LUIS ALBERTO RUIZ
(Concepción del Uruguay, 1923-Buenos Aires, 1987)
LOS CAMINOS DEL VIENTO
Porque el viento sopla de donde quiere, y oyes su soplo,
mas no sabes adónde va ni de dónde viene.
Evangelio de Taciano, CXIX,
Tú no sabes cuál es el camino del viento…
Eclesiastés, XI, 5
Estos ojos que una vez fueron ciegos
han respirado un viento de visiones.
Dylan Thomas
¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas
crecen en estos escombros pétreos?
T.S. Eliot, La Tierra Yerma, I
1
Tengo un poco de tierra en mi mano cerrada, pero esa tierra
no vive ya.
Es mi mano, mi mano la que tendría que estar enterrada
para que esa tierra pueda vivir.
He visto la mano que acaricia la honda cabellera de una mujer,
y las manos que doman las crines de una yegua
salvaje:
es la misma mano que aprieta una garganta,
la que hace la señal de la cruz,
la que reparte el agua, el acíbar, el pan,
la misma mano que alza la copa de cicuta y la de vino,
la que envuelve y palpa al niño acabado de nacer
y la que amortaja al que acaba de morir.
La mano victoriosa,
y la mano extenuada, que se levanta aún sobre la
tierra
y señala la salida del sol.
¿Qué es la memoria, al fin? ¿Qué puedo suplicarle
a quien creyó
que yo era el oficiante secreto de las sombras,
el espía nocturno del Infierno, que llega
a las puertas del Juicio con su antorcha apagada?
La memoria
es como una sentina de escorias y diamantes.
Yo recuerdo un ciprés con la raíz quebrada en la
tormenta:
durante largo tiempo todavía tuvo hojas verdes.
Ni siquiera los pájaros supieron que cantaban sobre
un árbol difunto.
He visto cenizas donde se reclinó la espalda de una
amante,
y he visto, oh memoria maligna!,
un dromedario de luz que conducía al páramo sin fin,
donde el Tiempo está muerto,
como un reloj de sol en la tiniebla;
donde el Tiempo, muerto, gotea y gotea,
igual que un árbol después de la lluvia,
igual que los ojos de una ciega piadosa en el Paraíso.
¡Corona atroz de duelo y maravilla!
**
2
El amor y el alcohol son estrellas de fuego
con que la vida enciende sus lámparas de sangre.
Mujer: como la llama, ¡arde por mis arterias y mis huesos!
¡Oh mi apartado Paraíso
con manzanas espléndidas de luz!
En la redoma de la noche
Faustos jóvenes somos, que buscamos
los colmados racimos de la Eternidad,
ánforas infinitas de radiantes venenos.
En la locura roja del alcohol
se puede ver el otro lado del mundo.
Ya no oímos la tierra miserable, aturdidos por el tambor
de las uvas viejas.
Dejadme beber una botella que haya sido mecida por el
mar.
Como un Edén vacío
mi corazón espera su primer habitante.
Dejadme beber una botella, y podré decir cuántos
lloraron antes que yo
adentro de mis párpados.
**
3
¿Adónde está la carne que me falta, dónde el dolor
y el fuego
para unirme a mi dios, o a mi demonio?
Vendré a buscarlos cuando todos
ya se hayan ido:
los árboles, sus pájaros, sus vientos, sus otoños.
Soy débil y cobarde para aceptar una pequeña cruz
pero no una larga angustia.
La entrañable resina que había de alumbrarme
estaba, oscura, en mí
como un árbol quemándose sin fuego.
Yo no sé si me extingo más que antes,
si estoy tan cerca de morir como de nacer.
Uno se desgasta más en las cándidas albas del alma
que en la dispersión de las furtivas noches de lujuria.
Niños, árboles, libros:
tuve que arar mi corazón para que crecieran,
hacer sagrada la carne de una mujer con la simiente,
recoger en los vientos
una música que no le hiciera daño a la pena.
(Porque recuerdo muchas noches en que una guitarra
de arrabal encordada melancólicamente
me hizo habitante de una inmensa lágrima).
Un día
me echaré a un costado de la vida hasta volverme tierra
como las agujas caídas del pino.
He sentido rondar al pitanguá
en las sombras del jardín.
Mis cuarenta años se estremecen
como un álamo joven en el alba.
**
4
Ils m’ont applé l’ Obscuret j’habitais l’eclat.
Saint-John Perse, Amers, II
Porfiado vigía,
arde mi corazón, pero no se consume.
El amor debe expiarse;
es demasiado bello para que no nos queme,
o para no matarlo, antes de que muramos por su fuego.
Todos hablan de recordar a los que murieron.
Yo hablo de acordarme del mundo cuando me muera.
Seré una piedra, un viento, un trigo con memoria,
Y así, ciego, veré
los pájaros que buscan sus árboles ponientes.
Sí, ciego, ciego…Tal vez
cuando caiga la última hoja del álamo
los cuervos del Más allá me comerán los ojos.
**
5
Los muertos no tienen raíz,
crecen hacia lo hondo de la tierra;
miran entrar el fuego del Infierno
en la amatista y en el ágata,
en el rubí y en el crisólito,
en el topacio y el berilo.
Ven cómo el alto pino les reclama la médula
para llenar la copa de espectros y de cánticos.
¿En qué aroma final se extinguen los que mueren?
El camino del viento
está escrito en las viejas piedras,
en el silencio verde de los ojos del gato.
Oh viento dibujado como una margarita en la mano de Dios:
por un instante, oh viento, acompaña callado
al viejo corazón que marcha entre laureles.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
1 comentario:
q bueno Irene... gracias...
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