobre humanidad anhela solamente para su muerte, por ignorancia y pereza, y, cuando sueñes con la Nada futura, con esas dos dichas cumplidas, no estarás triste y la Nada te parecerá incluso muy natural
–Para mí, la poesía ocupa el lugar del amor, porque está apasionada de sí misma y su voluptuosidad recae deliciosamente [en] mi alma: pero confieso que la Ciencia que he adquirido, o reencontrado en el fondo del hombre que fui, no me será suficiente, y que no será sin una verdadera angustia que ingrese yo en la Desaparición suprema, si no he concluido mi obra, que es la Obra, la Gran Obra, como decían los alquimistas, nuestros ancestros.
Así, aunque el Poeta tenga a su mujer en el Pensamiento y a su hijo en la Poesía, adora tú a Ettie”, a quien yo amo como a una rara hermana. ¿O no está ligada a toda mi infancia, como tú, Henri –pues antes de mis primeros versos, que remontan al tiempo en que te conocí, no éramos más que los fetos de nuestros espíritus –fetos muy sabáticos, recuerdas?
Adiós, Geneviéve y yo te mandamos un abrazo, y Marie un beso a Ettie.
TU Stéphane
***
A Verlaine
París 87 rue de Rome
Sábado 3 de noviembre de 1883
Mi querido amigo,
Soy locamente culpable, pero nada es nunca del todo mi culpa. Soy tan poco mío, que en cuanto tengo un minuto, desaparezco en un trabajo enorme. Todas las tardes de este mes de octubre, en el que tengo todo un año de ganapán, al mismo tiempo que de obra personal, a preparar (sin contar escapadas hacia las fugitivas bellezas del otoño, nuestra gran pasión para los dos) he querido escribirle. Tengo la fotografía del retrato por Manet, en fin, muy curiosamente llegada y que le gustará. No se la envío, esperando con alegría a sus dos amigos; y si ellos no vienen pronto, se la haré llegar. Necesitaría diez minutos de charla para explicarle que no tengo versos nuevos inéditos, a pesar de uno de los mayores trabajos literarios que se hayan intentado, porque al mismo tiempo que carezco hasta ese punto de tiempo libre, me ocupo del armado de mi obra, que es en prosa. Hemos estado todos tan retrasados, en el aspecto Pensamiento, que no he pasado menos de diez años edificando la mía. Los versos que le envío son entonces antiguos, y del mismo tono que los que usted puede conocer; quizá hasta los conozca, a pesar de que no han sido publicados en ninguna parte.
Bien puede ser ese sin embargo, el inédito que desea, no pienso demasiado. Pero perdóneme, y también el escribirle esa palabra tan fuerte en forma apresurada, después de haber proyectado largo tiempo conversar con usted. ¡Qué feliz debe sentirse siendo un sabio, en una choza!
Hasta la vista, su mano. Veré a Coppée en un día o dos y hablaremos de usted.
Siempre suyo
Stéphane Mallarmé
Me adula mucho, adivino; y quisiera estar a un año o dos de aquí, con cosas en mano, dignas de eso que su amistad le inspira, en el Lutèce que espero.
**
París 89 rue de Rome
19 de diciembre de 1884
Mi querido Verlaine,
Leído, releído y sabido: el libro está encerrado en mi espíritu, inolvidable. Casi siempre una obra maestra, y turbador como una obra también de demonio. ¡Quién se hubiera imaginado hace algunos años que había eso todavía en el verso francés! Yo veo: en lugar de hacer vibrar en su plenitud la cuerda con toda la fuerza del dedo, usted la acaricia con la uña (hendida incluso para arañarla doblemente) con una alegre furia; ¡y pareciendo apenas tocar, la desflora a muerte!
Pero es el aire ingenuo con el que os adornáis, para realizar ese delicioso sacrilegio; y, frente al matrimonio sabio de vuestras disonancias, decir: ¡no es más que eso, después de todo!
Su exactitud de oído, la mental y la otra, me confunde. Puede envanecerse de haber hecho conocer a nuestros ritmos un destino extraordinario; y, el asombroso hombre sensitivo que es a un lado, no será nunca posible hablar del Verso sin llegar a Verlaine. En el fondo, en efecto, nada parece menos un capricho que su arte ágil y certero de guitarrista: eso existe; y se impone como el hallazgo poético reciente.
Adiós, querido amigo: soy feliz de saberlo en el centro del debate y me alegro de que alguien respire, sobre todo cuando es usted. En el momento en que después de largas penas me creía un poco libre, un agravamiento de la esclavitud me concierne en el colegio y es para excusar mi atraso en responderle, que le digo que voy allí de mañana antes del día y regreso a la noche. De golpe, tal cual.
Sin embargo no suelto el trabajo más que un perro su hueso y no terminaré sin haber aullado alguna tristeza a la luna y dado a un costado y otro una dentellada o dos; de las que el vacío, si es que no atrapo a alguien (pero es todo uno) se acordará. Gracias, a usted, por ese volumen sobre el cual hemos conversado en casa con gente que lo ama.
De Stéphane Mallarmé, Cartas sobre la poesía
Selección, traducción, prólogo y notas de Rodolfo Alonso
Caracas, Venezuela, 2008
Tomadas de http://bibliotecaignoria.blogspot.com
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A Paul Claudel
18 de febrero de 1896
Verá que me han promovido, ¡mediante votos! Príncipe de los Poetas, entonces los periódicos me añaden una cola de barrilete con la cual me escapo por las calles sin otra forma de disimularme que reunirme con el cortejo de los bichos raros. Ser un disfrazado a pesar suyo, Claudel, y cuando uno no ama sino al olvido excepto el suyo.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
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