viernes, 26 de julio de 2013

¿Quién sostiene el la?

IRMA CUÑA 
(Neuquén, Argentina, 1932-2004) 

De EL RIESGO Y EL OLVIDO

Nous avons accepté la règle du jeu, le jeu nous
forme à son image.
                            Antoine de Saint-Exupéry

I

¡Pero jugar!
Jugar a los centavos.
Aire liviano en claras espirales,
pero jugar monedas desmedidas y sin flores.

Los árboles azules en el parque
tejen el cielo ceniciento y danzan.
Los automóviles apuran
dos focos blancos de distancia sólida.
Un vaso de coñac
como una cápsula de oro
imita pasos breves de un vals viejo.

¡Pero jugar!
Monedas.
Una llave se oxida en mi bolsillo verde
y un bronce estereotipa su mano lánguida, estatuaria.
Los pasos van y vienen por los pasillos abismados,
salen al aire gris
ritman la calle
los contienen dos líneas claveteadas.

Pero casi jugar a estar despierto:
a no oír la canción del ciego joven con acordeón
(o la otra, la de una anciana todavía tierna).
–En Bahía las negras tersas y firmes
     extraían de los talones callosos un pandeiro serpentino.
Y también la mujer de las naranjas y las cajas de dátiles,
juegan todos el juego insular,
el juego individual de pan y noche.

Una caja tragamonedas susurra Edith Piaf.
Grita roncamente en Saint Denis.
La rubia del bar tiene prisa y se mueve;
tiene dos piernas rosadas y se mueve.

Juguemos.
Juguemos a tener vergüenza.
Juguemos a no sorber el tiempo en una taza parduzca.
Juguemos a que la rubia tiene una casa con persianas
                                                        /pintadas y un jardinillo.
Juguemos a cantar.
–¿Quién sostiene el la?

Los muchachos juegan un fútbol de potrero de cartón,
sacuden el aparato
y hay una carcajada descompuesta
como un reloj que se metió en la ola.

La ola.
–Juguemos a la ola con los hombros,
juguemos a la pluma amarilla de un sombrero de opereta.

Nadie pasa entre las nubes frías
pero los coches respetan el semáforo.
Jugar esos respetos instituidos es grave,
adormilante.
Pero jugar.
Monedas.
Una llave inútil.
Menos monedas que antes.
**
De Pasajera del viento. FCE, 2013.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char