jueves, 27 de febrero de 2014

El corazón del frío es transparente

VERA EIKON
Tomada de Facebook

(Carril, Vilagarcía de Arousa, Galicia, España, 1976)

LA COLADA

Dejaste una herida abierta
al sur de mi corazón
Al sur de mi corazón
sobre la herida que abriste
canta un jilguero
Pone el jilguero voz a las nubes
mientras yo llevo mi corazón a lavar al río
Destiñe mi corazón las aguas,
bajan turbias de rojas flores
Froto friego restriego
mi corazón,
lo azoto contra la piedra
y lo pongo a secar
en cruz
al sol
Ya no hay rastro de la mancha
ni la borra de un amor
que una vez olió a café
en la mañana
Ya el presente restaña
la sangre de la herida
en la que ayer cantó un jilguero
Ya el jilguero enmudece
y vuela
a ahorcarse
de la soga del cielo
***
Recuerdos diminutos
I

En el recuerdo de la silla
pieles de tres generaciones
radiografían
lenta
una caricia

su tela
transpira a la abuela, a la madre
sus tactos, sus olores
la huella abombada de sus vidas
(la joven se sienta
para estar en secreto con la silla
y su lenguaje)
el tiempo conformó sobre ella
el espíritu doméstico
lazos de familia
***
ESTAMPA III

el corazón del frío es transparente

nadie puede ubicarlo
ni asirlo

el corazón del frío se embravece

¿quién detendrá a las olas
con sus cañones apuntando?

aunque la lluvia es un escudo
que nos crece sobre el pecho
el cielo regresa lisiado
cada vez

las hojas se amontonan cadenciosas
en el gozo de su infidelidad al árbol
***
De cómo se sucede la herida

Abordé con prudencia
la espina,
mas fue la efusión del pétalo
lo que hizo mi corazón
escombro.
Me hirió al abrirse
al modo de las flores.

1 comentario:

Leo Mercado dijo...

Ladrillo a ladrillo, la poesía es una casa. La poeta la construye con cuidado, con precisión, no dejando a que el azar obre ni en el más minúsculo detalle. Hay poetas que escriben (que construyen) con buenas intenciones, pero sin oficio. Entonces sus casas no resisten el primer viento o la primera lluvia. Verónica en cambio selecciona cuidadosamente el material, asumiéndolo frágil, de cristal. Y construye con cuidado, con oficio, sin grietas, con la tenacidad del que tiene sed (porque hay que escribir así, con sed).
Al lector sólo le queda admirar la belleza de ese hogar (ya no casa) fuerte, resistente. Y pedir permiso, cuando llueve, para entrar a tomar unos mates, a cobijo.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char