martes, 18 de febrero de 2014

He barajado una y otra vez mis viejas cartas marcadas

Enrique Lihn
(Santiago, Chile, 1929-1988)

MESTER DE JUGLARÍA

Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos
los trabajadores de este mundo y del otro
pero es tan necesario vegetar.
Dormir, especialmente, absorber como por una pajilla delirante
en que todos los sabores de la infelicidad se mixturan
rumor de vocecillas bajo el trueno estos monstruos
nuestras llagas
como trocitos de algo en un calidoscopio.
Somos capaces de esperar que las palabras nos duelan
o nos provoquen una especie de éxtasis
en lugar de signos drogas
y el diccionario como un aparador en que los niños perpetraran sus asaltos nocturnos
comparación destinada a ocultar el verdadero alcance de nuestros apetitos
que tanto se parecen a la desesperación a la miseria
Ah, poetas, no bastaría arrodillarse bajo el látigo
ni leernos, en castigo, por una eternidad los unos a los otros.
En cambio estamos condenados a escribir,
y a dolemos del ocio que conlleva este paseo de hormigas
esta cosa de nada y para nada tan fatigosa como el álgebra
o el amor frío pero lleno de violencia que se practica en los puertos.
Ocio increíble del que somos capaces yo he estado almacenando
mi desesperación durante todo este invierno,
trabajadores, nada menos que en un país socialista
He barajado una y otra vez mis viejas cartas marcadas
Cada mañana he despertado más cerca de la miseria
esa que nadie puede erradicar,
y, coño, qué manera de dormir
como si germinara a pierna suelta
sueños insomnes a fuerza de enfilarse a toda hora frente a
un amor frío pero lleno de violencia como un sargento borracho
estos datos que se reúnen inextricables
digámoslo así en el umbral del poema
cosas de aspecto lamentable traídas no se sabe para qué
desde todos los rincones del mundo
(y luego hablaron de la alquimia del verbo)
restos odiosos amados en una rara medida
que no es la medida del amor
De manera que hablo por experiencia propia
Soy un sabio en realidad en esta cosa de nada y para nada
y francamente me extraña
que los poetas jóvenes a ejemplo del mundo entero se
abstengan de figurar en mi séquito
Ellos se ríen con seguridad de la magia
pero creen en la utilidad del poema en el canto
Un mundo nuevo se levanta sin ninguno de nosotros
y envejece, como es natural, más confiado en sus fuerzas
que en sus himnos
Trabajadores del mundo, unios en otra parte
ya os alcanzo, me lo he prometido una y mil veces, sólo que
no es éste el lugar digno de la historia,
el terreno que cubro con mis pies
perdonad a los deudores morosos de la historia
a estos mendigos reunidos en la puerta del servicio
restos humanos que se alimentan de restos
Es una vieja pasión la que arrastramos
Un vicio, y nos obliga a una rigurosa modestia
En la Edad Media para no ir más lejos
nos llenamos la boca con la muerte,
y nuestro hermano mayor fue ahorcado sin duda alguna
por una cuestión de principios
Esta exageración
es la palabra de la que sólo podemos abusar
de la que no podemos hacer uso —curiosidad vergonzante —,
ni mucho menos aun cuando se nos emplaza a ello
en el tribunal o en la fiesta de cumpleaños
Y siempre a punto de caer en el absurdo total
habladores silentes como esos hombrecillos del cine mudo
—que en paz descansen—
cuyas espantosas tragedias parodiaban la vida:
miles de palabras por sesión y en el fondo un gran silencio glacial
bajo un solo de piano de otra época
alternativamente frenético o dulce hasta la náusea
Esta exageración casi una mala fe
por la que entre las palabras y los hechos
se abre el vacío y sus paisajes cismáticos donde hasta la
carne parece evaporarse
bajo un solo de piano glacial y en lugar de los dogmas surge
bueno, la poesía este gran fantasma bobo
ah, y el estilo que por cierto no es el hombre
sino la suma de sus incertidumbres
la invitación al ocio y a la desesperación y a la miseria
Y este invierno mismo para no ir más lejos lo desaproveché
pensando
en todo lo que se relaciona con la muerte
preparándome como un tahúr en su prisión
para inclinar el azar en mi favor
y sorprender luego a los jugadores del día
con este poema lleno de cartas marcadas
que nada dice y contra el cual no hay respuesta posible y
que ni siquiera es una interrogación
un as de oro para coronar un sucio castillo de naipes una
cara marcada una de esas
que suelen verse en los puertos ellas nos hielan la sangre
y nos recuerdan la palabra fatal
un resplandor en todo diferente de la luz
mezclado a historias frías en que el amor se calcina
Todo el invierno ejercicios de digitación en la oscuridad
de modo que los dedos vieran manoseando estos restos
cosas de aspecto lamentable que uno arrastra y el ocio
de los juglares, vergonzante
padre, en suma, de todos los poemas:
vicios de la palabra
Estuve en casa de mis jueces. Ellos ahora eran otros no me reconocieron
Por algo uno envejece, y hasta podría hacerlo, según corren
los tiempos, con una cierta dignidad
Espléndida gente. Sólo que, como es natural, alineados
Televidentes escuchábamos al líder yo también caía en una
especie de trance
No seré yo quien transforme el mundo
Resulta, después de todo, fácil decirlo,
y, bien entendido, una confesión humillante
puesto que admiro a los insoportables héroes y nunca han
sido tan elocuentes quizás
como en esta época llena de sonido y de furia
sin más alternativa que el crimen o la violencia
Que otros, por favor, vivan de la retórica
nosotros estamos, simplemente, ligados a la historia
pero no somos el trueno ni manejamos el relámpago
Algún día se sabrá
que hicimos nuestro oficio el más oscuro de todos o que
intentamos hacerlo
Algunos ejemplares de nuestra especie reducidos a unas
cuantas señales de lo que fue la vida en estos tiempos
darán que hablar en un lenguaje todavía inmanejable
Las profecías me asquean y no puedo decir más.

Imagen: dibujo de Enrique Lihn.

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No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char