FRIEDRICH NIETZSCHE
(Alemania, 1844–1900)
¿Ya nunca hacia atrás?
¿Ya nunca hacia atrás?
¿Ni avanzar jamás?
Así yo aquí espero
Y obstinado cojo
Lo que asir me dejan la mano y el ojo.
Cinco pies de tierra y la aurora en suerte,
Y bajo mis plantas... Hombre, Mundo, Muerte.
***
En el ventisquero
A mediodía, cuando ya comienza
A escalar las montañas el estío,
El muchacho de ardientes y cansados
Ojos se pone a hablar; pero tan sólo
Vemos su hablar. Exhálase su aliento
Cual de un enfermo el respirar se exhala
Una noche de fiebre. Y los abetos,
Y la fuente, y también el ventisquero
Su respuesta le dan; pero tan sólo
Esa respuesta vemos. Pues más raudo
Desde la abrupta peña se derrumba
La pujante cascada, dibujando
Un saludo profundo y se despliega
Como una blanca y trémula columna,
Rígida y tensa en un vibrante anhelo;
Y como nunca íntimamente obscuro
Y erguido, alrededor mira el abeto,
Y entre el hielo y la muerta peña parda
Estalla un resplandor súbitamente...
Tal resplandor yo vi que el alma aclara.
Ah, los ojos también del hombre muerto
Una vez todavía se iluminan
Cuando su hijito cíñele en sus brazos,
Cuando le besa el labio de su niño.
Aun brota entonces una vez la llama,
Mas para ir a ocultarse en los adentros;
Y aun ardiendo los ojos del difunto
Hablan así: ¡Ay niño, pobre niño!
Tú bien lo sabes como yo te amo!
Todo habla con ardor... El ventisquero,
El abeto, la fuente... Todo exhala
Una misma palabra: Pobre niño,
Te amamos, sí, te amamos, bien lo sabes!
Y él, el muchacho que contempla el mundo
Con ojos encendidos y cansados,
Le envía fervoroso y melancólico
Un beso de pasión, y no quisiera
Nunca jamás partir de su presencia
Y es su palabra en su ardoroso labio
Cual un velo invisible y balbucea:
Mi saludo ha de ser de despedida;
Mi venir es partir; yo muero joven.
Todo parece que en redor escuche,
Todo parece reprimir su aliento.
Ningún pájaro pía. Mas de pronto
Un resplandor encima de los montes
Rasga el cielo dejando escalofríos.
Todo parece meditar en torno,
Todo calla...
A mediodía, cuando ya comienza
A escalar las montañas el estío,
Aquel muchacho contemplaba el mundo
Con sus ojos ardientes y cansados.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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