jueves, 24 de octubre de 2013

Las estrellas del verano en la ventana

LOUISE GLÜCK
Cézanne: Naturaleza muerta con cerezas y duraznos (1883/1887).


(Nueva York, EE.UU., 1943)

DURAZNO MADURO
(Fragmento)

I
En una época,
sólo la certeza me daba
alegría. Imagínense...
la certeza, una cosa muerta.

II
Y después, el mundo,
la experimentación.
La boca obscena
famélica de amor...
es como el amor:
la abrupta, dura
certeza del final.

III
En el centro de la mente,
el duro carozo,
la conclusión. Como si
la fruta misma
nunca existiera, sólo
el fin, el punto
a mitad de camino entre
la expectativa y la nostalgia...

IV
Tanto miedo.
Tanto terror del mundo físico.
La mente frenética
protegiendo el cuerpo de
lo pasajero, lo provisorio,
el cuerpo dándole batalla.

V
Un durazno sobre la mesa de la cocina.
Una réplica. Es la tierra,
la misma
dulzura que se pierde
alrededor del contorno de la piedra,
y como la tierra
a nuestro alcance...

VI
Una ocasión
para la felicidad: no podemos
poseer la tierra
sólo experimentarla. Y ahora
la sensación: la mente
silenciada por la fruta...

De Las siete edades,  Pre-Textos, 2011
Traducción de Mirta Rosenberg
***
PRISMA

9
Una noche de verano. Fuera,
Ruido de tormenta de verano. Después se abría el cielo.
Las estrellas de verano en la ventana.

Estoy en la cama. Ese hombre y yo
Estamos suspendidos en la extraña paz
Que suele provocar el sexo. Casi siempre.
¿Anhelo, qué es? ¿Deseo, qué es?
Las estrellas del verano en la ventana.
Yo una vez supe sus nombres.

De Averno. Pre-textos
Traducción de Abraham Gragera y Ruth Miguel Franco
***
CONFESIÓN

Decir que no tengo miedo
No sería cierto.
Tengo miedo de la enfermedad, de la humillación.
Tengo mis sueños, como todos,
Pero aprendí a ocultarlos,
Para protegerme
De la consumación: toda felicidad
Atrae la ira de las Parcas.
Son hermanas, salvajes
Al fin y al cabo no tienen
Otra emoción más que la envidia.

Versión de Sandra Toro

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char