jueves, 6 de marzo de 2014

Ve belleza en lo negro y en lo trágico

RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN

(Buenos Aires, Argentina, 1905-id., 1974) 

"Mi infancia fue la infancia de un nieto de obreros, hijo de obreros. Una dulce infancia porque mi padre trabajaba." 

Aguafuerte

Calle Pedro Mendoza. Bodegones sombríos
gente que viene de lejanos mares
y de lejanos ríos
y oficia en los altares
del alcoholismo y de los desvaríos.
La parda y Juan Malevo
con las últimas quejas del bandoneón
han huido hacia un nuevo
rincón, a un ex refugio de Barracas.
(En la Boca, las últimas facas
abrieron paso a otra legión)
Lobos. Galpones. Botes y navíos.
Burdeles. Una prostituta coja
y los cuervos del frío.
Ah, los claustros siniestros
donde la misa es roja
y donde los crudos desafíos
son los padre-nuestros.
Y yo como un sonámbulo camino.
Me siento hombre de mar.
Soy un fraile marino
que oficia en el altar
del amor trágico, del dolor, del vino.
Nuestro espíritu gusta de las mañanas claras
y de las aguas frescas.
Pero va hacia las raras
comedietas grotescas.
Ve belleza en lo negro y en lo trágico
y busca el aguafuerte,
(en donde agita su cascabel mágico
el pajecillo negro de la muerte)
Yo que vi algunos puertos
los uno aquí, fantásticos, inciertos.
Porque todos los puertos se parecen.
-Grúas, máquinas, barcos
y almas que a los vientos se estremecen
y que manchan sus velas en los charcos.
Calle Pedro Mendoza. Bodegones sombríos
El niño buscador, triste, fogoso,
saldrá tal vez mañana en un navío
rumbo a un país lejano y misterioso
abandonando el patio luminoso
de la ciudad, sonoro y encendido.
Nadie sabrá su suerte,
nadie sabrá del niño vagabundo.
Solo yo sé que paso por el mundo
como un personaje de aguafuerte.
***
La Calle del Paso de la Mula

La mosca cautiva bajo la campana de vidrio
y el niño que juega porque el sol es bondadoso.
Fíjate como, igual que hoy, igual que ayer, igual que
mañana.
nuestro vecino pasa, recoge su botella de leche,
arroja al suelo el boleto del subterráneo
y sacando el reloj penetra a la casa, a su vida de todos
los días,
igual que ayer, igual que mañana, igual que siempre.
Sólo los puentes, esas piedras cargadas de secretos,
seguirán por los siglos sobre el río pensativo del
tiempo.
Nosotros nos quejamos de morirnos tan pronto.
Vivimos ya una muerte piadosa, tanto
que hasta esperamos morirnos una tarde.
La esquina adonde van a acostarse los ómnibus.
Un hombre que pregunta una dirección vaga.
Un muchacho que entra silbando al mingitorio.
El afiche del jabón Cadum, ¿sabes?
-el niño que posó tiene ahora cincuenta y dos años
y Toribio, Toribio Sánchez que nos hizo reír allá
abajo,
se emborracha con él todas las noches.
Nuestro vecino se levantará con el alba
y nosotros, nosotros estaremos aún desvelados
leyendo cuatro cosas, hablando cuatro cosas,
solos, solos, en la íntima isla de los abrazos.
Somos jóvenes y viviremos en otra calle, en otra
ciudad.
Fíjate, todos los paisajes nos hacen pequeños.
Estarán allí siempre. La esquina
adonde van a acostarse los ómnibus.
Los puentes. El afiche del jabón Cadum.
La mosca cautiva bajo la campana de vidrio
y el niño que juega porque el sol es bondadoso.
Vinos y licores. Comisarías. Ostras Claires y
Portuguesas.
El colchonero.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char